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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

sultaría tan provocador, que muy pronto habría un hombre lo bastante intrigado como para<br />

buscar con paciencia el punto débil <strong>de</strong> su corazón. Pero cuando vio la forma insensata en que<br />

<strong>de</strong>spreció a un pretendiente que por muchos motivos era más apetecible que un príncipe,<br />

renunció a toda esperanza. Fernanda no hizo siquiera la tentativa <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>rla. Cuando vio a<br />

Remedios, la bella, vestida <strong>de</strong> reina en el carnaval sangriento, pensó que era una criatura<br />

extraordinaria. Pero cuando la vio comiendo con las manos, incapaz <strong>de</strong> dar una respuesta que no<br />

fuera un prodigio <strong>de</strong> simplicidad, lo único que lamentó fue que los bobos <strong>de</strong> familia tuvieran una<br />

vida tan larga. A pesar <strong>de</strong> que el coronel Aureliano Buendía seguía creyendo y repitiendo que<br />

Remedios, la bella, era en realidad el ser más lúcido que había conocido jamás, y que lo<br />

<strong>de</strong>mostraba a cada momento con su asombrosa habilidad para burlarse <strong>de</strong> todos, la abandonaron<br />

a la buena <strong>de</strong> Dios. Remedios, la bella, se quedó vagando por el <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong> la <strong>soledad</strong>, sin cruces<br />

a cuestas, madurándose en sus sueños sin pesadillas, en sus b<strong>años</strong> interminables, en sus<br />

comidas sin horarios, en sus hondos y prolongados silencios sin recuerdos, hasta una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

marzo en que Fernanda quiso doblar en el jardín sus sábanas <strong>de</strong> bramante, y pidió ayuda a las<br />

mujeres <strong>de</strong> la casa. Apenas habían empezado, cuando Amaranta advirtió que Remedios, la bella,<br />

estaba transparentada por una pali<strong>de</strong>z intensa.<br />

-¿Te sientes mal? -le preguntó.<br />

Remedios, la bella, que tenía agarrada la sábana por el otro extremo, hizo una sonrisa <strong>de</strong><br />

lástima.<br />

-Al contrario -dijo-, nunca me he sentido mejor.<br />

Acabó <strong>de</strong> <strong>de</strong>cirlo, cuando Fernanda sintió que un <strong>de</strong>licado viento <strong>de</strong> luz le arrancó las sábanas<br />

<strong>de</strong> las manos y las <strong>de</strong>splegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los<br />

encajes <strong>de</strong> sus pollerinas y trató <strong>de</strong> agarrarse <strong>de</strong> la sábana para no caer, en el instante en que<br />

Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad<br />

para i<strong>de</strong>ntificar la naturaleza <strong>de</strong> aquel viento irreparable, y <strong>de</strong>jó las sábanas a merced <strong>de</strong> la luz,<br />

viendo a Remedios, la bella, que le <strong>de</strong>cía adiós con la mano, entre el <strong>de</strong>slumbrante aleteo <strong>de</strong> las<br />

sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire <strong>de</strong> los escarabajos y las dalias, y<br />

pasaban con ella a través <strong>de</strong>l aire don<strong>de</strong> terminaban las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, y se perdieron con<br />

ella para siempre en los altos aires don<strong>de</strong> no podían alcanzarla ni los más altos pájaros <strong>de</strong> la<br />

memoria.<br />

Los forasteros, por supuesto, pensaron que Remedios, la bella, había sucumbido por fin a su<br />

irrevocable <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> abeja reina, y que su familia trataba <strong>de</strong> salvar la honra con la patraña <strong>de</strong> la<br />

levitación. Fernanda, mordida por la envidia, terminó por aceptar el prodigio, y durante mucho<br />

tiempo siguió rogando a Dios que le <strong>de</strong>volviera las sábanas. La mayoría creyó en el milagro, y<br />

hasta se encendieron velas y se rezaron novenarios. Tal vez no se hubiera vuelto a hablar <strong>de</strong> otra<br />

cosa en mucho tiempo, si el bárbaro exterminio <strong>de</strong> los Aurelianos no hubiera sustituido el<br />

asombro por el espanto. Aunque nunca lo i<strong>de</strong>ntificó como un presagio, el coronel Aureliano<br />

Buendía había previsto en cierto modo el trágico final <strong>de</strong> sus hijos. Cuando Aureliano Serrador y<br />

Aureliano Arcaya, los dos que llegaron en el tumulto, manifestaron la voluntad <strong>de</strong> quedarse en<br />

Macondo, su padre trató <strong>de</strong> disuadirlos. No entendía qué iban a hacer en un pueblo que <strong>de</strong> la<br />

noche a la mañana se había convertido en un lugar <strong>de</strong> peligro. Pero Aureliano Centeno y<br />

Aureliano Triste, apoyados por Aureliano Segundo, les dieron trabajo en sus empresas. El coronel<br />

Aureliano Buendía tenía motivos todavía muy confusos para no patrocinar aquella <strong>de</strong>terminación.<br />

Des<strong>de</strong> que vio al señor Brown en el primer automóvil que llegó a Macondo -un convertible<br />

anaranjado con una corneta que espantaba a los perros con sus ladridos-, el viejo guerrero se<br />

indignó con los serviles aspavientos <strong>de</strong> la gente, y se dio cuenta <strong>de</strong> que algo había cambiado en<br />

la índole <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los tiempos en que abandonaban mujeres e hijos y se echaban<br />

una escopeta al hombro para irse a la guerra. Las autorida<strong>de</strong>s locales, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l armisticio <strong>de</strong><br />

Neerlandia, eran alcal<strong>de</strong>s sin iniciativa, jueces <strong>de</strong>corativos, escogidos entre los pacíficos y<br />

cansados conservadores <strong>de</strong> Macondo. «Este es un régimen <strong>de</strong> pobres diablos comentaba el<br />

coronel Aureliano Buendía cuando veía pasar a los policías <strong>de</strong>scalzos armados <strong>de</strong> bolillos <strong>de</strong> palo-.<br />

Hicimos tantas guerras, y todo para que no nos pintaran la casa <strong>de</strong> azul.» Cuando llegó la<br />

compañía bananera, sin embargo, los funcionarios locales fueron sustituidos por forasteros<br />

autoritarios, que el señor Brown se llevó a vivir en el gallinero electrificado, para que gozaran,<br />

según explicó, <strong>de</strong> la dignidad que correspondía a su investidura, y no pa<strong>de</strong>cieran el calor y los<br />

mosquitos y las incontables incomodida<strong>de</strong>s y privaciones <strong>de</strong>l pueblo. Los antiguos policías fueron<br />

reemplazados por sicarios <strong>de</strong> machetes. Encerrado en el taller, el coronel Aureliano Buendía<br />

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