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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

-Usted no es liberal ni es nada -le dijo Aureliano sin alterarse-. Usted no es más que un<br />

matarife.<br />

-En ese caso -replicó el doctor con igual calma- <strong>de</strong>vuélveme el frasquito. Ya no te hace falta.<br />

Sólo seis meses <strong>de</strong>spués supo Aureliano que el doctor lo había <strong>de</strong>sahuciado como hombre <strong>de</strong><br />

acción, por ser un sentimental sin porvenir, con un carácter pasivo y una <strong>de</strong>finida vocación<br />

solitaria. Trataron <strong>de</strong> cercarlo temiendo que <strong>de</strong>nunciara la conspiración. Aureliano los tranquilizó:<br />

no diría una palabra, pero la noche en que fueran a asesinar a la familia Moscote lo encontrarían<br />

a él <strong>de</strong>fendiendo la puerta. Demostró una <strong>de</strong>cisión tan convincente, que el plan se aplazó para<br />

una fecha in<strong>de</strong>finida. Fue por esos días que Úrsula consultó su opinión sobre el matrimonio <strong>de</strong><br />

Pietro Crespi y Amaranta, y él contestó que las tiempos no estaban para pensar en eso. Des<strong>de</strong><br />

hacía una semana llevaba bajo la camisa una pistola arcaica. Vigilaba a sus amigos. Iba par las<br />

tar<strong>de</strong>s a tomar el café con José Arcadio y Rebeca, que empezaban a or<strong>de</strong>nar su casa, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las<br />

siete jugaba dominó con el suegro. A la hora <strong>de</strong>l almuerzo conversaba con Arcadio, que era ya un<br />

adolescente monumental, y lo encontraba cada vez más exaltado can la inminencia <strong>de</strong> la guerra.<br />

En la escuela, don<strong>de</strong> Arcadio tenía alumnos mayores que él revueltos can niños que apenas empezaban<br />

a hablar, había prendido la fiebre liberal. Se hablaba <strong>de</strong> fusilar al padre Nicanor, <strong>de</strong><br />

convertir el templo en escuela, <strong>de</strong> implantar el amor libre. Aureliano procuró atemperar sus<br />

ímpetus. Le recomendó discreción y pru<strong>de</strong>ncia. Sordo a su razonamiento sereno, a su sentido <strong>de</strong><br />

la realidad, Arcadio le reprochó en público su <strong>de</strong>bilidad <strong>de</strong> carácter, Aureliano esperó. Par fin, a<br />

principios <strong>de</strong> diciembre, Úrsula irrumpió trastornada en el taller.<br />

-¡Estalló la guerra!<br />

En efecto, había estallado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tres meses. La ley marcial imperaba en todo el país. El<br />

único que la supo a tiempo fue don Apolinar Moscote, pero no le dio la noticia ni a su mujer,<br />

mientras llegaba el pelotón <strong>de</strong>l ejército que había <strong>de</strong> ocupar el pueblo por sorpresa. Entraron sin<br />

ruido antes <strong>de</strong>l amanecer, can das piezas <strong>de</strong> artillería ligera tiradas por mulas, y establecieron el<br />

cuartel en la escuela. Se impuso el toque <strong>de</strong> queda a las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. Se hizo una requisa más<br />

drástica que la anterior, casa por casa, y esta vez se llevaron hasta las herramientas <strong>de</strong> labranza.<br />

Sacaron a rastras al doctor Noguera, la amarraron a un árbol <strong>de</strong> la plaza y la fusilaron sin fórmula<br />

<strong>de</strong> juicio. El padre Nicanor trató <strong>de</strong> impresionar a las autorida<strong>de</strong>s militares can el milagro <strong>de</strong> la<br />

levitación, y un soldado lo <strong>de</strong>scalabró <strong>de</strong> un culatazo. La exaltación liberal se apagó en un terror<br />

silencioso. Aureliano, pálido, hermético, siguió jugando dominó con su suegro. Comprendió que a<br />

pesar <strong>de</strong> su título actual <strong>de</strong> jefe civil y militar <strong>de</strong> la plaza, don Apolinar Moscote era otra vez una<br />

autoridad <strong>de</strong>corativa. Las <strong>de</strong>cisiones las tomaba un capitán <strong>de</strong>l ejército que todas las mañanas recaudaba<br />

una manlieva extraordinaria para la <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n público. Cuatro soldados al<br />

mando suyo arrebataron a su familia una mujer que había sido mordida por un perro rabioso y la<br />

mataron a culatazos en plena calle. Un domingo, dos semanas <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la ocupación, Aureliano<br />

entró en la casa <strong>de</strong> Gerineldo <strong>Márquez</strong> y con su parsimonia habitual pidió un tazón <strong>de</strong> café sin<br />

azúcar. Cuando los dos quedaron solos en la cocina, Aureliano imprimió a su voz una autoridad<br />

que nunca se le había conocido. «Prepara los muchachos -dijo-. Nos vamos a la guerra.»<br />

Gerineldo <strong>Márquez</strong> no lo creyó.<br />

-¿Con qué armas? -preguntó.<br />

-Con las <strong>de</strong> ellos -contestó Aureliano.<br />

El martes a medianoche, en una operación <strong>de</strong>scabellada, veintiún hombres menores <strong>de</strong> treinta<br />

<strong>años</strong> al mando <strong>de</strong> Aureliano Buendía, armados con cuchillos <strong>de</strong> mesa y hierros afilados, tomaron<br />

por sorpresa la guarnición, se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> las armas y fusilaron en el patio al capitán y los<br />

cuatro soldados que habían asesinado a la mujer.<br />

Esa misma noche, mientras se escuchaban las <strong>de</strong>scargas <strong>de</strong>l pelotón <strong>de</strong> fusilamiento, Arcadio<br />

fue nombrado jefe civil y militar <strong>de</strong> la plaza. Los rebel<strong>de</strong>s casados apenas tuvieron tiempo <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>spedirse <strong>de</strong> sus esposas, a quienes abandonaron a sus propios recursos. Se fueron al<br />

amanecer, aclamados por la población liberada <strong>de</strong>l terror, para unirse a las fuerzas <strong>de</strong>l general<br />

revolucionario Victorio Medina, que según las últimas noticias andaba por el rumbo <strong>de</strong> Manaure.<br />

Antes <strong>de</strong> irse, Aureliano sacó a don Apolinar Moscote <strong>de</strong> un armario. «Usted se queda tranquilo,<br />

suegro -le dijo-. El nuevo gobierno garantiza, bajo palabra <strong>de</strong> honor, su seguridad personal y la<br />

<strong>de</strong> su familia.» Don Apolinar Moscote tuvo dificulta<strong>de</strong>s para i<strong>de</strong>ntificar aquel conspirador <strong>de</strong> botas<br />

altas y fusil terciado a la espalda con quien había jugado dominó hasta las nueve <strong>de</strong> la noche.<br />

-Esto es un disparate, Aurelito -exclamó.<br />

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