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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

abasto para aten<strong>de</strong>r la escuela <strong>de</strong> música. Gracias a él, la calle <strong>de</strong> los Turcos, con su <strong>de</strong>slumbrante<br />

exposición <strong>de</strong> chucherías, se transformó en un remanso melódico para olvidar las<br />

arbitrarieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Arcadio y la pesadilla remota <strong>de</strong> la guerra. Cuando Úrsula dispuso la reanudación<br />

<strong>de</strong> la misa dominical, Pietro Crespi le regaló al templo un armonio alemán, organizó un<br />

coro infantil y preparó un repertorio gregoriano que puso una nota espléndida en el ritual<br />

taciturno <strong>de</strong>l padre Nicanor. Nadie ponía en duda que haría Amaranta una esposa feliz. Sin<br />

apresurar los sentimientos, <strong>de</strong>jándose arrastrar por la flui<strong>de</strong>z natural <strong>de</strong>l corazón, llegaron a un<br />

punto en que sólo hacia falta fijar la fecha <strong>de</strong> la boda. No encontrarían obstáculos. Úrsula se<br />

acusaba íntimamente <strong>de</strong> haber torcido con aplazamientos reiterados el <strong>de</strong>stino <strong>de</strong> Rebeca, y no<br />

estaba dispuesta a acumular remordimientos. El rigor <strong>de</strong>l luto por la muerte <strong>de</strong> Remedios había<br />

sido relegado a un lugar secundario por la mortificación <strong>de</strong> la guerra, la ausencia <strong>de</strong> Aureliano, la<br />

brutalidad <strong>de</strong> Arcadio y la expulsión <strong>de</strong> José Arcadio y Rebeca. Ante la inminencia <strong>de</strong> la boda, el<br />

propio Pietro Crespi había insinuado que Aureliano José, en quien fomentó un cariño casi<br />

paternal, fuera consi<strong>de</strong>rado como su hijo mayor. Todo hacía pensar que Amaranta se orientaba<br />

hacia una felicidad sin tropiezos. Pero al contrario <strong>de</strong> Rebeca, ella no revelaba la menor ansiedad.<br />

Con la misma paciencia con que abigarraba manteles y tejía primores <strong>de</strong> pasamanería y bordaba<br />

pavorreales en punto <strong>de</strong> cruz, esperó a que Pietro Crespi no soportara más las urgencias <strong>de</strong>l<br />

corazón. Su hora llegó con las lluvias aciagas <strong>de</strong> octubre. Pietro Crespi le quitó <strong>de</strong>l regazo la<br />

canastilla <strong>de</strong> bordar y le apretó la mano entre las suyas. «No soporto más esta espera -le dijo-.<br />

Nos casamos el mes entrante.» Amaranta no tembló al contacto <strong>de</strong> sus manos <strong>de</strong> hielo. Retiró la<br />

suya, como un animalito escurridizo, y volvió a su labor.<br />

-No seas ingenuo, Crespi -sonrió-, ni muerta me casaré contigo.<br />

Pietro Crespi perdió el dominio <strong>de</strong> sí mismo. Lloró sin pudor, casi rompiéndose los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sesperación, pero no logró quebrantarla. «No pierdas el tiempo -fue todo cuanto dijo<br />

Amaranta-. Si en verdad me quieres tanto, no vuelvas a pisar esta casa.» Úrsula creyó<br />

enloquecer <strong>de</strong> vergüenza. Pietro Crespi agotó los recursos <strong>de</strong> la súplica. Llegó a increíbles<br />

extremos <strong>de</strong> humillación. Lloró toda una tar<strong>de</strong> en el regazo <strong>de</strong> Úrsula, que hubiera vendido el<br />

alma por consolarlo. En noches <strong>de</strong> lluvia se le vio mero<strong>de</strong>ar por la casa con un paraguas <strong>de</strong> seda,<br />

tratando <strong>de</strong> sorpren<strong>de</strong>r una luz en el dormitorio <strong>de</strong> Amaranta. Nunca estuvo mejor vestido que en<br />

esa época. Su augusta cabeza <strong>de</strong> emperador atormentado adquirió un extraño aire <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za.<br />

Importunó a las amigas <strong>de</strong> Amaranta, las que iban a bordar en el corredor, para que trataran <strong>de</strong><br />

persuadirla. Descuidó los negocios. Pasaba el día en la trastienda, escribiendo esquelas<br />

<strong>de</strong>satinadas, que hacía llegar a Amaranta con membranas <strong>de</strong> pétalos y mariposas disecadas, y<br />

que ella <strong>de</strong>volvía sin abrir. Se encerraba horas y horas a tocar la cítara. Una noche cantó.<br />

Macondo <strong>de</strong>spertó en una especie <strong>de</strong> estupor, angelizado por una cítara que no merecía ser <strong>de</strong><br />

este mundo y una voz como no podía concebirse que hubiera otra en la tierra con tanto amor.<br />

Pietro Crespi vio entonces la luz en todas las ventanas <strong>de</strong>l pueblo, menos en la <strong>de</strong> Amaranta. El<br />

dos <strong>de</strong> noviembre, día <strong>de</strong> todos los muertos, su hermano abrió el almacén y encontró todas las<br />

lámparas encendidas y todas las cajas musicales <strong>de</strong>stapadas y todos los relojes trabados en una<br />

hora interminable, y en medio <strong>de</strong> aquel concierto disparatado encontró a Pietro Crespi en el<br />

escritorio <strong>de</strong> la trastienda, con las muñecas cortadas a navaja y las dos manos metidas en una<br />

palangana <strong>de</strong> benjuí.<br />

Úrsula dispuso que se le velara en la casa. ~ padre Nicanor se oponía a los oficios religiosos y<br />

a la sepultura en tierra sagrada. Úrsula se le enfrentó. «De algún modo que ni usted ni yo<br />

po<strong>de</strong>mos enten<strong>de</strong>r, ese hombre era un santo -dijo-. Así que lo voy a enterrar, contra su voluntad,<br />

junto a la tumba <strong>de</strong> Melquía<strong>de</strong>s.» Lo hizo, con el respaldo <strong>de</strong> todo el pueblo, en funerales<br />

magníficos. Amaranta no abandonó el dormitorio. Oyó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su cama el llanto <strong>de</strong> Úrsula, los<br />

pasos y murmullos <strong>de</strong> la multitud que invadió la casa, los aullidos <strong>de</strong> las plañi<strong>de</strong>ras, y luego un<br />

hondo silencio oloroso a flores pisoteadas. Durante mucho tiempo siguió sintiendo el hálito <strong>de</strong><br />

lavanda <strong>de</strong> Pietro Crespi al atar<strong>de</strong>cer, pero tuvo fuerzas para no sucumbir al <strong>de</strong>lirio. Úrsula la<br />

abandonó. Ni siquiera levantó los ojos para apiadarse <strong>de</strong> ella, la tar<strong>de</strong> en que Amaranta entró en<br />

la cocina y puso la mano en las brasas <strong>de</strong>l fogón, hasta que le dolió tanto que no sintió más dolor,<br />

sino la pestilencia <strong>de</strong> su propia carne chamuscada. Fue una cura <strong>de</strong> burro para el remordimiento.<br />

Durante varios días anduvo por la casa con la mano metida en un tazón con claras <strong>de</strong> huevo, y<br />

cuando sanaron las quema duras pareció como si las claras <strong>de</strong> huevo hubieran cicatrizado<br />

también las úlceras <strong>de</strong> su corazón. La única huella ex-terna que le <strong>de</strong>jó la tragedia fue la venda<br />

<strong>de</strong> gasa negra que se puso en la mano quemada, y que había <strong>de</strong> llevar hasta la muerte.<br />

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