27.10.2014 Views

García Márquez - Cien años de soledad

García Márquez - Cien años de soledad

García Márquez - Cien años de soledad

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

fusil sin carga, todavía agarrado por un brazo que había sido arrancado <strong>de</strong> cuajo. Tenía una<br />

frondosa cabellera <strong>de</strong> mujer enrollada en la nuca con una peineta, y en el cuello un escapulario<br />

con un pescadito <strong>de</strong> oro. Al voltearlo con la puntera <strong>de</strong> la bota para alumbrarle la cara, el capitán<br />

se quedó perplejo. «Mierda», exclamó. Otros oficiales se acercaron.<br />

Miren dón<strong>de</strong> vino a aparecer este hombre -les dijo el capitán-. Es Gregorio Stevenson,<br />

Al amanecer, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un consejo <strong>de</strong> guerra sumario, Arcadio fue fusilado contra el muro<br />

<strong>de</strong>l cementerio. En las dos últimas horas <strong>de</strong> su vida no logró enten<strong>de</strong>r por qué había <strong>de</strong>saparecido<br />

el miedo que lo atormentó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia. Impasible, sin preocuparse siquiera por <strong>de</strong>mostrar<br />

su reciente valor, escuchó los interminables cargos <strong>de</strong> la acusación. Pensaba en Úrsula, que a esa<br />

hora <strong>de</strong>bía estar bajo el castaño tomando el café con José Arcadio Buendía. Pensaba en su hija <strong>de</strong><br />

ocho meses, que aún no tenía nombre, y en el que iba a nacer en agosto, Pensaba en Santa Sofía<br />

<strong>de</strong> la Piedad, a quien la noche anterior <strong>de</strong>jó salando un venado para el almuerzo <strong>de</strong>l sábado, y<br />

añoró su cabello chorreado sobre los hombros y sus pestañas que parecían artificiales. Pensaba<br />

en su gente sin sentimentalismos, en un severo ajuste <strong>de</strong> cuentas con la vida, empezando a<br />

compren<strong>de</strong>r cuánto quería en realidad a las personas que más había odiado. El presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l<br />

consejo <strong>de</strong> guerra inició su discurso final, antes <strong>de</strong> que Arcadio cayera en la cuenta <strong>de</strong> que<br />

habrían transcurrido dos horas. «Aunque los cargos comprobados no tuvieran sobrados méritos -<br />

<strong>de</strong>cía el presi<strong>de</strong>nte-, la temeridad irresponsable y criminal con que el acusado empujó a sus<br />

subordinados a una muerte inútil, bastaría para merecerle la pena capital.» En la escuela<br />

<strong>de</strong>sportillada don<strong>de</strong> experimentó por primera vez la seguridad <strong>de</strong>l po<strong>de</strong>r, a pocos metros <strong>de</strong>l<br />

cuarto don<strong>de</strong> conoció la incertidumbre <strong>de</strong>l amor, Arcadio encontró ridículo el formalismo <strong>de</strong> la<br />

muerte. En realidad no le importaba la muerte sino la vida, y por eso la sensación que<br />

experimentó cuando pronunciaron la sentencia no fue una sensación <strong>de</strong> miedo sino <strong>de</strong> nostalgia.<br />

No habló mientras no le preguntaron cuál era su última voluntad.<br />

-Díganle a mi mujer -contestó con voz bien timbrada- que le ponga a la, niña el nombre <strong>de</strong><br />

Úrsula -hizo una pausa y confirmó-: Úrsula, como la abuela. Y díganle también que si el que va a<br />

nacer nace varón, que le pongan José Arcadio, pero no por el tío, sino por el abuelo.<br />

Antes <strong>de</strong> que lo llevaran al paredón, el padre Nicanor trató <strong>de</strong> asistirlo. «No tengo nada <strong>de</strong> qué<br />

arrepentirme», dijo Arcadio, y se puso a las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l pelotón <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tomarse una taza <strong>de</strong><br />

café negro. El jefe <strong>de</strong>l pelotón, especialista en ejecuciones sumarias, tenía un nombre que era<br />

mucho más que una casualidad: capitán Roque Carnicero. Camino <strong>de</strong>l cementerio, bajo la llovizna<br />

persistente, Arcadio observó que en el horizonte <strong>de</strong>spuntaba un miércoles radiante. La nostalgia<br />

se <strong>de</strong>svanecía con la niebla y <strong>de</strong>jaba en su lugar una inmensa curiosidad. Sólo cuando le<br />

or<strong>de</strong>naron ponerse <strong>de</strong> espaldas al muro, Arcadio vio a Rebeca con el pelo mojado y un vestido <strong>de</strong><br />

flores rosadas abriendo la casa <strong>de</strong> par en par. Hizo un esfuerzo para que le reconociera. En<br />

efecto, Rebeca miró casualmente hacia el muro y se quedó paralizada <strong>de</strong> estupor, y apenas pudo<br />

reaccionar para hacerle a Arcadio una señal <strong>de</strong> adiós con la mano. Arcadio le contestó en la<br />

misma forma. En ese instante lo apuntaron las bocas ahumadas <strong>de</strong> los fusiles y oyó letra por letra<br />

las encíclicas cantadas <strong>de</strong> Melquía<strong>de</strong>s y sintió los pasos perdidos <strong>de</strong> Santa Bofia <strong>de</strong> la Piedad,<br />

virgen, en el salón <strong>de</strong> clases, y experimentó en la nariz la misma dureza <strong>de</strong> hielo que le había<br />

llamado la atención en las fosas nasales <strong>de</strong>l cadáver <strong>de</strong> Remedios. «¡Ah, carajo! -alcanzó a<br />

pensar-, se me olvidó <strong>de</strong>cir que si nacía mujer la pusieran Remedios.» Entonces, acumulado en<br />

un zarpazo <strong>de</strong>sgarrador, volvió a sentir todo el terror que le atormentó en la vida. El capitán dio<br />

la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> fuego. Arcadio apenas tuvo tiempo <strong>de</strong> sacar el pecho y levantar la cabeza sin<br />

compren<strong>de</strong>r <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> fluía el líquido ardiente que le quemaba los muslos.<br />

-¡Cabrones! -gritó-. ¡Viva el partido liberal!<br />

51

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!