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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

Pietro Crespi le pidió que se casara con él. Ella no interrumpió su labor. Esperó a que pasara el<br />

caliente rubor <strong>de</strong> sus orejas e imprimió a su voz un sereno énfasis <strong>de</strong> madurez.<br />

-Por supuesto, Crespi -dijo-, pero cuando uno se conozca mejor. Nunca es bueno precipitar las<br />

cosas.<br />

Úrsula se ofuscó. A pesar <strong>de</strong>l aprecio que le tenía a Pietro Crespi, no lograba establecer si su<br />

<strong>de</strong>cisión era buena o mala <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista moral, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l prolongado y ruidoso<br />

noviazgo con Rebeca. Pero terminó por aceptarlo como un hecho sin calificación, porque nadie<br />

compartió sus dudas. Aureliano, que era el hombre <strong>de</strong> la casa, la confundió más con su<br />

enigmática y terminante opinión:<br />

-Éstas no son horas <strong>de</strong> andar pensando en matrimonios.<br />

Aquella opinión que Úrsula sólo comprendió algunos meses <strong>de</strong>spués era la única sincera que<br />

podía expresar Aureliano en ese momento, no sólo con respecto al matrimonio, sino a cualquier<br />

asunto que no fuera la guerra. Él mismo, frente al pelotón <strong>de</strong> fusilamiento, no había <strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r<br />

muy bien cómo se fue enca<strong>de</strong>nando la serie <strong>de</strong> sutiles pero irrevocables casualida<strong>de</strong>s que lo<br />

llevaron hasta ese punto. La muerte <strong>de</strong> Remedios no le produjo la conmoción que temía. Fue más<br />

bien un sordo sentimiento <strong>de</strong> rabia que paulatinamente se disolvió en una frustración solitaria y<br />

pasiva, semejante a la que experimentó en los tiempos en que estaba resignado a vivir sin mujer.<br />

Volvió a hundirse en el trabajo, pero conservó la costumbre <strong>de</strong> jugar dominó con su suegro. En<br />

una casa amordazada por el luto, las conversaciones nocturnas consolidaron la amistad <strong>de</strong> los dos<br />

hombres. «Vuelve a casarte, Aurelito -le <strong>de</strong>cía el suegro-. Tengo seis hijas para escoger.» En<br />

cierta ocasión, en vísperas <strong>de</strong> las elecciones, don Apolinar Moscote regresó <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus<br />

frecuentes viajes, preocupado por la situación política <strong>de</strong>l país. Los liberales estaban <strong>de</strong>cididos a<br />

lanzarse a la guerra. Como Aureliano tenía en esa época nociones muy confusas sobre las<br />

diferencias entre conservadores y liberales, su suegro le daba lecciones esquemáticas. Los<br />

liberales, le <strong>de</strong>cía, eran masones; gente <strong>de</strong> mala índole, partidaria <strong>de</strong> ahorcar a los curas, <strong>de</strong> implantar<br />

el matrimonio civil y el divorcio, <strong>de</strong> reconocer iguales <strong>de</strong>rechos a los hijos naturales que a<br />

los legítimos, y <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedazar al país en un sistema fe<strong>de</strong>ral que <strong>de</strong>spojara <strong>de</strong> po<strong>de</strong>res a la<br />

autoridad suprema. Los conservadores, en cambio, que habían recibido el po<strong>de</strong>r directamente <strong>de</strong><br />

Dios, propugnaban por la estabilidad <strong>de</strong>l or<strong>de</strong>n público y la moral familiar; eran los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong><br />

la fe <strong>de</strong> Cristo, <strong>de</strong>l principio <strong>de</strong> autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera<br />

<strong>de</strong>scuartizado en entida<strong>de</strong>s autónomas. Por sentimientos humanitarios, Aureliano simpatizaba<br />

con la actitud liberal respecto <strong>de</strong> los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong> los hijos naturales, pero <strong>de</strong> todos modos no entendía<br />

cómo se llegaba al extremo <strong>de</strong> hacer una guerra por cosas que no podían tocarse con las<br />

manos. Le pareció una exageración que su suegro se hiciera enviar para las elecciones seis<br />

soldados armados con fusiles, al mando <strong>de</strong> un sargento, en un pueblo sin pasiones políticas. No<br />

sólo llegaron, sino que fueron <strong>de</strong> casa en casa <strong>de</strong>comisando armas <strong>de</strong> cacería, machetes y hasta<br />

cuchillos <strong>de</strong> cocina, antes <strong>de</strong> repartir entre los hombres mayores <strong>de</strong> veintiún <strong>años</strong> las papeletas<br />

azules con los nombres <strong>de</strong> los candidatos conservadores, y las papeletas rojas con los nombres<br />

<strong>de</strong> los candidatos liberales. La víspera <strong>de</strong> las elecciones el propio don Apolinar Moscote leyó un<br />

bando que prohibía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la medianoche <strong>de</strong>l sábado, y por cuarenta y ocho horas, la venta <strong>de</strong><br />

bebidas alcohólicas y la reunión <strong>de</strong> más <strong>de</strong> tres personas que no fueran <strong>de</strong> la misma familia. Las<br />

elecciones transcurrieron sin inci<strong>de</strong>ntes. Des<strong>de</strong> las ocho <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l domingo se instaló en<br />

la plaza la urna <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra custodiada por los seis soldados. Se votó con entera libertad, como<br />

pudo comprobarlo el propio Aureliano, que estuvo casi todo el día con su suegro vigilando que<br />

nadie votara más <strong>de</strong> una vez. A las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, un repique <strong>de</strong> redoblante en la plaza<br />

anunció el término <strong>de</strong> la jornada, y don Apolinar Moscote selló la urna con una etiqueta cruzada<br />

con su firma. Esa noche, mientras jugaba dominó con Aureliano, le or<strong>de</strong>nó al sargento romper la<br />

etiqueta para contar los votos. Había casi tantas papeletas rojas como azules, pero el sargento<br />

sólo <strong>de</strong>jó diez rojas y completó la diferencia con azules. Luego volvieron a sellar la urna con una<br />

etiqueta nueva y al día siguiente a primera hora se la llevaron para la capital <strong>de</strong> la provincia. «Los<br />

liberales irán a la guerra», dijo Aureliano. Don Apolinar no <strong>de</strong>satendió sus fichas <strong>de</strong> dominó. «Si<br />

lo dices por los cambios <strong>de</strong> papeletas, no irán -dijo-. Se <strong>de</strong>jan algunas rojas para que no haya<br />

reclamos.» Aureliano comprendió las <strong>de</strong>sventajas <strong>de</strong> la oposición. «Si yo fuera liberal -dijo- iría a<br />

la guerra por esto <strong>de</strong> las papeletas.» Su suegro lo miró por encima <strong>de</strong>l marco <strong>de</strong> los anteojos.<br />

-Ay, Aurelito -dijo-, si tú fueras liberal, aunque fueras mi yerno, no hubieras visto el cambio <strong>de</strong><br />

las papeletas.<br />

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