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Descarga Buscando a Dios

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Joaquín Trincado<br />

Y si le vieses, ¿qué harías?<br />

—Le pediría su nombre, siquiera para conocerle. . . Entonces podríais<br />

protegerme, ahora no... ¿Qué consideración merece una pobre huérfana?<br />

—Esto no significa nada.<br />

— ¡Vaya si significa! Un gentil hombre como sois vos, no puede, no<br />

debe descender a dispensar protección a una mujer sin nombre como yo.<br />

— ¿Y si quisiera hacerlo?<br />

Perderíais vuestra dignidad, el honor al que estáis obligado si queréis<br />

conservar el de familia... oh! dejadme llorar mi desventura.<br />

—Imagínese el lector cuál sería la sorpresa de la niña, al ver que el<br />

capitán contra lo que ella pensaba le contestó de aquella manera, a un tiempo<br />

desenvuelto y respetuoso y que en vez de alejarse permanecía a su lado.<br />

— ¿Vos creéis así? Exclamó Juanucho; pues ocurre todo lo contrario,<br />

las palabras que acabáis de pronunciar, fíltranse en mi pecho de la manera<br />

más cruel; no habrá un hombre atrevido que me haga la alusión a vuestra<br />

cuna con ánimo de zaheriros sin que lo derribe de una estocada; no, Valencia,<br />

no repitáis jamás lo que acabáis de decir, ¿Qué mal os hice yo para que me<br />

aflijáis de esta manera? Sabed, que a pesar y por vuestra desventura, sois a<br />

mis ojos más noble que todas esas mujeres que tienen mil títulos pomposos<br />

denigrados, al avergonzar sus nupciales lechos.<br />

La niña más se tranquilizaba del comportamiento del capitán, más se<br />

aferraba en su mente y más aumentaba su amor; pero no comprendía, por<br />

su torcida educación, cómo podría aquel hombre realizar sus promesas; sólo<br />

podemos nosotros decir que Doña Elvira en su orgullo castellano, había<br />

sufrido tremenda herida de su marido, en aquellos momentos Papa; y equivocadamente<br />

por él juzgaba a todos, y la niña que recibía esta instrucción<br />

torcida y no conocía más hombres que el que tenía delante, reñía en ella el<br />

sentimiento de su corazón, con la educación recibida.<br />

Habían pasado largas horas y ya desesperaba la niña y Juanucho se<br />

impacientaba. ¡conocía tan a fondo a los Borgias y al Vaticano!... A cada<br />

momento se asomaban a la ventana y exploraban el camino, por fin, a las tres<br />

de la madrugada, oyeron pasos, no les engañó. ¡Por fin! Exclamó Valencia,<br />

y batía las palmas alegremente.<br />

— ¡Silencio, por caridad! — gritó, pero bajando la voz, el capitán.<br />

— ¿Qué es?... — preguntó aterrada, pero en el mismo tono la niña.<br />

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