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Descarga Buscando a Dios

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<strong>Buscando</strong> a dios<br />

Lucrecia, vio en su hermosura la gran rival, que si accedía a los ruegos de<br />

su padre, la substituirían irremisiblemente, porque ella había perdido casi<br />

toda su hermosura en las orgías diarias y desenfrenadas y se sintió afectada<br />

por aquella candidez y concibió otro plan.<br />

Aburrida Valencia de tantas genuflexiones de los cardenales que la<br />

visitaban y ante la inocencia de la niña, se veían afrentadas y rebajadas<br />

las meretrices que sentían renacer el pudor de la niñez, suplicó la dejaran<br />

algunas horas sola.<br />

Era el tercer día, cuando el Papa, (a pesar de las grandes empresas<br />

que lo agobiaban, pero que todas eran relegadas al pedido de su lascivia)<br />

cuando fue a visitarla, y con la astucia y malicia depravada de que era dueño,<br />

y la inocencia de Valencia en creer aquel hombre un padre respetuoso y<br />

amoroso y por añadidura siendo el Papa de los cristianos, se dejó acercar a<br />

aquel monstruo; pero fue grande su sorpresa al oír proposiciones infames,<br />

a lo que contestó con tesón:<br />

— ¿os habéis olvidado que sois mi padre?<br />

—Somos padre de todos los niños de la cristiandad.<br />

—Pero vos sois mi padre.<br />

—Niña; mucho te cuidaras de decirlo, y de lo contrario. . .<br />

— ¿Y ya que vos no queréis así, porqué me separas de mi madre ya<br />

que otro consuelo no tengo en el mundo?<br />

—El consuelo os lo daremos nos, y dime, ¿no me quieres a mí como<br />

a tu madre?<br />

—Yo, en mi amor de hija, no tengo diferencia; pero úneme con mi<br />

madre y dejadnos en libertad y entonces os amaré más.<br />

— ¡Ah! ¡Nos amáis! ¿Y que haríamos con un amor tan etéreo? Vivimos<br />

en lo positivo; vaya, sed buena y seréis feliz, y le rodeó la cintura con el<br />

brazo queriendo darle un beso que al sentir ella el aliento fétido y pestilente,<br />

se desasió con fuerza diciendo:<br />

— ¡Dejadme, acordaos que sois mi padre!<br />

— ¡Somos vuestro padre! Pues usaremos de nuestros derechos para<br />

reducirte a la obediencia. ¡Vaya con la niña! pero por lo pronto, costarán<br />

bien caras tus palabras a quien así te aleccionó y salió echando espumarajos.<br />

Valencia, al oír aquella amenaza, comprendió el peligro de su madre:<br />

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