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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

<strong>de</strong> usar un eufemismo para <strong>de</strong>signar cada cosa, que siempre hablaba <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> ella en<br />

jerigonza.<br />

-Esfetafa -<strong>de</strong>cía- esfe <strong>de</strong>fe lasfa quefe lesfe tifiefenenfe asfacofo afa sufu profopifiafa<br />

mifierfedafa.<br />

Un día, irritada con la burla, Fernanda quiso saber qué era lo que <strong>de</strong>cía Amaranta, y ella no<br />

usó eufemismos para contestarle.<br />

-Digo -dijo- que tú eres <strong>de</strong> las que confun<strong>de</strong>n el culo con las témporas.<br />

Des<strong>de</strong> aquel día no volvieron a dirigirse la palabra. Cuando las obligaban las circunstancias, se<br />

mandaban recados, o se <strong>de</strong>cían las cosas indirectamente. A pesar <strong>de</strong> la visible hostilidad la<br />

familia, Fernanda no renunció a la voluntad <strong>de</strong> imponer los hábitos <strong>de</strong> sus mayores. Terminó con<br />

la costumbre <strong>de</strong> comer en la cocina, y cuando cada quien tenía hambre, e impuso la obligación <strong>de</strong><br />

hacerlo a horas exactas en la mesa gran<strong>de</strong> <strong>de</strong>l comedor arreglada con manteles <strong>de</strong> lino, y con los<br />

can<strong>de</strong>labros y el servicio <strong>de</strong> plata. La solemnidad <strong>de</strong> un acto que Úrsula había consi<strong>de</strong>rado<br />

siempre como el más sencillo <strong>de</strong> la vida cotidiana creó un ambiente <strong>de</strong> estiramiento contra el cual<br />

se reveló primero que nadie el callado José Arcadio Segundo. Pero la costumbre se impuso, así<br />

como la <strong>de</strong> rezar el rosario antes <strong>de</strong> la cena, y llamó tanto la atención <strong>de</strong> los vecinos, que muy<br />

pronto circuló el rumor <strong>de</strong> que los Buendía no se sentaban a la mesa como los otros mortales,<br />

sino que habían convertido el acto <strong>de</strong> comer en una misa mayor. Hasta las supersticiones <strong>de</strong><br />

Úrsula, surgidas más bien <strong>de</strong> la inspiración momentánea que <strong>de</strong> la tradición, entraron en conflicto<br />

con las que Fernanda heredó <strong>de</strong> sus padres, y que estaban perfectamente <strong>de</strong>finidas y catalogadas<br />

para cada ocasión. Mientras Úrsula disfrutó <strong>de</strong>l dominio pleno <strong>de</strong> sus faculta<strong>de</strong>s, subsistieron<br />

algunos <strong>de</strong> los antiguos hábitos y la vida <strong>de</strong> la familia conservó una cierta influencia <strong>de</strong> sus<br />

corazonadas, pero cuando perdió la vista y el peso <strong>de</strong> los <strong>años</strong> la relegó a un rincón, el círculo <strong>de</strong><br />

rigi<strong>de</strong>z iniciado por Fernanda <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el momento en que llegó terminó por cerrarse<br />

completamente, y nadie más que ella <strong>de</strong>terminó el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> la familia. El negocio <strong>de</strong> repostería<br />

y animalitos <strong>de</strong> caramelo, que Santa Sofía <strong>de</strong> la Piedad mantenía por voluntad <strong>de</strong> Úrsula, era<br />

consi<strong>de</strong>rado por Fernanda como una actividad indigna, y no tardó en liquidarlo. Las puertas <strong>de</strong> la<br />

casa, abiertas <strong>de</strong> par en par <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el amanecer hasta la hora <strong>de</strong> acostarse, fueron cerradas<br />

durante la siesta, con el pretexto <strong>de</strong> que el sol recalentaba los dormitorios, y finalmente se cerraron<br />

para siempre. El ramo <strong>de</strong> sábila y el pan que estaban colgados en el dintel <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los<br />

tiempos <strong>de</strong> la fundación fueron reemplazados por un nicho <strong>de</strong>l Corazón <strong>de</strong> Jesús. El coronel<br />

Aureliano Buendía alcanzó a darse cuenta <strong>de</strong> aquellos cambios y previó sus consecuencias. «Nos<br />

estamos volviendo gente fina -protestaba-. A este paso, terminaremos peleando otra vez contra<br />

el régimen conservador, pero ahora para poner un rey en su lugar.» Fernanda, con muy buen<br />

tacto, se cuidó <strong>de</strong> no tropezar con él. Le molestaba íntimamente su espíritu in<strong>de</strong>pendiente, su<br />

resistencia a toda forma <strong>de</strong> rigi<strong>de</strong>z social. La exasperaban sus tazones <strong>de</strong> café a las cinco, el<br />

<strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n <strong>de</strong> su taller, su manta <strong>de</strong>shilachada y su costumbre <strong>de</strong> sentarse en la puerta <strong>de</strong> la calle<br />

al atar<strong>de</strong>cer. Pero tuvo que permitir esa pieza suelta <strong>de</strong>l mecanismo familiar, porque tenía la<br />

certidumbre <strong>de</strong> que el viejo coronel era un animal apaciguado por los <strong>años</strong> y la <strong>de</strong>silusión, que en<br />

un arranque <strong>de</strong> rebeldía senil podría <strong>de</strong>sarraigar los cimientos <strong>de</strong> la casa. Cuando su esposo<br />

<strong>de</strong>cidió ponerle al primer hijo el nombre <strong>de</strong>l bisabuelo, ella no se atrevió a oponerse, porque sólo<br />

tenía un año <strong>de</strong> haber llegado. Pero cuando nació la primera hija expresó sin reservas su <strong>de</strong>terminación<br />

<strong>de</strong> que se llamara Renata, como su madre. Úrsula había resuelto que se llamara<br />

Remedios. Al cabo <strong>de</strong> una tensa controversia, en la que Aureliano Segundo actuó como mediador<br />

divertido, la bautizaron con el nombre <strong>de</strong> Renata Remedios, pero Fernanda la siguió llamando<br />

Renata a secas, mientras la familia <strong>de</strong> su marido y todo el pueblo siguieron llamándola Meme,<br />

diminutivo <strong>de</strong> Remedios.<br />

Al principio, Fernanda no hablaba <strong>de</strong> su familia, pero con el tiempo empezó a i<strong>de</strong>alizar a su<br />

padre. Hablaba <strong>de</strong> él en la mesa como un ser excepcional que había renunciado a toda forma <strong>de</strong><br />

vanidad, y se estaba convirtiendo en santo. Aureliano Segundo, asombrado <strong>de</strong> la intempestiva<br />

magnificación <strong>de</strong>l suegro, no resistía a la tentación <strong>de</strong> hacer pequeñas burlas a espaldas <strong>de</strong> su<br />

esposa. El resto <strong>de</strong> la familia siguió el ejemplo. La propia Úrsula, que era en extremo celosa <strong>de</strong> la<br />

armonía familiar y que sufría en secreto con las fricciones domésticas, se permitió <strong>de</strong>cir alguna<br />

vez que el pequeño tataranieto tenía asegurado su porvenir pontifical, porque era «nieto <strong>de</strong> santo<br />

e hijo <strong>de</strong> reina y <strong>de</strong> cuatrero». A pesar <strong>de</strong> aquella sonriente conspiración, los niños se<br />

acostumbraron a pensar en el abuelo como en un ser legendario, que les transcribía versos<br />

piadosos en las cartas y les mandaba en cada Navidad un cajón <strong>de</strong> regalos que apenas si cabía<br />

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