27.10.2014 Views

García Márquez - Cien años de soledad

García Márquez - Cien años de soledad

García Márquez - Cien años de soledad

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

Su rostro cuarteado por la sal <strong>de</strong>l Caribe había adquirido una dureza metálica. Estaba preservado<br />

contra la vejez inminente por una vitalidad que tenía algo que ver con la frialdad <strong>de</strong> las entrañas.<br />

Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo, y manifestaba los primeros síntomas <strong>de</strong><br />

resistencia a la nostalgia. «Dios mío -se dijo Úrsula, alarmada-. Ahora parece un hombre capaz<br />

<strong>de</strong> todo.» Lo era. El rebozo azteca que le llevó a Amaranta, las evocaciones que hizo en el<br />

almuerzo, las divertidas anécdotas que contó, eran simples rescoldos <strong>de</strong> su humor <strong>de</strong> otra época.<br />

No bien se cumplió la or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> enterrar a los muertos en la fosa común, asignó al coronel Roque<br />

Carnicero la misión <strong>de</strong> apresurar los juicios <strong>de</strong> guerra, y él se empeñó en la agotadora tarea <strong>de</strong><br />

imponer las reformas radicales que no <strong>de</strong>jaran piedra sobre piedra en la revenida estructura <strong>de</strong>l<br />

régimen conservador. «Tenemos que anticiparnos a los políticos <strong>de</strong>l partido -<strong>de</strong>cía a sus<br />

asesores-. Cuando abran los ojos a la realidad se encontrarán con los hechos consumados.» Fue<br />

entonces cuando <strong>de</strong>cidió revisar los títulos <strong>de</strong> propiedad <strong>de</strong> la tierra, hasta cien <strong>años</strong> atrás, y<br />

<strong>de</strong>scubrió las tropelías legalizadas <strong>de</strong> su hermano José Arcadio. Anuló los registros <strong>de</strong> una<br />

plumada. En un último gesto <strong>de</strong> cortesía, <strong>de</strong>satendió sus asuntos por una hora y visitó a Rebeca<br />

para ponerla al corriente <strong>de</strong> su <strong>de</strong>terminación.<br />

En la penumbra <strong>de</strong> la casa, la viuda solitaria que en un tiempo fue Ja confi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> sus amores<br />

reprimidos, y cuya obstinación le salvó la vida, era un espectro <strong>de</strong>l pasado. Cerrada <strong>de</strong> negro<br />

hasta los puños, con el corazón convertido en cenizas, apenas si tenía noticias <strong>de</strong> la guerra. El<br />

coronel Aureliano Buendía tuvo la impresión <strong>de</strong> que la fosforescencia <strong>de</strong> sus huesos traspasaba la<br />

piel, y que ella se movía a través <strong>de</strong> una atmósfera <strong>de</strong> fuegos fatuos, en un aire estancado don<strong>de</strong><br />

aún se percibía un recóndito olor a pólvora. Empezó por aconsejarle que mo<strong>de</strong>rara el rigor <strong>de</strong> su<br />

luto, que ventilara la casa, que le perdonara al mundo la muerte <strong>de</strong> José Arcadio. Pero ya Rebeca<br />

estaba a salvo <strong>de</strong> toda vanidad. Después <strong>de</strong> buscarla inútilmente en el sabor <strong>de</strong> la tierra, en las<br />

cartas perfumadas <strong>de</strong> Pietro Crespi, en la cama tempestuosa <strong>de</strong> su marido, había encontrado la<br />

paz en aquella casa don<strong>de</strong> los recuerdos se materializaron por la fuerza <strong>de</strong> la evocación<br />

implacable, y se paseaban como seres humanos por los cuartos clausurados. Estirada en su<br />

mecedor <strong>de</strong> mimbre, mirando al coronel Aureliano Buendia como si fuera él quien pareciera un<br />

espectro <strong>de</strong>l pasado Rebeca ni si quiera se conmovió con la noticia <strong>de</strong> que las tierras usurpadas<br />

por José Arcadio serían restituidas a sus dueños legítimos<br />

-Se hará lo que tú dispongas, Aureliano suspiro Siempre creí, y lo confirmo ahora, que eres<br />

un <strong>de</strong>scastado.<br />

La revisión <strong>de</strong> los títulos <strong>de</strong> propiedad se consumó al mismo tiempo que los juicios sumarios,<br />

presididos por el coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>, y que concluyeron con el fusilamiento <strong>de</strong> toda la<br />

oficialidad <strong>de</strong>l ejército regular prisionera <strong>de</strong> los revolucionarios. El último consejo <strong>de</strong> guerra fue el<br />

<strong>de</strong>l general José Raquel Moncada. Úrsula intervino. «Es el mejor gobernante que hemos tenido en<br />

Macondo -le dijo al coronel Aureliano Buendía-. Ni siquiera tengo nada que <strong>de</strong>cirte <strong>de</strong> su buen<br />

corazón, <strong>de</strong>l afecto que nos tiene, porque tú lo conoces mejor que nadie.» El coronel Aureliano<br />

Buendía fijó en ella una mirada <strong>de</strong> re-probación:<br />

-No puedo arrogarme la facultad <strong>de</strong> administrar justicia<br />

-replicó-. Si usted tiene algo que <strong>de</strong>cir, dígalo ante el consejo <strong>de</strong> guerra.<br />

Úrsula no sólo lo hizo, sino que llevó a <strong>de</strong>clarar a todas las madres <strong>de</strong> los oficiales<br />

revolucionarios que vivían en Macondo. Una por una, las viejas fundadoras <strong>de</strong>l pu6blo, varias <strong>de</strong><br />

las cuales habían participado en la temeraria travesía <strong>de</strong> la sierra, exaltaron las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l<br />

general Moncada. Úrsula fue la última en el <strong>de</strong>sfile. Su dignidad luctuosa, el peso <strong>de</strong> su nombre,<br />

la convincente vehemencia <strong>de</strong> su <strong>de</strong>claración hicieron vacilar por un momento el equilibrio <strong>de</strong> la<br />

justicia. «Uste<strong>de</strong>s han tomado muy en serio este juego espantoso, y han hecho bien, porque<br />

están cumpliendo con su <strong>de</strong>ber -dijo a los miembros <strong>de</strong>l tribunal-. Pero no olvi<strong>de</strong>n que mientras<br />

Dios nos dé vida, nosotras seguiremos siendo madres, y por muy revolucionarios que sean<br />

tenemos <strong>de</strong>recho <strong>de</strong> bajarles los pantalones y darles una cueriza a la primera falta <strong>de</strong> respeto.»<br />

El jurado se retiró a <strong>de</strong>liberar cuando todavía resonaban estas palabras en el ámbito <strong>de</strong> la escuela<br />

convertida en cuartel. A la media noche, el general José Raquel Moncada fue sentenciado a<br />

muerte. El coronel Aureliano Buendía, a pesar <strong>de</strong> las violentas recriminaciones <strong>de</strong> Úrsula, se negó<br />

a conmutarle la pena. Poco antes <strong>de</strong>l amanecer, visitó al sentenciado en el cuarto <strong>de</strong>l cepo.<br />

-Recuerda, compadre -le dijo-, que no te fusilo yo. Te fusila la revolución.<br />

El general Moncada ni siquiera se levantó <strong>de</strong>l catre al verlo entrar.<br />

-Vete a la mierda, compadre -replicó.<br />

66

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!