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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

<strong>de</strong>l alba, con unos pantalones que habían sido suyos en la juventud. Estaba ya <strong>de</strong> espaldas al<br />

muro y tenía las manos apoyadas en la cintura porque los nudos ardientes <strong>de</strong> las axilas le<br />

impedían bajar los brazos «Tanto jo<strong>de</strong>rse uno -murmuraba el coronel Aureliano Buendía-. Tanto<br />

jo<strong>de</strong>rse para que lo maten a uno seis maricas si po<strong>de</strong>r hacer nada,» Lo repetía con tanta rabia,<br />

que casi parece fervor, y el capitán Roque Carnicero se conmovió porque creyó que estaba<br />

rezando. Cuando el pelotón lo apuntó, la rabia se había materializado en una sustancia viscosa y<br />

amarga que le adormeció la lengua y lo obligó a cerrar los ojos. Entonces <strong>de</strong>sapareció el<br />

resplandor <strong>de</strong> aluminio <strong>de</strong>l amanecer, y volvió verse a sí mismo, muy niño, con pantalones cortos<br />

y un lazo en el cuello, y vio a su padre en una tar<strong>de</strong> espléndida conduciéndolo al interior <strong>de</strong> la<br />

carpa, y vio el hielo. Cuando oyó el grito, creyó que era or<strong>de</strong>n final al pelotón. Abrió los ojos con<br />

una curiosidad <strong>de</strong> escalofrío, esperando encontrarse con la trayectoria incan<strong>de</strong>scente <strong>de</strong> los<br />

proyectiles, pero sólo encontró capitán Roque Carnicero con los brazos en alto, y a José Arcadio<br />

atravesando la calle con su escopeta pavorosa lista para disparar.<br />

-No haga fuego -le dijo el capitán a José Arcadico. Usted viene mandado por la Divina<br />

Provi<strong>de</strong>ncia.<br />

Allí empezó otra guerra. El capitán Roque Carnicero y sus seis hombres se fueron con el<br />

coronel Aureliano Buendía a liberar al general revolucionario Victorio Medina, con<strong>de</strong>nado a muerte<br />

en Riohacha. Pensaron ganar tiempo atravesando la sierra por el camino que siguió José Arcadio<br />

Buendía para fundar a Macondo, pero antes <strong>de</strong> una semana se convencieron <strong>de</strong> que era una<br />

empresa imposible. De modo que tuvieron que hacer la peligrosa ruta <strong>de</strong> las estribaciones, sin<br />

más municiones que las <strong>de</strong>l pelotón <strong>de</strong> fusilamiento. Acampaban cerca <strong>de</strong> los pueblos, y uno <strong>de</strong><br />

ellos, con un pescadito <strong>de</strong> oro en la mano, entraba disfrazado a pleno día y hacia contacto con los<br />

liberales en reposo, que a la mañana siguiente salían a cazar y no regresaban nunca. Cuando<br />

avistaron a Riohacha <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un recodo <strong>de</strong> la sierra, el general Victorio Medina había sido fusilado.<br />

Los hombres <strong>de</strong>l coronel Aureliano Buendía lo proclamaron jefe <strong>de</strong> las fuerzas revolucionarias <strong>de</strong>l<br />

litoral <strong>de</strong>l Caribe, con el grado <strong>de</strong> general. Él asumió el cargo, pero rechazó el ascenso, y se puso<br />

a sí mismo la condición <strong>de</strong> no aceptarlo mientras no <strong>de</strong>rribaran el régimen conservador. Al cabo<br />

<strong>de</strong> tres meses habían logrado armar a más <strong>de</strong> mil hombres, pero fueron exterminados. Los<br />

sobrevivientes alcanzaron la frontera oriental. La próxima vez que se supo <strong>de</strong> ellos habían<br />

<strong>de</strong>sembarcado en el Cabo <strong>de</strong> la Vela, proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l archipiélago <strong>de</strong> las Antillas, y un parte <strong>de</strong>l<br />

gobierno divulgado por telégrafo y publicado en bandos jubilosos por todo el país, anunció la<br />

muerte <strong>de</strong>l coronel Aureliano Buendía. Pero dos días <strong>de</strong>spués, un telegrama múltiple que casi le<br />

dio alcance al anterior, anunciaba otra rebelión en los llanos <strong>de</strong>l sur. Así empezó la leyenda <strong>de</strong> la<br />

ubicuidad <strong>de</strong>l coronel Aureliano Buendía. Informaciones simultáneas y contradictorias lo<br />

<strong>de</strong>claraban victorioso en Villanueva, <strong>de</strong>rrotado en Guacamayal, <strong>de</strong>morado por los indios<br />

Motilones, muerto en una al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la ciénaga y otra vez sublevado en Urumita. Los dirigentes<br />

liberales que en aquel momento estaban negociando una participación en el parlamento, lo<br />

señalaron como un aventurero sin representación <strong>de</strong> partido. El gobierno nacional lo asimiló a la<br />

categoría <strong>de</strong> bandolero y puso a su cabeza un precio <strong>de</strong> cinco mil pesos. Al cabo <strong>de</strong> dieciséis<br />

<strong>de</strong>rrotas, el coronel Aureliano Buendía salió <strong>de</strong> la Guajira con dos mil indígenas bien armados, y<br />

la guarnición sorprendida durante el sueño abandonó Riohacha. Allí estableció su cuartel general,<br />

y proclamó la guerra total contra el régimen. La primera notificación que recibió <strong>de</strong>l gobierno fue<br />

la amenaza <strong>de</strong> fusilar al coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong> en el término <strong>de</strong> cuarenta y ocho horas, si no<br />

se replegaba con sus fuerzas hasta la frontera oriental. El coronel Roque Carnicero, que entonces<br />

era jefe <strong>de</strong> su estado mayor, le entregó el telegrama con un gesto <strong>de</strong> consternación, pero él lo<br />

leyó con imprevisible alegría.<br />

¡Qué bueno! -exclamó-. Ya tenemos telégrafo en Macondo.<br />

Su respuesta fue terminante. En tres meses esperaba establecer su cuartel general en<br />

Macondo. Si entonces no encontraba vivo al coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>, fusilaría sin fórmula <strong>de</strong><br />

juicio a toda la oficialidad que tuviera prisionera en ese momento, empezando por los generales,<br />

e impartiría ór<strong>de</strong>nes a sus subordinados para que procedieran en igual forma hasta el término <strong>de</strong><br />

la guerra. Tres meses <strong>de</strong>spués, cuando entró victorioso a Macondo, el primer abrazo que recibió<br />

en el camino <strong>de</strong> la ciénaga fue el <strong>de</strong>l coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>.<br />

La casa estaba llena <strong>de</strong> niños. Úrsula había recogido a Santa Sofía <strong>de</strong> la Piedad, con la hija<br />

mayor y un par <strong>de</strong> gemelos que nacieron cinco meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l fusilamiento <strong>de</strong> Arcadio.<br />

Contra la última voluntad <strong>de</strong>l fusilado, bautizó a la niña con el nombre <strong>de</strong> Remedios. «Estoy<br />

segura que eso fue lo que Arcadio quiso <strong>de</strong>cir -alegó-. No la pondremos Úrsula, porque se sufre<br />

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