GUERRA DOMESTICA - Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia

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los pueblos inmediatos. A este ejército pertenecía la división de
vanguardia comandada por el general don Pedro Antonio de Olañeta.
Era el general Valdez un entendido y valiente militar. Nacido en
Asturias en el pueblo ce Villaraín, sus padres lo destinaron a la
iglesia y estudió el latín en el seminario de Lugo, pasando a estudiar
los cánones en la universidad de Oviedo. En 1808 empezó la guerra
de España con Napoleón y nuestro seminarista se alistó en un
regimiento compuesto de universitarios, que lo hicieron capitán.
Empezó su carrera a las órdenes del general Ballesteros, asistió a la
batalla de Espinoza de los Monteros, y en 1815 peleó con singular
denuedo en las batallas de Ronquillo, Aracena, Cantargallo, Medina
del Campo y Tormes, demostrando especiales dotes militares y una
bravura a todo prueba, tanto que en la gran batalla de Albuera, fué
por segunda vez declarado “benemérito a la patria” y ascendido a
teniente coronel. Estuvo en el sitio de Tarija, y contribuyó a la derrota
del general Rognan. Fué uño de los pocos jefes españoles que se
negó a doblegarse al poder omnímodo del general inglés lord
Wellington, razón por la que fué postergado en su carrera. Terminada
la guerra fué Valdez destinado ni ejército real del Perú como segundo
ayudante genera general del estado mayor del general don José de
La Serna, con quien arribó al puerto de Arica el 18 de mayo de 1816.
El general Valdez fué una de esas figuras notables del ejército
español; vino al Perú estando conde córralo con las cruces de “Los
Monteros de Espinoza”, “Alva de Tormes”, “AIbuera”, “Chiclana”,
“Tarija” y la “Chicana de Carlos III”; en América ascendió a brigadier,
mariscal de campo, general y teniente general; además fué hecho
“Conde de Torata” y “Conde de Villaraín”, para si y para sus
descendientes, esclareciendo más el nombre de su ilustre familia.
“Valdez era sobrio y activo como una ardilla, descuidado en el
vestir, tanto que generalmente sus amigos te mandaban hacer ropa,
para que pudiera reemplazar la que ya era absolutamente inútil. El
uniforme que vestía en la batalla de Ayacucho se lo regalaron los
soldados el año anterior. Era de pequeña estatura, delgado, un poco
inclinado adelante, tenía un sombrero de ala ancha de pelo de
vicuña, levita cenicienta y botines altos de pelo. Eran sus ojos
chispeantes y animados, su rostro tostado por la intemperie y era
muy insinuante y locuaz. Nunca se servían en su mesa otros
manjares que sus raciones; dormíase sobre uno o dos ponchos al
aire libre y siempre a la cabeza de su división cuando iba en marcha,
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