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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

El caballero instalaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces la banda <strong>de</strong> música junto a la ventana <strong>de</strong> Remedios, la<br />

bella, y a veces hasta el amanecer. Aureliano Segundo fue el único que sintió por él una<br />

compasión cordial, y trató <strong>de</strong> quebrantar su perseverancia. «No pierda más el tiempo -le dijo una<br />

noche-. Las mujeres <strong>de</strong> esta casa son peores que las mulas.» Le ofreció su amistad, lo invitó a<br />

bañarse en champaña, trató <strong>de</strong> hacerle enten<strong>de</strong>r que las hembras <strong>de</strong> su familia tenían entrañas<br />

<strong>de</strong> pe<strong>de</strong>rnal, pero no consiguió vulnerar su obstinación. Exasperado por las interminables noches<br />

<strong>de</strong> música, el coronel Aureliano Buendía lo amenazó con curarle la aflicción a pistoletazos. Nada<br />

lo hizo <strong>de</strong>sistir, salvo su propio y lamentable estado <strong>de</strong> <strong>de</strong>smoralización. De apuesto e impecable<br />

se hizo vil y harapiento. Se rumoraba que había abandonado po<strong>de</strong>r y fortuna en su lejana nación,<br />

aunque en verdad no se conoció nunca su origen. Se volvió hombre <strong>de</strong> pleitos, pen<strong>de</strong>nciero <strong>de</strong><br />

cantina, y amaneció revolcado en sus propias excrecencias en la tienda <strong>de</strong> Catarino. Lo más triste<br />

<strong>de</strong> su drama era que Remedios, la bella, no se fijó en él ni siquiera cuando se presentaba a la<br />

iglesia vestido <strong>de</strong> príncipe. Recibió la rosa amarilla sin la menor malicia, más bien divertida por la<br />

extravagancia <strong>de</strong>l gesto, y se levantó la mantilla para verle mejor la cara y no para mostrarle la<br />

suya.<br />

En realidad, Remedios, la bella, no era un ser <strong>de</strong> este mundo. Hasta muy avanzada la<br />

pubertad, Santa Sofía <strong>de</strong> la Piedad tuvo que bañarla y ponerle la ropa, y aun cuando pudo valerse<br />

por sí misma había que vigilarla para que no pintara animalitos en las pare<strong>de</strong>s con una varita<br />

embadurnada <strong>de</strong> su propia caca. Llegó a los veinte <strong>años</strong> sin apren<strong>de</strong>r a leer y escribir, sin servirse<br />

<strong>de</strong> los cubiertos en la mesa, paseándose <strong>de</strong>snuda por la casa, porque su naturaleza se resistía a<br />

cualquier clase <strong>de</strong> convencionalismos. Cuando el joven comandante <strong>de</strong> la guardia le <strong>de</strong>claró su<br />

amor, lo rechazó sencillamente porque la asombró frivolidad. «Fíjate qué simple es -le dijo a<br />

Amaranta-. Dice que se está muriendo por mi, como si yo fuera un cólico miserere.» Cuando en<br />

efecto lo encontraron muerto junto a su ventana, Remedios, la bella, confirmó su impresión<br />

inicial.<br />

-Ya ven -comentó-. Era completamente simple. Parecía como si una luci<strong>de</strong>z penetrante le<br />

permitiera ver la realidad <strong>de</strong> las cosas más allá <strong>de</strong> cualquier formalismo. Ese era al menos el<br />

punto <strong>de</strong> vista <strong>de</strong>l coronel Aureliano Buendía, para quien Remedios, la bella, no era en modo<br />

alguno retrasada mental, como se creía, sino todo lo contrario. «Es como si viniera <strong>de</strong> regreso <strong>de</strong><br />

veinte <strong>años</strong> <strong>de</strong> guerra», solía <strong>de</strong>cir. Úrsula, por su parte, le agra<strong>de</strong>cía a Dios que hubiera<br />

premiado a la familia con una criatura <strong>de</strong> una pureza excepcional, pero al mismo tiempo la<br />

conturbaba su hermosura, porque le parecía una virtud contradictoria, una trampa diabólica en el<br />

centro <strong>de</strong> la candi<strong>de</strong>z. Fue por eso que <strong>de</strong>cidió apartarla <strong>de</strong>l mundo, preservarla <strong>de</strong> toda tentación<br />

terrenal, sin saber que Remedios, la bella, ya <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el vientre <strong>de</strong> su madre, estaba a salvo <strong>de</strong><br />

cualquier contagio. Nunca le pasó por la cabeza la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que la eligieran reina <strong>de</strong> la belleza en<br />

el pan<strong>de</strong>mónium <strong>de</strong> un carnaval. Pero Aureliano Segundo, embullado con la ventolera <strong>de</strong><br />

disfrazarse <strong>de</strong> tigre, llevó al padre Antonio Isabel a la casa para que convenciera a Úrsula <strong>de</strong> que<br />

el carnaval no era una fiesta pagana, como ella <strong>de</strong>cía, sino una tradición católica. Finalmente convencida,<br />

aunque a regañadientes, dio el consentimiento para la coronación.<br />

La noticia <strong>de</strong> que Remedios Buendía iba a ser la soberana <strong>de</strong>l festival, rebasó en pocas horas<br />

los límites <strong>de</strong> la ciénaga, llegó hasta lejanos territorios don<strong>de</strong> se ignoraba el inmenso prestigio <strong>de</strong><br />

su belleza, y suscitó la inquietud <strong>de</strong> quienes todavía consi<strong>de</strong>raban su apellido como un símbolo <strong>de</strong><br />

la subversión. Era una inquietud infundada. Si alguien resultaba inofensivo en aquel tiempo, era<br />

el envejecido y <strong>de</strong>sencantado coronel Aureliano Buendía, que poco a poco había ido perdiendo<br />

todo contacto con la realidad <strong>de</strong> la nación. Encerrado en su taller, su única relación con el resto<br />

<strong>de</strong>l mundo era el comercio <strong>de</strong> pescaditos <strong>de</strong> oro. Uno <strong>de</strong> los antiguos soldados que vigilaron su<br />

casa en los primeros días <strong>de</strong> la paz, iba a ven<strong>de</strong>rlos a las poblaciones <strong>de</strong> la ciénaga, y regresaba<br />

cargado <strong>de</strong> monedas y <strong>de</strong> noticias. Que el gobierno conservador, <strong>de</strong>cía, con el apoyo <strong>de</strong> los<br />

liberales, estaba reformando el calendario para que cada presi<strong>de</strong>nte estuviera cien <strong>años</strong> en el<br />

po<strong>de</strong>r. Que por fin se había firmado el concordato con la Santa Se<strong>de</strong>, y que había venido <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

Roma un car<strong>de</strong>nal con una corona <strong>de</strong> diamantes y en un trono <strong>de</strong> oro macizo, y que los ministros<br />

liberales se habían hecho retratar <strong>de</strong> rodillas en el acto <strong>de</strong> besarle el anillo. Que la corista<br />

principal <strong>de</strong> una compañía española, <strong>de</strong> paso por la capital, había sido secuestrada en su<br />

camerino por un grupo <strong>de</strong> enmascarados, y el domingo siguiente había bailado <strong>de</strong>snuda en la<br />

casa <strong>de</strong> verano <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la república. «No me hables <strong>de</strong> política -le <strong>de</strong>cía el coronel-.<br />

Nuestro asunto es ven<strong>de</strong>r pescaditos.» El rumor público <strong>de</strong> que no quería saber nada <strong>de</strong> la<br />

situación <strong>de</strong>l país porque se estaba enriqueciendo con su taller, provocó las risas <strong>de</strong> Úrsula<br />

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