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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

<strong>de</strong> espacio. Entonces sacó el dinero acumulado en largos <strong>años</strong> <strong>de</strong> dura labor, adquirió<br />

compromisos con sus clientes, y emprendió la ampliación <strong>de</strong> la casa. Dispuso que se construyera<br />

una sala formal para las visitas, otra más cómoda y fresca para el uso diario, un comedor para<br />

una mesa <strong>de</strong> doce puestas don<strong>de</strong> se sentara la familia con todos sus invitados; nueve dormitorios<br />

con ventanas hacia el patio y un largo corredor protegido <strong>de</strong>l resplandor <strong>de</strong>l mediodía por un<br />

jardín <strong>de</strong> rasas, con un pasamanos para poner macetas <strong>de</strong> helechos y tiestos <strong>de</strong> begonias.<br />

Dispuso ensanchar la cocina para construir das hornos, <strong>de</strong>struir el viejo granero don<strong>de</strong> Pilar<br />

Ternera le leyó el porvenir a José Arcadio, y construir otro das veces más gran<strong>de</strong> para que nunca<br />

faltaran los alimentos en la casa. Dispuso construir en el patio, a la sombra <strong>de</strong>l castaño, un baño<br />

para las mujeres y otra para los hombres, y al fondo una caballeriza gran<strong>de</strong>, un gallinero<br />

alambrado, un establo <strong>de</strong> or<strong>de</strong>ña y una pajarera abierta a los cuatro vientos para que se<br />

instalaran a su gusta los pájaros sin rumbo. Seguida por docenas <strong>de</strong> albañiles y carpinteros,<br />

como si hubiera contraído la fiebre alucinante <strong>de</strong> su esposa, Úrsula or<strong>de</strong>naba la posición <strong>de</strong> la luz<br />

y la conducta <strong>de</strong>l calor, y repartía el espacio sin el menor sentido <strong>de</strong> sus límites. La primitiva<br />

construcción <strong>de</strong> los fundadores se llenó <strong>de</strong> herramientas y materiales, <strong>de</strong> obreros agobiados por<br />

el sudar, que le pedían a todo el mundo el favor <strong>de</strong> no estorbar, sin pensar que eran ellos quienes<br />

estorbaban, exasperados por el talego <strong>de</strong> huesas humanos que los perseguía por todas partes<br />

can su sorda cascabeleo. En aquella incomodidad, respirando cal viva y melaza <strong>de</strong> alquitrán,<br />

nadie entendió muy bien cómo fue surgiendo <strong>de</strong> las entrañas <strong>de</strong> la tierra no sólo la casa más<br />

gran<strong>de</strong> que habría nunca en el pueblo, sino la más hospitalaria y fresca que hubo jamás en el<br />

ámbito <strong>de</strong> la ciénaga. José Arcadio Buendía, tratando <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>r a la Divina Provi<strong>de</strong>ncia en<br />

medio <strong>de</strong>l cataclismo, fue quien menos lo entendió. La nueva casa estaba casi terminada cuando<br />

Úrsula lo sacó <strong>de</strong> su mundo quimérico para informarle que había or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> pintar la fachada <strong>de</strong><br />

azul, y no <strong>de</strong> blanca como ellos querían. Le mostró la disposición oficial escrita en un papel. José<br />

Arcadio Buendía, sin compren<strong>de</strong>r lo que <strong>de</strong>cía su esposa, <strong>de</strong>scifró la firma.<br />

-¿Quién es este tipo? -preguntó.<br />

-El corregidor -dijo Úrsula <strong>de</strong>sconsolada-. Dicen que es una autoridad que mandó el gobierno.<br />

Don Apolinar Moscote, el corregidor, había llegado a Macondo sin hacer ruido. Se bajó en el<br />

Hotel <strong>de</strong> Jacob -instalado por uno <strong>de</strong> los primeras árabes que llegaron haciendo cambalache <strong>de</strong><br />

chucherías por guacamayas- y al día siguiente alquiló un cuartito con puerta hacia la calle, a dos<br />

cuadras <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> los Buendía. Puso una mesa y una silla que les compró a Jacob, clavó en la<br />

pared un escudo <strong>de</strong> la república que había traído consigo, y pintó en la puerta el letrero: Corregidor.<br />

Su primera disposición fue or<strong>de</strong>nar que todas las casas se pintaran <strong>de</strong> azul para celebrar<br />

el aniversario <strong>de</strong> la in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia nacional. José Arcadio Buendía, con la copia <strong>de</strong> la or<strong>de</strong>n en la<br />

mano, lo encontró durmiendo la siesta en una hamaca que había colgada en el escueto <strong>de</strong>spacho.<br />

«¿Usted escribió este papel?», le preguntó. Don Apolinar Moscote, un hombre maduro, tímido, <strong>de</strong><br />

complexión sanguínea, contestó que sí. «¿Can qué <strong>de</strong>recho?», volvió a preguntar José Arcadio<br />

Buendía. Don Apolinar Moscote buscó un papel en la gaveta <strong>de</strong> la mesa y se lo mostró: «He sido<br />

nombrada corregidor <strong>de</strong> este pueblo. » José Arcadio Buendía ni siquiera miró el nombramiento.<br />

-En este pueblo no mandamos con papeles -dijo sin per<strong>de</strong>r la calma-. Y para que lo sepa <strong>de</strong><br />

una vez, no necesitamos ningún corregidor porque aquí no hay nada que corregir.<br />

Ante la impavi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> don Apolinar Mascote, siempre sin levantar la voz, hizo un pormenorizada<br />

recuento <strong>de</strong> cómo habían fundado la al<strong>de</strong>a, <strong>de</strong> cómo se habían repartido la tierra, abierto los<br />

caminos e introducido las mejoras que les había ido exigiendo la necesidad, sin haber molestado<br />

a gobierno alguno y sin que nadie los molestara. «Somos tan pacíficos que ni siquiera nos hemos<br />

muerto <strong>de</strong> muerte natural -dijo-. Ya ve que todavía no tenemos cementerio.» No se dolió <strong>de</strong> que<br />

el gobierno no los hubiera ayudado. Al contrario, se alegraba <strong>de</strong> que hasta entonces las hubiera<br />

<strong>de</strong>jado crecer en paz, y esperaba que así los siguiera <strong>de</strong>jando, porque ellas no habían fundado un<br />

pueblo para que el primer advenedizo les fuera a <strong>de</strong>cir lo que <strong>de</strong>bían hacer. Don Apolinar Moscote<br />

se había puesto un saco <strong>de</strong> dril, blanco como sus pantalones, sin per<strong>de</strong>r en ningún momento la<br />

pureza <strong>de</strong> sus a<strong>de</strong>manes.<br />

-De modo que si usted se quiere quedar aquí, como otro ciudadana común y corriente, sea<br />

muy bienvenido -concluyó José Arcadio Buendía-. Pero si viene a implantar el <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n obligando<br />

a la gente que pinte su casa <strong>de</strong> azul, pue<strong>de</strong> agarrar sus corotos y largarse por don<strong>de</strong> vino. Porque<br />

mi casa ha <strong>de</strong> ser blanca como una paloma.<br />

Don Apolinar Moscote se puso pálido. Dio un paso atrás y apretó las mandíbulas para <strong>de</strong>cir con<br />

una cierta aflicción:<br />

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