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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

Los únicos parientes que se enteraron, fueron José Arcadio y Rebeca, con quienes Arcadio<br />

mantenía entonces relaciones íntimas, fundadas no tanto en el parentesco como en la complicidad.<br />

José Arcadio había doblegado la cerviz al yugo matrimonial. El carácter firme <strong>de</strong> Rebeca,<br />

la voracidad <strong>de</strong> su vientre, su tenaz ambición, absorbieron la <strong>de</strong>scomunal energía <strong>de</strong>l marido, que<br />

<strong>de</strong> holgazán y mujeriego se convirtió en un enorme animal <strong>de</strong> trabajo. Tenían una casa limpia y<br />

or<strong>de</strong>nada. Rebeca la abría <strong>de</strong> par en par al amanecer, y el viento <strong>de</strong> las tumbas entraba por las<br />

ventanas y salía por las puertas <strong>de</strong>l patio, y <strong>de</strong>jaba las pare<strong>de</strong>s blanqueadas y los muebles<br />

curtidos por el salitre <strong>de</strong> los muertos. El hambre <strong>de</strong> tierra, el doc doc <strong>de</strong> los huesos <strong>de</strong> sus<br />

padres, la impaciencia <strong>de</strong> su sangre frente a la pasividad <strong>de</strong> Pietro Crespi, estaban relegados al<br />

<strong>de</strong>sván <strong>de</strong> la memoria. Todo el día bordaba junto a la ventana, ajena a la zozobra <strong>de</strong> la guerra,<br />

hasta que los potes <strong>de</strong> cerámica empezaban a vibrar en el aparador y ella se levantaba a calentar<br />

la comida, mucho antes <strong>de</strong> que aparecieran los escuálidos perros rastreadores y luego el coloso<br />

<strong>de</strong> polainas y espuelas y con escopeta <strong>de</strong> dos cañones, que a veces llevaba un venado al hombro<br />

y casi siempre un sartal <strong>de</strong> conejos o <strong>de</strong> patos silvestres. Una tar<strong>de</strong>, al principio <strong>de</strong> su gobierno,<br />

Arcadio fue a visitarlos <strong>de</strong> un modo intempestivo. No lo veían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que abandonaron la casa,<br />

pero se mostró tan cariñoso y familiar que lo invitaron a compartir el guisado.<br />

Sólo cuando tomaban el café reveló Arcadio el motivo <strong>de</strong> su visita: había recibido una <strong>de</strong>nuncia<br />

contra José Arcadio. Se <strong>de</strong>cía que empezó arando su patio y había seguido <strong>de</strong>recho por las tierras<br />

contiguas, <strong>de</strong>rribando cercas y arrasando ranchos con sus bueyes, hasta apo<strong>de</strong>rarse por la fuerza<br />

<strong>de</strong> los mejores predios <strong>de</strong>l contorno. A los campesinos que no había <strong>de</strong>spojado, porque no le<br />

interesaban sus tierras, les impuso una contribución que cobraba cada sábado con los perros <strong>de</strong><br />

presa y la escopeta <strong>de</strong> dos cañones. No lo negó. Fundaba su <strong>de</strong>recho en que las tierras usurpadas<br />

habían sido distribuidas por José Arcadio Buendía en los tiempos <strong>de</strong> la fundación, y creía posible<br />

<strong>de</strong>mostrar que su padre estaba loco <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, puesto que dispuso <strong>de</strong> un patrimonio que en<br />

realidad pertenecía a la familia. Era un alegato innecesario, porque Arcadio no había ido a hacer<br />

justicia. Ofreció simplemente crear una oficina <strong>de</strong> registro <strong>de</strong> la propiedad para que José Arcadio<br />

legalizara los títulos <strong>de</strong> la tierra usurpada, con la condición <strong>de</strong> que <strong>de</strong>legara en el gobierno local el<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> cobrar las contribuciones. Se pusieron <strong>de</strong> acuerdo. Años <strong>de</strong>spués, cuando el coronel<br />

Aureliano Buendía examinó los títulos <strong>de</strong> propiedad, encontró que estaban registradas a nombre<br />

<strong>de</strong> su hermano todas las tierras que se divisaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la colina <strong>de</strong> su patio hasta el horizonte,<br />

inclusive el cementerio, y que en los once meses <strong>de</strong> su mandato Arcadio había cargado no sólo<br />

con el dinero <strong>de</strong> las contribuciones, sino también con el que cobraba al pueblo por el <strong>de</strong>recho <strong>de</strong><br />

enterrar a los muertos en predios <strong>de</strong> José Arcadio.<br />

Úrsula tardó varios meses en saber lo que ya era <strong>de</strong>l dominio público, porque la gente se lo<br />

ocultaba para no aumentarle el sufrimiento. Empezó por sospecharlo. «Arcadio está construyendo<br />

una casa -le confió con fingido orgullo a su marido, mientras trataba <strong>de</strong> meterle en la boca una<br />

cucharada <strong>de</strong> jarabe <strong>de</strong> totumo. Sin embargo, suspiró involuntariamente: No sé por qué todo esto<br />

me huele mal.» Más tar<strong>de</strong>, cuando se enteró <strong>de</strong> que Arcadio no sólo había terminado la casa sino<br />

que se había encargado un mobiliario vienés, confirmó la sospecha <strong>de</strong> que estaba disponiendo <strong>de</strong><br />

los fondos públicos. «Eres la vergüenza <strong>de</strong> nuestro apellido», le gritó un domingo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

misa, cuando lo vio en la casa nueva jugando barajas con sus oficiales. Arcadio no le prestó<br />

atención. Sólo entonces supo Úrsula que tenía una hija <strong>de</strong> seis meses, y que Santa Sofía <strong>de</strong> la<br />

Piedad, con quien vivía sin casarse, estaba otra vez encinta. Resolvió escribirle al coronel<br />

Aureliano Buendía, en cualquier lugar en que se encontrara, para ponerlo al corriente <strong>de</strong> la situación.<br />

Pero los acontecimientos que se precipitaron por aquellos días no sólo impidieron sus<br />

propósitos, sino que la hicieron arrepentirse <strong>de</strong> haberlos concebido. La guerra, que hasta entonces<br />

no había sido más que una palabra para <strong>de</strong>signar una circunstancia vaga y remota, se<br />

concretó en una realidad dramática. A fines <strong>de</strong> febrero llegó a Macondo una anciana <strong>de</strong> aspecto<br />

ceniciento, montada en un burro cargado <strong>de</strong> escobas. Parecía tan inofensiva, que las patrullas <strong>de</strong><br />

vigilancia la <strong>de</strong>jaron pasar sin preguntas, como uno más <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>dores que a menudo<br />

llegaban <strong>de</strong> los pueblos <strong>de</strong> la ciénaga. Fue directamente al cuartel. Arcadio la recibió en el local<br />

don<strong>de</strong> antes estuvo el salón <strong>de</strong> clases, y que entonces estaba transformado en una especie <strong>de</strong><br />

campamento <strong>de</strong> retaguardia, con hamacas enrolladas y colgadas en las argollas y petates<br />

amontonados en los rincones, y fusiles y carabinas y hasta escopetas <strong>de</strong> cacería dispersos por el<br />

suelo. La anciana se cuadró en un saludo militar antes <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntificarse:<br />

-Soy el coronel Gregorio Stevenson.<br />

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