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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

recuerdo no sólo con la distancia, sino con un encarnizamiento aturdido que sus compañeros <strong>de</strong><br />

armas calificaban <strong>de</strong> temeridad, pero mientras más revolcaba su imagen en el muladar <strong>de</strong> la<br />

guerra, más la guerra se parecía a Amaranta. Así pa<strong>de</strong>ció el exilio, buscando la manera <strong>de</strong><br />

matarla con su propia muerte, hasta que le oyó contar a alguien el viejo cuento <strong>de</strong>l hombre que<br />

se casó con una tía que a<strong>de</strong>más era su prima y cuyo hijo terminó siendo abuelo <strong>de</strong> sí mismo.<br />

-¿Es que uno se pue<strong>de</strong> casar con una tía? -preguntó él, asombrado.<br />

-No sólo se pue<strong>de</strong> -le contestó un soldado- sino que estamos haciendo esta guerra contra los<br />

curas para que uno se pueda casar con su propia madre.<br />

Quince días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>sertó. Encontró a Amaranta más ajada que en el recuerdo, más<br />

melancólica y pudibunda, y ya doblando en realidad el último cabo <strong>de</strong> la madurez, pero más febril<br />

que nunca en las tinieblas <strong>de</strong>l dormitorio y más <strong>de</strong>safiante que nunca en la agresividad <strong>de</strong> su<br />

resistencia. «Eres un bruto -le <strong>de</strong>cía Amaranta, acosada por sus perros <strong>de</strong> presa-. No es cierto<br />

que se le pueda hacer esto a una pobre tía, como no sea con dispensa especial <strong>de</strong>l Papa.»<br />

Aureliano José prometía ir a Roma, prometía recorrer a Europa <strong>de</strong> rodillas, y besar las sandalias<br />

<strong>de</strong>l Sumo Pontífice sólo para que ella bajara sus puentes levadizos.<br />

-No es sólo eso-rebatía Amaranta-. Es que nacen los hijos con cola <strong>de</strong> puerco.<br />

Aureliano José era sordo a todo argumento.<br />

-Aunque nazcan armadillos -suplicaba.<br />

Una madrugada, vencido por el dolor insoportable <strong>de</strong> la virilidad reprimida, fue a la tienda <strong>de</strong><br />

Catarino. Encontró una mujer <strong>de</strong> senos fláccidos, cariñosa y barata, que le apaciguó el vientre por<br />

algún tiempo. Trató <strong>de</strong> aplicarle a Amaranta el tratamiento <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sprecio. La veía en el corredor,<br />

cosiendo en una máquina <strong>de</strong> manivela que había aprendido a manejar con habilidad admirable, y<br />

ni siquiera le dirigía la palabra. Amaranta se sintió liberada <strong>de</strong> un lastre, y ella misma no comprendió<br />

por qué volvió a pensar entonces en el coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>, por qué evocaba con<br />

tanta nostalgia las tar<strong>de</strong>s <strong>de</strong> damas chinas, y por qué llegó inclusive a <strong>de</strong>searlo como hombre <strong>de</strong><br />

dormitorio. Aureliano José no se imaginaba cuánto terreno había perdido, la noche en que no<br />

pudo resistir más la farsa <strong>de</strong> la indiferencia, y volvió al cuarto <strong>de</strong> Amaranta. Ella lo rechazó con<br />

una <strong>de</strong>terminación inflexible, inequívoca, y echó para siempre la aldaba <strong>de</strong>l dormitorio.<br />

Pocos meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l regreso <strong>de</strong> Aureliano José, se presentó en la casa una mujer<br />

exuberante, perfumada <strong>de</strong> jazmines, con un niño <strong>de</strong> unos cinco <strong>años</strong>. Afirmó que era hijo <strong>de</strong>l<br />

coronel Aureliano Buendía y lo llevaba para que Úrsula lo bautizara. Nadie puso en duda el origen<br />

<strong>de</strong> aquel niño sin nombre: era igual al coronel, por los tiempos en que lo llevaron a conocer el<br />

hielo. La mujer contó que había nacido con los ojos abiertos mirando a la gente con criterio <strong>de</strong><br />

persona mayor, y que le asustaba su manera <strong>de</strong> fijar la mirada en las cosas sin parpa<strong>de</strong>ar. «Es<br />

idéntico -dijo Úrsula-. Lo único que falta es que haga rodar las sillas con sólo mirarlas.» Lo<br />

bautizaron con el nombre <strong>de</strong> Aureliano, y con el apellido <strong>de</strong> su madre, porque la ley no le<br />

permitía llevar el apellido <strong>de</strong>l padre mientras éste no lo reconociera. El general Moncada sirvió <strong>de</strong><br />

padrino. Aunque Amaranta insistió en que se lo <strong>de</strong>jaran para acabar <strong>de</strong> criarlo, la madre se<br />

opuso.<br />

Úrsula ignoraba entonces la costumbre <strong>de</strong> mandar doncellas a los dormitorios <strong>de</strong> los guerreros,<br />

como se les soltaba gallinas a los gallos finos, pero en el curso <strong>de</strong> ese año se enteró: nueve hijos<br />

más <strong>de</strong>l coronel Aureliano Buendía fueron llevados a la casa para ser bautizados. El mayor, un<br />

extraño moreno <strong>de</strong> ojos ver<strong>de</strong>s que nada tenía que ver con la familia paterna, había pasado <strong>de</strong><br />

los diez <strong>años</strong>. Llevaron niños <strong>de</strong> todas las eda<strong>de</strong>s, <strong>de</strong> todos los colores, pero todos varones, y<br />

todos con un aire <strong>de</strong> <strong>soledad</strong> que no permitía poner en duda el parentesco. Sólo dos se<br />

distinguieron <strong>de</strong>l montón. Uno, <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong> para su edad, que hizo añicos los floreros y<br />

varias piezas <strong>de</strong> la vajilla, porque sus manos parecían tener la propiedad <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedazar todo lo<br />

que tocaban. El otro era un rubio con los mismos ojos garzos <strong>de</strong> su madre, a quien habían <strong>de</strong>jado<br />

el cabello largo y con bucles, como a una mujer. Entró a la casa con mucha familiaridad, como si<br />

hubiera sido criado en ella, y fue directamente a un arcón <strong>de</strong>l dormitorio <strong>de</strong> Úrsula, y exigió:<br />

«Quiero la bailarina <strong>de</strong> cuerda.» Úrsula se asustó. Abrió el arcón, rebuscó entre los anticuados<br />

y polvorientos objetos <strong>de</strong> los tiempos <strong>de</strong> Melquia<strong>de</strong>s y encontró envuelta en un par <strong>de</strong> medias la<br />

bailarina <strong>de</strong> cuerda que alguna vez llevó Pietro Crespi a la casa, y <strong>de</strong> la cual nadie había vuelto a<br />

acordarse. En menos <strong>de</strong> doce <strong>años</strong> bautizaron con ~ nombre <strong>de</strong> Aureliano, y con el apellido <strong>de</strong> la<br />

madre, a todos los hijos que diseminó el coronel a lo largo y a le ancho <strong>de</strong> sus territorios <strong>de</strong><br />

guerra; diecisiete. Al principio, Úrsula les llenaba los bolsillos <strong>de</strong> dinero y Amaranta intentaba<br />

quedarse con ellos. Pero terminaron por limitarse a hacerles un regalo y a servirles <strong>de</strong> madrinas.<br />

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