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Descarga Buscando a Dios

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<strong>Buscando</strong> a dios<br />

acometida tan brusca y tremenda y cayó rodando y con el yelmo destrozado;<br />

mas con este violento ataque en terreno tan estrecho, el caballo de Juanucho<br />

resbaló y rodó, quedando éste preso con la pierna debajo del caballo, que<br />

sin tiempo a levantarse, le atacó onetto que ya había podido ponerse a la<br />

defensiva; pero en el momento en que va a ser herido Juanucho, tuvo aun<br />

suerte de que dos fuertes brazos le sujetaran y onetto no hirió.<br />

Era Don Miguel quien llegaba y evitó la segura derrota de sus compañeros,<br />

pues el golpe de onetto en la dirección que llevaba podía en el<br />

peor de los casos causar alguna sangre, sin detrimento mayor. Don Miguel,<br />

una vez amarrado Juanucho, ordenó a onetto que lo condujera hasta donde<br />

estaban ocultos sus compañeros; entre tanto, dijo: Yo voy a recoger a las<br />

señoras que ya están prontas.<br />

Estas se resistían a obedecer al esbirro, pero al ver que iban a ser<br />

tratadas a viva fuerza, obedecieron sin dejar violentarse.<br />

El complemento de esta dolorosa tragedia, debía tener lugar en Roma<br />

y cuyo camino vamos a seguir. como ya sabemos por las palabras de Don<br />

Miguel, los orsini y los Vitelli con los colonna se habían unido para defenderse<br />

contra la usurpación de sus estados por Alejandro VI, y con este<br />

motivo recorrían la campiña sus hombres para asegurarse de sus servicios<br />

y hacer conocer la unión de los tres señores.<br />

Poco habían andado, cuando un pelotón de los orsini les salió y los<br />

detuvieron, gastando la más pesada broma con Don Miguel por su preciado<br />

contrabando.<br />

Don Miguel quiso hacerse el valiente, primero; luego invocó su carácter<br />

de delegado pontificio, mostrando el sello del Pontífice; pero el sargento,<br />

con desprecio, le contestó que el único señor de aquellos territorios era orsini<br />

y sus aliados, y le intimaron la rendición, pero a fuer de buen empleado se<br />

acordó de «que en caso de necesidad que matara a los tres» y, al rendirse,<br />

clavó su acero envenenado en el brazo de Doña Elvira, no dándole tiempo<br />

a que hiciese otro tanto con Valencia, pues una daga se había posado en él.<br />

A su compañero Barbanera ya le habían preso otros soldados del<br />

mismo pelotón.<br />

Doña Elvira, hízose conocer por su título de condesa y fue conducida<br />

con Valencia al castillo, donde por lo temprano de la hora, los señores dor-<br />

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