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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

terrenal consiguió romper. Salió a la calle en una ocasión, ya muy vieja, con unos zapatos color<br />

<strong>de</strong> plata antigua y un sombrero <strong>de</strong> flores minúsculas, por la época en que pasó por el pueblo el<br />

Judío Errante y provocó un calor tan intenso que los pájaros rompían las alambreras <strong>de</strong> las<br />

ventanas para morir en los dormitorios. La última vez que alguien la vio con vida fue cuando<br />

mató <strong>de</strong> un tiro certero a un ladrón que trató <strong>de</strong> forzar la puerta <strong>de</strong> su casa. Salvo Argénida, su<br />

criada y confi<strong>de</strong>nte, nadie volvió a tener contacto con ella <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces. En un tiempo se supo<br />

que escribía cartas al Obispo, a quien consi<strong>de</strong>raba como su primo hermano, pero nunca se dijo<br />

que hubiera recibido respuesta. El pueblo la olvidó.<br />

A pesar <strong>de</strong> su regreso triunfal, el coronel Aureliano Buendía no se entusiasmaba con las<br />

apariencias. Las tropas <strong>de</strong>l gobierno abandonaban las plazas sin resistencia, y eso suscitaba en la<br />

población liberal una ilusión <strong>de</strong> victoria que no convenía <strong>de</strong>fraudar, pero los revolucionarios<br />

conocían la verdad, y más que nadie el coronel Aureliano Buendía. Aunque en ese momento<br />

mantenía más <strong>de</strong> cinco mil hombres bajo su mando y dominaba dos estados <strong>de</strong>l litoral, tenía<br />

conciencia <strong>de</strong> estar acorralado contra el mar, y metido en una situación política tan confusa que<br />

cuando or<strong>de</strong>nó restaurar la torre <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong>sbaratada por un cañonazo <strong>de</strong>l ejército, el padre<br />

Nicanor comentó en su lecho <strong>de</strong> enfermo: «Esto es un disparate: los <strong>de</strong>fensores <strong>de</strong> la fe <strong>de</strong> Cristo<br />

<strong>de</strong>struyen el templo y los masones lo mandan componer.» Buscando una tronera <strong>de</strong> escape<br />

pasaba horas y horas en la oficina telegráfica, conferenciando con los jefes <strong>de</strong> otras plazas, y<br />

cada vez salía con la impresión más <strong>de</strong>finida <strong>de</strong> que la guerra estaba estancada. Cuando se<br />

recibían noticias <strong>de</strong> nuevos triunfos liberales se proclamaban con bandos <strong>de</strong> júbilo, pero él medía<br />

en los mapas su verda<strong>de</strong>ro alcance, y comprendía que sus huestes estaban penetrando en la<br />

selva, <strong>de</strong>fendiéndose <strong>de</strong> la malaria y los mosquitos, avanzando en sentido contrario al <strong>de</strong> la<br />

realidad. «Estamos perdiendo el tiempo -se quejaba ante sus oficiales-. Estaremos perdiendo el<br />

tiempo mientras los carbones <strong>de</strong>l partido estén mendigando un asiento en el congreso.» En<br />

noches <strong>de</strong> vigilia, tendido boca arriba en la hamaca que colgaba en el mismo cuarto en que<br />

estuvo con<strong>de</strong>nado a muerte, evocaba la imagen <strong>de</strong> los abogados vestidos <strong>de</strong> negro que<br />

abandonaban el palacio presi<strong>de</strong>ncial en el hielo <strong>de</strong> la madrugada con el cuello <strong>de</strong> los abrigos<br />

levantado hasta las orejas, frotándose las manos, cuchicheando, refugiándose en los cafetines<br />

lúgubres <strong>de</strong>l amanecer, para especular sobre lo que quiso <strong>de</strong>cir el presi<strong>de</strong>nte cuando dijo que sí,<br />

o lo que quiso <strong>de</strong>cir cuando dijo que no, y para suponer inclusive lo que el presi<strong>de</strong>nte estaba<br />

pensando cuando dijo una cosa enteramente distinta, mientras él espantaba mosquitos a treinta<br />

y cinco grados <strong>de</strong> temperatura, sintiendo aproximarse al alba temible en que tendría que dar a<br />

sus hombres la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> tirarse al mar.<br />

Una noche <strong>de</strong> incertidumbre en que Pilar Ternera cantaba en el patio con la tropa, él pidió que<br />

le leyera el porvenir en las barajas. «Cuídate la boca -fue todo lo que sacó en claro Pilar Ternera<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> exten<strong>de</strong>r y recoger los naipes tres veces-. No sé lo que quiere <strong>de</strong>cir, pero la señal es<br />

muy clara:<br />

cuídate la boca.» Dos días <strong>de</strong>spués alguien le dio a un or<strong>de</strong>nanza un tazón <strong>de</strong> café sin azúcar,<br />

y el or<strong>de</strong>nanza se lo pasó a otro, y éste a otro, hasta que llegó <strong>de</strong> mano en mano al <strong>de</strong>spacho <strong>de</strong>l<br />

coronel Aureliano Buendía. No había pedido café, pero ya que estaba ahí, el coronel se lo tomó.<br />

Tenía una carga <strong>de</strong> nuez vómica suficiente para matar un caballo. Cuando lo llevaron a su casa<br />

estaba tieso y arqueado y tenía la lengua partida entre los dientes. Úrsula se lo disputó a la<br />

muerte. Después <strong>de</strong> limpiarle el estómago con vomitivos, lo envolvió en frazadas calientes y le<br />

dio claras <strong>de</strong> huevos durante dos días, hasta que el cuerpo estragado recobró la temperatura<br />

normal. Al cuarto día estaba fuera <strong>de</strong> peligro. Contra su voluntad, presionado por Úrsula y los<br />

oficiales, permaneció en la cama una semana más. Sólo entonces supo que no habían quemado<br />

sus versos. «No me quise precipitar -le explicó Úrsula-. Aquella noche, cuando iba a pren<strong>de</strong>r el<br />

horno, me dije que era mejor esperar que trajeran el cadáver.» En la neblina <strong>de</strong> la convalecencia,<br />

ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> las polvorientas muñecas <strong>de</strong> Remedios, el coronel Aureliano Buendia evocó en la<br />

lectura <strong>de</strong> sus versos los instantes <strong>de</strong>cisivos <strong>de</strong> su existencia. Volvió a escribir. Durante muchas<br />

horas, al margen <strong>de</strong> los sobresaltos <strong>de</strong> una guerra sin futuro, resolvió en versos rimados sus<br />

experiencias a la orilla <strong>de</strong> la muerte. Entonces sus pensamientos se hicieron tan claros, que pudo<br />

examinarlos al <strong>de</strong>recho y al revés. Una noche le preguntó al coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>:<br />

-Dime una cosa, compadre: ¿por qué estás peleando?<br />

-Por qué ha <strong>de</strong> ser, compadre contestó el coronel Genireldo <strong>Márquez</strong>-: por el gran partido<br />

liberal.<br />

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