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Descarga Buscando a Dios

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Joaquín Trincado<br />

exclamando de vez en cuando: ¡Bravo! ¡Bravo!.<br />

Cuando el Pontífice y Doña Elvira estuvieron cerca del trono, el primero<br />

preguntó a la reina de la fiesta:<br />

—Lucrecia: ¿os divertís esta noche?...<br />

—Más de lo que creía.<br />

— ¿Son valientes?<br />

—La corona parece ganar, ¿véis aquel fornido, de cabellos negros?...<br />

pues es él.<br />

— ¿Aquel que está en el fondo próximo a la orquesta?<br />

—Aquel.<br />

—Ya le veo.<br />

—Ha sido vencedor siete veces y ahora parece dispuesto a un nuevo<br />

triunfo... es un verdadero diablo... cuasi... y calló, no por temor de ofender<br />

el pudor, sino por suscitar celos de familia, cosa que hubiera sido altamente<br />

inoportuna en aquel momento en que estaban juntos el padre y sus hermanos,<br />

preferidos amantes.<br />

Aunque ya es esto demasiado grave, nada encontrará el lector que<br />

justifique la impresión de Doña Elvira, puesto que ha oído las conferencias<br />

que hemos relatado; pero la cosa cambiará de aspecto apenas veamos con<br />

los ojos del alma, lo que los ojos materiales del cronista e historiador Maquiavelo<br />

y Doña Elvira en toda su realidad vieron. cuarenta criados y otra<br />

tantas meretrices, completamente desnudos danzaban en la sala al ritmo de<br />

una orquesta situada junto a una baranda; y durante los intermedios, abandonábanse<br />

a los obscenos actos en todas formas y figuras 17 , divirtiendo con sus<br />

bajezas a una corte que buscaba, en semejantes espectáculos, estimulantes en<br />

el vicio decadente de los individuos y que hacía avergonzarse de sí misma<br />

a la ciudad en que se albergaba tanta podredumbre, protegida con el manto<br />

de la santidad, sin que el mundo se indignara al ver tal abyección.<br />

Doña Elvira se encontraba allí peor que en un infierno; sin que me<br />

detenga a explicar su excitación el horror que la agitaba, el enojo que casi<br />

la paralizaba de rabia y congoja. El lector puede imaginárselos: si se había<br />

equivocado en la juventud aceptando un matrimonio a espaldas de su padre,<br />

no era su culpa tan grande que por ella mereciera aquel castigo.<br />

Empero tuvo un consuelo que hizo más llevadero su dolor. La turba<br />

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