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Descarga Buscando a Dios

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Joaquín Trincado<br />

contrastar a Italia siendo italiano, ni abandonar el servicio de un Estado para<br />

pasar al de otro, ya que la razón del estipendio lo justificaba todo.<br />

Era, no obstante, distinto de sus compañeros de armas por algunas<br />

cualidades características de su alma, que le hacían simpático a la gente,<br />

mientras que valían también al aprecio de sus superiores. Intrépido frente al<br />

peligro, capaz de aterrar a los más valientes adversarios siempre que se tratara<br />

de una guerra legítima; aborrecía igualmente la traición y el veneno. Por<br />

razón de su cargo, en más de una ocasión había tenido que presenciar alguna<br />

de aquellas escenas dolorosas, estigma de la humanidad, pero entonces en<br />

lugar de permitir a sus soldados estrellar a un niño contra las paredes o descuartizar<br />

un pobre viejo, ordenaba inmediatamente que la brutalidad cesara.<br />

Más de una dama érale deudora de la honra, pues la había salvado<br />

del extremo ultraje, declarándolas prisioneras suyas. Y sus compañeros,<br />

maliciosos, aseguraban que con esa conducta generosa, había conquistado<br />

muchos femeninos corazones.<br />

Era, pues, envidiado de los suyos, más ninguno le tenía odio ni se<br />

arriesgaba a ponerse en su camino. Gozaba fama de valiente y sí alguien<br />

hubiera sentido ganas de disputarle una conquista, lo hubiera pensado primero....<br />

para retirarse después.<br />

Todas las bromas que se permitían sus compañeros eran reticencias<br />

donosas o dicharachos francos propios de soldados, contestando a éstos con<br />

donaire, pues no carecía de ingenio nuestro héroe.<br />

Por lo demás, algo loco como soldado de aquella época tan amante<br />

del juego, que en esto no se diferenciaba de los demás; y tan dispuesto para<br />

confiar el producto de su trabajo a los dados, como a destripar al enemigo<br />

de quien le pagara, como beber una botella de vino a la salud del primero<br />

que encendiera una guerra, rompiendo los ocios de aquella vida sedentaria.<br />

Habíase encontrado en el puente de Lamentana, donde seis años antes<br />

el duque de calabria había conseguido una espléndida victoria sin derramamiento<br />

de sangre, con él ejército papal; y sus primeras armas no fueron muy<br />

afortunadas según decía él mismo, por no haber hecho probar a nadie el frío<br />

acero de su espada. A este propósito, solía decir, que el arte de la guerra estaba<br />

en decadencia; vencer sin herir, era juego de chiquillos, y si se proseguía<br />

de aquella suerte, no pasaría, a su juicio, mucho tiempo, sin que en vez de<br />

hombres, los Generales contratarían a los escultores con la obligación de<br />

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