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Descarga Buscando a Dios

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Joaquín Trincado<br />

era preciso malquistarlos unos con otros, y ganarse al rey carlos, atándolos<br />

de pies y manos y aquí concibió la excomunión y luego dar los birretes que<br />

no tenía a mano; pero tenía los grandes medios para tenerlos pronto.<br />

Llegó césar y sin darle tiempo a saludarlo exclamó:<br />

— ¡Maldición! ¡osar y de un golpe arrebatarnos tres prisioneros: y<br />

menos mal, que el más peligroso está herido de muerte... ¡Pero por la innata<br />

prevención de la madre, ver a nuestra hermosa hija Valencia en otras manos!<br />

Hupf... ¿Y no se empeñaba en hacerla virtuosa? ¡Ah! ¿Y no hubiera sido<br />

mejor, verla feliz y venturosa fulgurando su hermosura, siendo la esposa de<br />

algún príncipe predilecto del padre, amada de sus hermanos, radiante y dichosa?<br />

¿Por qué hacer caso de esa majadería que los imbéciles llaman virtud?<br />

¡Vaya un papita, lector!... como Pontífice hace cruz y como amoroso<br />

padre, hace raya.<br />

Sabe <strong>Dios</strong> hasta cuando hubiera estado en esos sabios raciocinios, si<br />

una algarabía de los mil diablos no le hubiera llamado la atención.<br />

césar salió a la antecámara y volvió diciendo:<br />

—Nada, nada. Son Lucrecia y Julia que riñen entre sí por entrar una<br />

primera que la otra y los guardias les prohíben la entrada.<br />

— ¡Ah! ¡Ah! debe ser cosa deliciosa verlas así: dad orden que pase una<br />

y otra. Para las niñas de nuestros ojos, no deben haber secretos: por lo menos<br />

nos devolverán el buen humor que desde esta mañana nos ha abandonado.<br />

Apenas había pronunciado el Papa estas palabras, cuando se presentaron<br />

las dos mujeres sin la venia del Pontífice.<br />

—Lucrecia, ya la conocen los lectores bien, como bellísima mujer y<br />

sin pudor de ninguna especie y abandonada a todos los vicios.<br />

Hacía tres días que deseaba a toda costa estar a solas con su padre y<br />

en un momento del que sólo son asequibles las mujeres pedirle una gracia<br />

como prueba del amor paternal; y como no conseguía ese momento, sea<br />

porque el Papa tuviera hondas preocupaciones, fuera porque Julia, hermana<br />

de aquel cardenal, que fue hecho sirviendo de alcahuete de ella por ganarse<br />

el birrete, Lucrecia no era atendida; y como ahora era urgente conseguir lo<br />

que se proponía, o de lo contrario se suspenderían las fiestas bacanales por<br />

18 ¿Será este hombre de ciencia, realmente el anticristo?... ¡oh!... Si lo es, tendré un compañero más<br />

que me acompañe en mi engorrosa empresa de buscar a mi <strong>Dios</strong> de Amos. Ya lo veremos.<br />

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