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El faro de Alejandria.qxd - Telefonica.net

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templar las estrellas y <strong>de</strong>ambular largamente por los múltiples sen<strong>de</strong>ros<br />

que alguna vez <strong>de</strong>bieron conducir a alguna parte y que, más<br />

tar<strong>de</strong>, como los meandros <strong>de</strong>l río, fueron capturándose entre ellos<br />

hacia la unidad interna que no conducía sino a si mismos.<br />

Pe<strong>net</strong>rar aquel ámbito era como trasponer un umbral, el Umbral.<br />

La estancia en el lugar siempre resultaba gozosa: con lluvia o viento;<br />

con frío o calor. Cada matiz estacional mostraba uno <strong>de</strong> sus infinitos<br />

rostros. También su perfil era extraño, sorpren<strong>de</strong>nte. Cada avance<br />

suponía un <strong>de</strong>scubrimiento y tras cada curva <strong>de</strong>l sen<strong>de</strong>ro surgían<br />

nuevas sensaciones, olores y tactos.<br />

Y en el centro la zarza, que parecía la Zarza. Aquella que, dicen,<br />

surgió <strong>de</strong>l báculo <strong>de</strong> José <strong>de</strong> Arimatea, clavado en tierra <strong>de</strong> Irlanda.<br />

Pero tanta gratuita belleza no podía durar. <strong>El</strong> mágico lugar permaneció<br />

ignorado por mucho tiempo, hasta que ciertos síntomas<br />

alarmantes anunciaron su pronta <strong>de</strong>saparición. <strong>El</strong> fin.<br />

Fue cuando el Banco vendió.<br />

Primero fue el bosque. Los árboles <strong>de</strong>l pinar, presintiendo la<br />

cuchilla <strong>de</strong> la civilización, prefirieron suicidarse. Se secaron. Cada vez<br />

que soplaba el viento con fuerza, <strong>de</strong>jaba tras <strong>de</strong> su ulular dos o tres<br />

cadáveres <strong>de</strong> aquellos, otrora, impávidos y orgullosos mástiles. Luego<br />

llegaron aquellas gigantescas Mantis mecánicas y, tras unas semanas<br />

<strong>de</strong> espera, mientras en los gabi<strong>net</strong>es se ultimaban fríos cálculos <strong>de</strong><br />

rentabilidad con seguro pulso, el ruido <strong>de</strong> los motores anunció el principio<br />

<strong>de</strong>l fin. La tierra ofreció sus entrañas al sacrificio y fue cercenada,<br />

dividida, seccionada y <strong>de</strong>sarbolada. En pocas semanas totum<br />

consumatum fuit.<br />

Luego, paulatina y lentamente, lo que quedó <strong>de</strong> aquel ámbito<br />

perdió su unidad e i<strong>de</strong>ntidad propias. Por el <strong>de</strong>suso, los sen<strong>de</strong>ros se<br />

borraron, nadie los resucitó con su pisada; nadie más, nunca más,<br />

hizo camino. Aquello se convirtió en un yermo don<strong>de</strong> el estruendo <strong>de</strong>l<br />

tráfago ciudadano apagó el rumor <strong>de</strong> la cigarra; don<strong>de</strong> el dulce,<br />

lento, sutil y casi imperceptible sonido <strong>de</strong> la vida fue sustituido por la<br />

velocidad ruidosa. La civilización había enterrado un espacio muerto.<br />

<strong>El</strong> que quiera que entienda.<br />

Requiescat in pace<br />

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