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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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EL LABERINTO DE HERMES<br />

—No saltaré hacia ninguna parte. Sé que puedes hacerlo,<br />

<strong>Danser</strong>, siempre logras lo que quieres. Busca esa fuerza que tanto<br />

te ayuda a obtenerlo todo.<br />

—¡Ya casi no siento mis brazos, Leslie! ¿Qué no puedes entenderlo?<br />

—insistía yo, dejando caer de mi frente grandes e interminables<br />

gotas de sudor. Me encontraba a punto de soltar las<br />

riendas dejando que los muros de aquel pequeño habitáculo se<br />

burlaran nuevamente de mí. ¿Cómo iba a permitirlo?<br />

—No necesitas sentir tus brazos, <strong>Danser</strong>. ¡Siénteme a mí! Mírame<br />

a los ojos como siempre lo haces y deja que esa magia inexplicable<br />

surja sola —concluyó ella, sin dejar de concentrarse en<br />

los martillos. Opté finalmente por neutralizar mi molesta falta de<br />

fe y comencé a ensimismarme en la imagen de Leslie. Su cuerpo,<br />

su rostro embellecido por aquellas interminables horas de insomnio<br />

a las que nos íbamos enfrentando. Me enfocaba atrevidamente<br />

en la sombra de sus pechos bajo la tibia humedad de mi<br />

camiseta. Su cabello empapado y extendido sobre la perfección<br />

de sus hombros. La observaba como un tonto apasionado mientras<br />

mi cuerpo recuperaba insólitamente sus fuerzas. La energía<br />

se esparcía por mis venas alcanzando por fin las muñecas de mis<br />

manos. <strong>De</strong>jé que mis nuevos esfuerzos hicieran su debido trabajo<br />

y empalmé finalmente los ganchos. Soltaba aliviado las cuerdas<br />

cuando noté que los martillos se desprendían sorpresivamente<br />

del techo para aplastar a Leslie. La tomé velozmente de sus ropas<br />

y la arranqué de aquella plataforma con suma rapidez. Los martillos<br />

se atizaron desatando un grave y resonante estrépito, mientras<br />

Leslie caía inevitablemente sobre mi pecho.<br />

—Mmm, creo que ya ha acabado todo. Ya puedes levantarte.<br />

A menos que estés cómoda, claro —le sonreí, observándola fijamente<br />

a los ojos.<br />

—Sí, tienes razón —añadió ella, levantándose del suelo y<br />

ayudándome a colocarme de pié.<br />

<strong>El</strong> agua comenzó a bajar nuevamente develando así una pequeña<br />

rampa junto al brazo izquierdo de la estatua.<br />

—¡Vaya! Menos mal que te arrojaste al agua. Poco más y te<br />

quedas allí arriba para siempre —exclamé aliviado, observando<br />

en un rincón el arcón que habíamos dejado caer minutos antes.<br />

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