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Descarga Buscando a Dios

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<strong>Buscando</strong> a dios<br />

el cadáver de su madre y su cuerpo inanimado, dejar esta vida disoluta; yo<br />

quiero encontrar un hombre que me quiera como tú a mi hermana. Adiós.<br />

Juanucho tomó en sus brazos el cuerpo de su amada y montó a caballo<br />

y corrió toda la noche. Después de dos horas de veloz carrera, tornó al conocimiento<br />

aquella criatura, hija de la desgracia y dijo: ¿Dónde me encuentro?<br />

¿Quién sois vos? ¿Dónde está mi madre?<br />

El capitán tuvo que destrozar su corazón para no dejar escapar una<br />

lágrima, y dijo: En libertad estamos, yo soy, ¿no me conoces? Valencia<br />

reclinó la cabeza sobre el pecho y diciendo ¡huyamos! cayó en un nuevo<br />

desvanecimiento.<br />

Ya bien entrada la mañana, descubrió una cabaña y se llegó a ella<br />

pidiendo hospitalidad y no se hizo mucho de rogar para ser atendidos en lo<br />

que pedían, descansó Valencia y a la noche emprendió nuevamente camino<br />

y así, llegó el cuarto día a Sinigalia. Iba a entrar en la ciudad, cuando un<br />

anciano cruzó por delante porque le llamó la atención aquel convoy; y es<br />

que Juanucho, se había visto obligado a improvisar una camilla en forma<br />

de litera y él escoltaba a caballo, y al fijarse uno en otro se reconocen al<br />

mismo tiempo: Se dicen ambos: ¡Doctor! ¡condestable! ¿Qué es esto? ¿Vos<br />

por aquí, doctor? Ya vez, aquí me retiré y vivo ignorado, pero ahí fuera de la<br />

ciudad, tengo una casita y cuento con medios suficientes para pasar los días<br />

que me restan; es vuestra, aceptar. Juanucho, tanto porque conocía al doctor,<br />

cuanto por que Valencia ya no podía ir más lejos sin ser atendida, aceptó sin<br />

esfuerzos, encaminándose el convoy a la casa de Aducio.<br />

— ¿A quién traes, condestable?<br />

— A Valencia, contestó Juanucho.<br />

— ¿Y la madre?<br />

—Ya llegó el fin de sus penas; pero esa infeliz, aún lo ignora.<br />

El doctor se forjó al momento todo lo que ocurría y dijo: ¡culpa del<br />

fraile! Ya le decía yo, no grites tan alto. ¡Ay! conozco tanto. . .<br />

Llegaron y sin darse reposo se le preparó y acostó en el lecho. La<br />

examinó y el doctor dijo:<br />

— ¡Diablos! La habéis triturado.<br />

—Lo siento, doctor, pero entre morir en las manos del verdugo donde<br />

el crimen queda impune y morir al aire libre, ¿qué preferís?...<br />

—Lo último, pero no hay tiempo que perder. Voy a preparar un cordial<br />

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