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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />
Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />
sin disciplina. Aureliano no se preocupó <strong>de</strong> la invasión mientras no fueron a molestarlo en el<br />
cuarto <strong>de</strong> Melquía<strong>de</strong>s. Una mañana, dos niños empujaron la puerta, y se espantaron ante la<br />
visión <strong>de</strong>l hombre cochambroso y peludo que seguía <strong>de</strong>scifrando los pergaminos en la mesa <strong>de</strong><br />
trabajo. No se atrevieron a entrar, pero siguieren rondando la habitación. Se asomaban<br />
cuchicheando por las hendijas, arrojaban animales vivos por las claraboyas, y en una ocasión<br />
clavetearon por fuera la puerta y la ventana, y Aureliano necesitó medio día para forzarlas.<br />
Divertidos por la impunidad <strong>de</strong> sus travesuras, cuatro niños entraron otra mañana en el cuarto,<br />
mientras Aureliano estaba en la cocina, dispuestos a <strong>de</strong>struir los pergaminos. Pero tan pronto<br />
como se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> los pliegos amarillentos, una fuerza angélica los levantó <strong>de</strong>l suelo, y los<br />
mantuvo suspendidos en el aire, hasta que regresó Aureliano y les arrebató los pergaminos.<br />
Des<strong>de</strong> entonces no volvieron a molestarlo.<br />
Los cuatro niños mayores, que usaban pantalones cortos a pesar <strong>de</strong> que ya se asomaban a la<br />
adolescencia, se ocupaban <strong>de</strong> la apariencia personal <strong>de</strong> José Arcadio. Llegaban más temprano que<br />
los otros, y <strong>de</strong>dicaban la mañana a afeitarle, a darle masajes con toallas calientes, a cortarle y<br />
pulirle las uñas <strong>de</strong> las manos y los pies, a perfumarle con agua florida. En varias ocasiones se<br />
metieron en la alberca, para jabonarlo <strong>de</strong> pies a cabeza, mientras él flotaba boca arriba,<br />
pensando en Amaranta. Luego le secaban, le empolvaban el cuerpo, y lo vestían. Une <strong>de</strong> los<br />
niños, que tenía el cabello rubio y crespo, y los ojos <strong>de</strong> vidries rosados como les conejos, solía<br />
dormir en la casa. Eran tan firmes los vínculos que lo unían a José Arcadio que le acompañaba en<br />
sus insomnios <strong>de</strong> asmático, sin hablar, <strong>de</strong>ambulando con él por la casa en tinieblas. Una noche<br />
vieren en la alcoba don<strong>de</strong> dormía Úrsula un resplandor amarillo a través <strong>de</strong>l cemento cristalizado<br />
come si un sol subterráneo hubiera convertido en vitral el piso <strong>de</strong>l dormitorio. No tuvieren que<br />
encen<strong>de</strong>r el foco. Les bastó con levantar las placas quebradas <strong>de</strong>l rincón don<strong>de</strong> siempre estuve la<br />
cama <strong>de</strong> Úrsula, y don<strong>de</strong> el resplandor era más intenso, para encontrar la cripta secreta que<br />
Aureliano Segundo se cansó <strong>de</strong> buscar en el <strong>de</strong>lirio <strong>de</strong> las excavaciones. Allí estaban les tres<br />
sacos <strong>de</strong> lona cerrados con alambre <strong>de</strong> cobre y, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ellos, los siete mil doscientos catorce<br />
doblones <strong>de</strong> a cuatro, que seguían relumbrando como brasas en la oscuridad.<br />
El hallazgo <strong>de</strong>l tesoro fue como una <strong>de</strong>flagración. En vez <strong>de</strong> regresar a Roma con la<br />
intempestiva fortuna, que era el sueño madurado en la miseria, José Arcadio convirtió la casa en<br />
un paraíso <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>nte. Cambió por terciopelo nuevo las cortinas y el baldaquín <strong>de</strong>l dormitorio, y<br />
les hizo poner baldosas al piso <strong>de</strong>l bañe y azulejos a las pare<strong>de</strong>s. La alacena <strong>de</strong>l comedor se llenó<br />
<strong>de</strong> frutas azucaradas, jamones y encurtidos, y el granero en <strong>de</strong>suse volvió a abrirse para<br />
almacenar vinos y licores que el propio José Arcadio retiraba en la estación <strong>de</strong>l ferrocarril, en<br />
cajas marcadas con su nombre. Una noche, él y los cuatro niños mayores hicieren una fiesta que<br />
se prolongó hasta el amanecer. A las seis <strong>de</strong> la mañana salieron <strong>de</strong>snudos <strong>de</strong>l dormitorio,<br />
vaciaron la alberca y la llenaron <strong>de</strong> champaña. Se zambulleron en bandada, nadando come<br />
pájaros que volaran en un cielo dorado <strong>de</strong> burbujas fragantes, mientras José Arcadio fletaba boca<br />
arriba, al margen <strong>de</strong> la fiesta, evocando a Amaranta con los ojos abiertos. Permaneció así,<br />
ensimismado, rumiando la amargura <strong>de</strong> sus placeres equívocos, hasta <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que los niños<br />
se cansaren y se fueron en tropel al dormitorio, don<strong>de</strong> arrancaron las cortinas <strong>de</strong> terciopelo para<br />
secarse, y cuartearon en el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n la luna <strong>de</strong>l cristal <strong>de</strong> roca, y <strong>de</strong>sbarataron el baldaquín <strong>de</strong> la<br />
cama tratando <strong>de</strong> acostarse en tumulto. Cuando José Arcadio volvió <strong>de</strong>l baño, los encontró<br />
durmiendo apelotonados, <strong>de</strong>snudos, en una alcoba <strong>de</strong> naufragio Enar<strong>de</strong>cido no tanto por los<br />
estragos como por el asco y la lástima que sentía contra sí mismo en el <strong>de</strong>solado vacío <strong>de</strong> la<br />
saturnal, se armó con unas disciplinas <strong>de</strong> perrero eclesiástico que guardaba en el fondo <strong>de</strong>l baúl,<br />
junte con un cilicio y otros fierros <strong>de</strong> mortificación y penitencia, y expulsó a los niños <strong>de</strong> la casa,<br />
aullando come un loco, y azotándoles sin misericordia, como no lo hubiera hecho con una jauría<br />
<strong>de</strong> coyotes. Quedó <strong>de</strong>molido, con una crisis <strong>de</strong> asma que se prolongó por varios días, y que le dio<br />
el aspecto <strong>de</strong> un agonizante. A la tercera noche <strong>de</strong> tortura, vencido por la asfixia, fue al cuarto <strong>de</strong><br />
Aureliano pedirle el favor <strong>de</strong> que le comprara en una botica cercana unos polvos para inhalar. Fue<br />
así come hizo Aureliano su segunda salida a la calle. Sólo tuve que recorrer dos cuadras para<br />
llegar hasta la estrecha botica <strong>de</strong> polvorientas vidrieras con pomos <strong>de</strong> loza marcados en latín,<br />
don<strong>de</strong> una muchacha con la sigilosa belleza <strong>de</strong> una serpiente <strong>de</strong>l Nilo le <strong>de</strong>spachó el medicamento<br />
que José Arcadio le había escrito en un papel. La segunda visión <strong>de</strong>l pueblo <strong>de</strong>sierto, alumbrado<br />
apenas por las amarillentas bombillas <strong>de</strong> las calles, no <strong>de</strong>spertó en Aureliano más curiosidad que<br />
la primera vez. José Arcadio había alcanzado a pensar que había huido, cuando lo vio aparecer <strong>de</strong><br />
nuevo, un poco anhelante a causa <strong>de</strong> la prisa, arrastrando las piernas que el encierro y la falta <strong>de</strong><br />
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