ABRIR CAPÍTULO IV. - Universidad Complutense

La cuestión irlandesa en la política internacional de Felipe II
La realidad de los exiliados irlandeses no se pude interpretar fácilmente. La acogida
y trato que se les dispensó fue el resultado de una actitud colaboradora por parte del clero,
que los veía como mártires de la herejía y que, en especial la Compañía de Jesús,
participaba de una idea misional de Irlanda; de una actitud oscilante de la Corona en
función de las relaciones con Inglaterra y de los recursos que contaba, bien para ayudar a
Irlanda militarmente, bien para alojar y mantener a los exiliados. Muchos de los que
llegaron a partir de 1602 se incorporaron al servicio del ejército como mercenarios y por
esto la población civil que había de ocuparse de mantenerlos, no los veía como refugiados
religiosos o rebeldes políticos, sino como cualquier contingente militar.
Cuando los exiliados llegaron a formar un grupo muy considerable vinieron los
problemas. Además de servir en los ejércitos, en la Iglesia y en las disitintas capas de la
sociedad donde podían ser admitidos, fueron reconocidos, pese a la diversidad de clanes,
como una “nación”, los irlandeses eran para los españoles sólo irlandeses. Con el tiempo
se llegó a distinguir a los “salvajes” de los “civiles”. Pero lo importante era que España
les concedía la categoría de “nación “. Cuando los caballeros irlandeses, gracias a los
obispos refugiados y al inglés Francis Englefield, alcanzaron un buen nivel de aceptación
en la corte, fueron capaces de apadrinar a nuevos caballeros. Felipe II pidió a los consejos
de Guerra y Estado que estudiaran las informaciones de los sacerdotes Persons y
Creswell, muestra de la gran confianza que el monarca habla depositado en esos jesuitas.
Felipe II quiso hacer una nueva operación de policía. Limpiar de espías las comunidades
irlandesas e inglesas.
Con la política de los bloqueos comerciales, España favoreció que los ingleses, los
hanseáticos y los holandeses se volcaran en el Mediterráneo. Vázquez de Prada y Braudel
han demostrado, a nuestro modo de ver decisivamente, la inutilidad de las medidas
adoptadas por Felipe II. Por nuestra parte hemos añadido la astucia de los irlandeses,
dispuestos a canjear información militar por salvoconductos tanto los fieles a Inglaterra
como los fiéIe~