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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

lunetas reconoció a su hija. La aturdidora emoción <strong>de</strong>l acierto le impidió ver al hombre con quien<br />

se estaba besando, pero alcanzó a percibir su voz trémula en medio <strong>de</strong> la rechifla y las risotadas<br />

ensor<strong>de</strong>cedoras <strong>de</strong>l público. «Lo siento, amor», le oyó <strong>de</strong>cir, y sacó a Meme <strong>de</strong>l salón sin <strong>de</strong>cirle<br />

una palabra, y le sometió a la vergüenza <strong>de</strong> llevarla por la bulliciosa calle <strong>de</strong> los Turcos, y la<br />

encerró con llave en el dormitorio.<br />

Al día siguiente, a las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, Fernanda reconoció la voz <strong>de</strong>l hombre que fue a<br />

visitarla. Era joven, cetrino, con unos ojos oscuros y melancólicos que no le habrían sorprendido<br />

tanto si hubiera conocido a los gitanos, y un aire <strong>de</strong> ensueño que a cualquier mujer <strong>de</strong> corazón<br />

menos rígido le habría bastado para enten<strong>de</strong>r los motivos <strong>de</strong> su hija. Vestía <strong>de</strong> lino muy usado,<br />

con zapatos <strong>de</strong>fendidos <strong>de</strong>sesperadamente con cortezas superpuestas <strong>de</strong> blanco <strong>de</strong> cinc, y<br />

llevaba en la mano un canotier comprado el último sábado. En su vida no estuvo ni estaría más<br />

asustado que en aquel momento, pero tenía una dignidad y un dominio que lo ponían a salvo <strong>de</strong><br />

la humillación, y una prestancia legítima que sólo fracasaba en las manos percudidas y las uñas<br />

astilladas por el trabajo rudo. A Fernanda, sin embargo, le basté el verlo una vez para intuir su<br />

condición <strong>de</strong> menestral. Se dio cuenta <strong>de</strong> que llevaba puesta su única muda <strong>de</strong> los domingos, y<br />

que <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la camisa tenía la piel carcomida por la sarna <strong>de</strong> la compañía bananera. No le<br />

permitió hablar. No le permitió siquiera pasar <strong>de</strong> la puerta que un momento <strong>de</strong>spués tuvo que<br />

cerrar porque la casa estaba llena <strong>de</strong> mariposas amarillas.<br />

-Lárguese -le dijo-. Nada tiene que venir a buscar entre la gente <strong>de</strong>cente.<br />

Se llamaba Mauricio Babilonia. Había nacido y crecido en Macondo, y era aprendiz <strong>de</strong> mecánico<br />

en los talleres <strong>de</strong> la compañía bananera. Meme lo había conocido por casualidad, una tar<strong>de</strong> en<br />

que fue con Patricia Brown a buscar el automóvil para dar un paseo por las plantaciones. Como el<br />

chófer estaba enfermo, lo encargaron a él <strong>de</strong> conducirlas, y Meme pudo al fin satisfacer su <strong>de</strong>seo<br />

<strong>de</strong> sentarse junto al volante para observar <strong>de</strong> cerca el sistema <strong>de</strong> manejo. Al contrario <strong>de</strong>l chófer<br />

titular, Mauricio Babilonia le hizo una <strong>de</strong>mostración práctica. Eso fue por la época en que Meme<br />

empezó a frecuentar la casa <strong>de</strong>l señor Brown, y todavía se consi<strong>de</strong>raba indigno <strong>de</strong> damas el<br />

conducir un automóvil. Así que se conformó con la información teórica y no volvió a ver a<br />

Mauricio Babilonia en varios meses. Más tar<strong>de</strong> había <strong>de</strong> recordar que durante el paseo le llamó la<br />

atención su belleza varonil, salvo la brutalidad <strong>de</strong> las manos, pero que <strong>de</strong>spués había comentado<br />

con Patricia Brown la molestia que le produjo su seguridad un poco altanera. El primer sábado en<br />

que fue al cine con su padre, volvió a ver a Mauricio Babilonia con su muda <strong>de</strong> lino, sentado a<br />

poca distancia <strong>de</strong> ellos, y advirtió que él se <strong>de</strong>sinteresaba <strong>de</strong> la película por volverse a mirarla, no<br />

tanto por verla como para que ella notara que la estaba mirando. A Meme le molestó la<br />

vulgaridad <strong>de</strong> aquel sistema. Al final, Mauricio Babilonia se acercó a saludar a Aureliano Segundo,<br />

y sólo entonces se enteró Meme <strong>de</strong> que se conocían, porque él había trabajado en la primitiva<br />

planta eléctrica <strong>de</strong> Aureliano Triste, y trataba a su padre con una actitud <strong>de</strong> subalterno. Esa<br />

comprobación la alivió <strong>de</strong>l disgusto que le causaba su altanería. No se habían visto a solas, ni se<br />

habían cruzado una palabra distinta <strong>de</strong>l saludo, la noche en que soñó que él la salvaba <strong>de</strong> un<br />

naufragio y ella no experimentaba un sentimiento <strong>de</strong> gratitud sino <strong>de</strong> rabia. Era como haberle<br />

dado una oportunidad que él <strong>de</strong>seaba, siendo que Meme anhelaba lo contrario, no sólo con<br />

Mauricio Babilonia, sino con cualquier otro hombre que se interesara en ella. Por eso le indignó<br />

tanto que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l sueño, en vez <strong>de</strong> <strong>de</strong>testarlo, hubiera experimentado una urgencia<br />

irresistible <strong>de</strong> verlo. La ansiedad se hizo más intensa en el curso <strong>de</strong> la semana, y el sábado era<br />

tan apremiante que tuvo que hacer un gran<strong>de</strong> esfuerzo para que Mauricio Babilonia no notara al<br />

saludarla en el cine que se le estaba saliendo el corazón por la boca. Ofuscada por una confusa<br />

sensación <strong>de</strong> placer y rabia, le tendió la mano por primera vez, y sólo entonces Mauricio Babilonia<br />

se permitió estrechársela. Meme alcanzó en una fracción <strong>de</strong> segundo a arrepentirse <strong>de</strong> su<br />

impulso, pero el arrepentimiento se transformó <strong>de</strong> inmediato en una satisfacción cruel, al comprobar<br />

que también la mano <strong>de</strong> él estaba sudorosa y helada. Esa noche comprendió que no<br />

tendría un instante <strong>de</strong> sosiego mientras no le <strong>de</strong>mostrara a Mauricio Babilonia la vanidad <strong>de</strong> su<br />

aspiración, y pasó la semana revoloteando en torno <strong>de</strong> esa ansiedad. Recurrió a toda clase <strong>de</strong><br />

artimañas inútiles para que Patricia Brown la llevara a buscar el automóvil. Por último, se valió<br />

<strong>de</strong>l pelirrojo norteamericano que por esa época fue a pasar vacaciones en Macondo, y con el<br />

pretexto <strong>de</strong> conocer los nuevos mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong> automóviles se hizo llevar a los talleres. Des<strong>de</strong> el<br />

momento en que lo vio, Meme <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> engañarse a sí misma, y comprendió que lo que pasaba en<br />

realidad era que no podía soportar los <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> estar a solas con Mauricio Babilonia, y la indigné<br />

la certidumbre <strong>de</strong> que éste lo había comprendido al verla llegar.<br />

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