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García Márquez - Cien años de soledad

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<strong>Cien</strong> <strong>años</strong> <strong>de</strong> <strong>soledad</strong><br />

Gabriel <strong>García</strong> <strong>Márquez</strong><br />

Iba a seguir, pero el coronel Aureliano Buendía lo interrumpió con una señal. «No pierda el<br />

tiempo, doctor -dijo-. Lo importante es que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> este momento sólo luchamos por el po<strong>de</strong>r.»<br />

Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> sonreír, tomó los pliegos que le entregaron los <strong>de</strong>legados y se dispuso a firmar.<br />

-Puesto que es así -concluyó-, no tenemos ningún inconveniente en aceptar.<br />

Sus hombres se miraron consternados.<br />

-Me perdona, coronel -dijo suavemente el coronel Genireldo <strong>Márquez</strong>-, pero esto es una<br />

traición.<br />

El coronel Aureliano Buendía <strong>de</strong>tuvo en el aire la pluma entintada, y <strong>de</strong>scargó sobre él todo el<br />

peso <strong>de</strong> su autoridad.<br />

-Entrégueme sus armas -or<strong>de</strong>nó.<br />

El coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong> se levantó y puso las armas en la mesa.<br />

-Preséntese en el cuartel -le or<strong>de</strong>nó el coronel Aureliano Buendía-. Queda usted a disposición<br />

<strong>de</strong> los tribunales revolucionarios.<br />

Luego firmó la <strong>de</strong>claración y entregó las pliegas a las emisarias, diciéndoles:<br />

-Señores, ahí tienen sus papeles. Que les aprovechen.<br />

Dos días <strong>de</strong>spués, el coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>, acusado <strong>de</strong> alta traición, fue con<strong>de</strong>nado a<br />

muerte. Derrumbado en su hamaca, el coronel Aureliano Buendía fue insensible a las súplicas <strong>de</strong><br />

clemencia. La víspera <strong>de</strong> la ejecución, <strong>de</strong>sobe<strong>de</strong>ciendo la ar<strong>de</strong>n <strong>de</strong> no molestarlo, Úrsula lo visitó<br />

en el dormitorio. Cerrada <strong>de</strong> negro, investida <strong>de</strong> una rara solemnidad, permaneció <strong>de</strong> pie los tres<br />

minutos <strong>de</strong> la entrevista. «Sé que fusilarás a Gerineldo -dijo serenamente-, y no puedo hacer<br />

nada por impedirlo. Pero una cosa te advierto: tan pronto como vea el cadáver, te lo juro por los<br />

huesos <strong>de</strong> mi padre y mi madre, por la memoria <strong>de</strong> José Arcadio Buendía, te lo juro ante Dios,<br />

que te he <strong>de</strong> sacar <strong>de</strong> don<strong>de</strong> te metas y te mataré con mis propias manos.» Antes <strong>de</strong> abandonar<br />

el cuarto, sin esperar ninguna réplica, concluyó:<br />

-Es lo mismo que habría hecho si hubieras nacido con cola <strong>de</strong> puerco.<br />

Aquella noche interminable, mientras el coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong> evocaba sus tar<strong>de</strong>s<br />

muertas en el costurero <strong>de</strong> Amaranta, el coronel Aureliano Buendía rasguñó durante muchas<br />

horas, tratando <strong>de</strong> romperla, la dura cáscara <strong>de</strong> su <strong>soledad</strong>. Sus únicos instantes felices, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong> remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, habían transcurrido en el taller <strong>de</strong><br />

platería, don<strong>de</strong> se le iba el tiempo armando pescaditos <strong>de</strong> oro. Había tenido que promover 32<br />

guerras, y había tenido que violar todos sus pactos con la muerte y revolcarse como un cerdo en<br />

el muladar <strong>de</strong> la gloria, para <strong>de</strong>scubrir con casi cuarenta <strong>años</strong> <strong>de</strong> retraso los privilegios <strong>de</strong> la<br />

simplicidad.<br />

Al amanecer, estragado por la tormentosa vigilia, apareció en el cuarto <strong>de</strong>l cepo una hora<br />

antes <strong>de</strong> la ejecución. «Terminó la farsa, compadre -le dijo al coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong>-.<br />

Vámonos <strong>de</strong> aquí, antes <strong>de</strong> que acaben <strong>de</strong> fusilarte los mosquitos.» El coronel Gerineldo <strong>Márquez</strong><br />

no pudo reprimir el <strong>de</strong>sprecio que le inspiraba aquella actitud.<br />

-No, Aureliano -replicó-. Vale más estar muerto que verte convertido en un chafarote.<br />

-No me verás -dijo el coronel Aureliano Buendía-. Ponto los zapatos y ayúdame a terminar con<br />

esta guerra <strong>de</strong> mierda.<br />

Al <strong>de</strong>cirlo, no imaginaba que era más fácil empezar una guerra que terminarla. Necesitó casi<br />

un año <strong>de</strong> rigor sanguinario para forzar al gobierno a proponer condiciones <strong>de</strong> paz favorables a<br />

los rebel<strong>de</strong>s, y otro año para persuadir a sus partidarios <strong>de</strong> la conveniencia <strong>de</strong> aceptarlas. Llegó a<br />

inconcebibles extremos <strong>de</strong> crueldad para sofocar las rebeliones <strong>de</strong> sus propios ofíciales, que se<br />

resistían a feriar la victoria y terminó apoyándose en fuerzas enemigas para acabar <strong>de</strong><br />

someterlos.<br />

Nunca fue mejor guerrero que entonces. La certidumbre <strong>de</strong> que por fin peleaba por su propia<br />

liberación, y no por i<strong>de</strong>ales abstractos, por consignas que los políticos podían voltear al <strong>de</strong>recho y<br />

al revés según las circunstancias, le infundió un entusiasmo enar<strong>de</strong>cido. El coronel Gerineldo<br />

<strong>Márquez</strong>, que luchó por el fracaso con tanta convicción y tanta lealtad como antes había luchado<br />

por el triunfo, le reprochaba su temeridad inútil. «No te preocupes -sonreía él-. Morirse es mucho<br />

más difícil <strong>de</strong> lo que uno cree.» En su caso era verdad. La seguridad <strong>de</strong> que su día estaba<br />

señalado lo invistió <strong>de</strong> una inmunidad misteriosa, una inmortalidad a término fijo que lo hizo<br />

invulnerable a los riesgos <strong>de</strong> la guerra, y le permitió finalmente conquistar una <strong>de</strong>rrota que era<br />

mucho más difícil, mucho más sangrienta y costosa que la victoria.<br />

En casi veinte <strong>años</strong> <strong>de</strong> guerra, el coronel Aureliano Buendía había estado muchas veces en la<br />

casa, pero el estado <strong>de</strong> urgencia en que llegaba siempre, el aparato militar que lo acompañaba a<br />

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