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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

con la misma letra metódica, la misma tinta ver<strong>de</strong> y la misma disposición preciosista <strong>de</strong> las<br />

palabras con que estaban escritas las instrucciones <strong>de</strong> manejo <strong>de</strong> la pianola, y dobló la carta con<br />

la punta <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos y se la escondió en el corpiño mirando a Amparo Moscote con una<br />

expresión <strong>de</strong> gratitud sin término ni condiciones y una callada promesa <strong>de</strong> complicidad hasta la<br />

muerte.<br />

La repentina amistad <strong>de</strong> Amparo Moscote y Rebeca Buendía <strong>de</strong>spertó las esperanzas <strong>de</strong><br />

Aureliano. El recuerdo <strong>de</strong> la pequeña Remedios no había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> torturaría, pero no encontraba<br />

la ocasión <strong>de</strong> verla. Cuando paseaba por el pueblo con sus amigos más próximos, Magnífico<br />

Visbal y Gerineldo <strong>Márquez</strong> -hijos <strong>de</strong> los fundadores <strong>de</strong> iguales nombres-, la buscaba con mirada<br />

ansiosa en el taller <strong>de</strong> costura y sólo veía a las hermanas mayores. La presencia <strong>de</strong> Amparo<br />

Moscote en la casa fue como una premonición. «Tiene que venir con ella -se <strong>de</strong>cía Aureliano en<br />

voz baja-. Tiene que venir.» Tantas veces se lo repitió, y con tanta convicción, que una tar<strong>de</strong> en<br />

que armaba en el taller un pescadito <strong>de</strong> oro, tuvo la certidumbre <strong>de</strong> que ella había respondido a<br />

su llamado. Poco <strong>de</strong>spués, en efecto, oyó la vocecita infantil, y al levantar la vista con el corazón<br />

helado <strong>de</strong> pavor, vio a la niña en la puerta con vestido <strong>de</strong> organdí rosado y botitas blancas.<br />

-Ahí no entres, Remedios -dijo Amparo Moscote en el corredor-. Están trabajando.<br />

Pero Aureliano no le dio tiempo <strong>de</strong> aten<strong>de</strong>r. Levantó el pescadito dorado prendido <strong>de</strong> una<br />

ca<strong>de</strong>nita que le salía por la boca, y le dijo:<br />

-Entra.<br />

Remedios se aproximó e hizo sobre el pescadito algunas preguntas, que Aureliano no pudo<br />

contestar porque se lo impedía un asma repentina. Quería quedarse para siempre, junto a ese<br />

cutis <strong>de</strong> lirio, junto a esos ojos <strong>de</strong> esmeralda, muy cerca <strong>de</strong> esa voz que a cada pregunta le <strong>de</strong>cía<br />

señor con el mismo respeto con que se lo <strong>de</strong>cía a su padre. Melquía<strong>de</strong>s estaba en el rincón,<br />

sentado al escritorio, garabateando signos in<strong>de</strong>scifrables. Aureliano lo odió. No pudo hacer nada,<br />

salvo <strong>de</strong>cirle a Remedios que le iba a regalar el pescadito, y la niña se asustó tanto con el<br />

ofrecimiento que abandonó a toda prisa el taller. Aquella tar<strong>de</strong> perdió Aureliano la recóndita<br />

paciencia con que había esperado la ocasión <strong>de</strong> verla, Descuidó el trabajo. La llamó muchas<br />

veces, en <strong>de</strong>sesperados esfuerzos <strong>de</strong> concentración, pero Remedios no respondió. La buscó en el<br />

taller <strong>de</strong> sus hermanas, en los visillos <strong>de</strong> su casa, en la oficina <strong>de</strong> su padre, pero solamente la<br />

encontró en la imagen que saturaba su propia y terrible <strong>soledad</strong>. Pasaba horas enteras con<br />

Rebeca en la sala <strong>de</strong> visita escuchando los valses <strong>de</strong> la pianola. Ella los escuchaba porque era la<br />

música con que Pietro Crespi la había enseñado a bailar. Aureliano los escuchaba simplemente<br />

porque todo, hasta la música, le recordaba a Remedios.<br />

La casa se llenó <strong>de</strong> amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los<br />

escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquía<strong>de</strong>s, en las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l baño, en la<br />

piel <strong>de</strong> sus brazos, y en todos aparecía Remedios transfigurada: Remedios en el aire soporífero <strong>de</strong><br />

las dos <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, Remedios 8n la callada respiración <strong>de</strong> las rosas, Remedios en la clepsidra<br />

secreta <strong>de</strong> las polillas, Remedios en el vapor <strong>de</strong>l pan al amanecer, Remedios en todas partes y<br />

Remedios para siempre. Rebeca esperaba el amor a las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> bordando junto a la<br />

ventana. Sabía que la mula <strong>de</strong>l correo no llegaba sino cada quince días, pero ella la esperaba<br />

siempre, convencida <strong>de</strong> que iba a llegar un día cualquiera por equivocación. Sucedió todo lo<br />

contrario: una vez la mula no llegó en la fecha prevista. Loca <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, Rebeca se<br />

levantó a media noche y comió puñados <strong>de</strong> tierra en el jardín, con una avi<strong>de</strong>z suicida, llorando <strong>de</strong><br />

dolor y <strong>de</strong> furia, masticando lombrices tiernas y astillándose las muelas con huesos <strong>de</strong> caracoles.<br />

Vomitó hasta el amanecer. Se hundió en un estado <strong>de</strong> postración febril, perdió la conciencia, y su<br />

corazón se abrió en un <strong>de</strong>lirio sin pudor. Úrsula, escandalizada, forzó la cerradura <strong>de</strong>l baúl, y<br />

encontró en el fondo, atadas con cintas color <strong>de</strong> rosa, las dieciséis cartas perfumadas y los<br />

esqueletos <strong>de</strong> hojas y pétalos conservados en libros antiguos y las mariposas disecadas que al<br />

tocarlas se convirtieron en polvo.<br />

Aureliano fue el único capaz <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r tanta <strong>de</strong>solación. Esa tar<strong>de</strong>, mientras Úrsula<br />

trataba <strong>de</strong> rescatar a Rebeca <strong>de</strong>l manglar <strong>de</strong>l <strong>de</strong>lirio, él fue con Magnífico Visbal y Gerineldo <strong>Márquez</strong><br />

a la tienda <strong>de</strong> Catarino. El establecimiento había sido ensanchado con una galería <strong>de</strong> cuartos<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra don<strong>de</strong> vivían mujeres solas olorosas a flores muertas. Un conjunto <strong>de</strong> acor<strong>de</strong>ón y<br />

tambores ejecutaba las canciones <strong>de</strong> Francisco el Hombre, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía varios <strong>años</strong> había<br />

<strong>de</strong>saparecido <strong>de</strong> Macondo. Los tres amigos bebieron guarapo fermentado. Magnífico y Gerineldo,<br />

contemporáneos <strong>de</strong> Aureliano, pero más diestros en las cosas <strong>de</strong>l mundo, bebían metódicamente<br />

con las mujeres sentadas en las piernas. Una <strong>de</strong> ellas, marchita y con la <strong>de</strong>ntadura orificada, le<br />

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