GUERRA DOMESTICA - Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia

ARCHIVO Y BIBLIOTECA NACIONALES DE BOLIVIA
Fernando VII, que Dios guarde, de quien era único representante en
las supradichas provincias del alto Perú, el Exmo. señor General don
Pedro Antonio de Olañeta, puesto que habiéndose abolido el nefando
sistema constitucional, todos los nombramientos y actos producidos
dentro de él quedaban completamente nulos, y que siendo el general
don José de La Serna nombrado virrey del Perú por acto de motín
militar, su nombramiento no tenía valor alguno”.
Así quedó cancelado el poder de los virreyes de Lima en el alto
Perú. Esta medida fué celebrada con fiestas y regocijos populares;
se trasmitió la noticia a las otras provincias y el nombre de Olañeta
subió como la espuma; los amigos de la causa de la monarquía
miraban en él á un traidor, y les adeptos a la independencia de su
patria, comprendían que sólo dividiendo a los secuaces del monarca
español, la libertad iluminaría esta oscura porción del nuevo del
mundo.
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El guante estaba arrojado. Contaba Olañeta con su pericia en la
guerra de guerrillas, donde sus expertos jefes e infatigables
soldados, tendrían siempre en jaque a los soldados de La Serna. Su
plan consistía en no presentarles línea de batalla ni aceptar combate;
guerra de recursos, guerra de talones, presentarse al enemigo
siempre por donde no eran esperados; trasmontar cordilleras hacer
marchas inverosímiles, cansarlos, diezmarlos, aburrirlos, fatigarlos
esa era su táctica a fe que consiguió su propósito.
Antes de empezar la campaña envió su esposa la señora Josefa
Marquiegui a la ciudad de Salta, a fin de que estuviera segura en su
país y le dejase entera libertad de obrar. Comprometió a muchos de
los que permanecían alejados de la política, y se rodeó de todo el
elemento adverso al Poder español, que en Chuquisaca se componía
en su mayor parte de la juventud que se educaba en los claustros de
la universidad de San Francisco Xavier, juventud que desde el 25 de
mayo de 1809 mostró su apego A. las ideas emancipadoras; y al
pueblo, a ese pueblo que era el que padecía y que selló con su
sangre el primer grito de libertad a ese pueblo sobre el que pesaban
las gabelas y el tributo de sangre, a ese pueblo que no debía al
poder colonial mas que ignorancia, atraso y miseria; que nada pedía
y nada esperaba de sus opresores, y que fue siempre el primero en
verter su generosa sangre en holocausto a su libertad, deidad por él
adorada y que la era completamente desconocida.
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