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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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UN MAL PLAN<br />

al suelo. James retrocedió unos metros y, alcanzando finalmente<br />

la bola, la aventó con fuerzas hacia el lado opuesto de la red.<br />

Continuamos jugando unos minutos más mientras el sol comenzaba<br />

por fin a ocultarse.<br />

—George, ¿podrías sostener bien tu raqueta? Ya es la quinta<br />

vez que la dejas caer —rezongué, mientras James se alejaba a<br />

buscar la pelota con cierto desgano. Así transcurrían nuestros<br />

juegos si es que George se encontraba presente: Tres o cuatro boleadas<br />

y a empezar una vez más desde el principio.<br />

Comencé a correr rápidamente hacia la pelota cuando noté que<br />

mis músculos volvían a fortalecerse.<br />

—¿Y ahora qué ocurre? —pensé en voz alta, concentrándome<br />

en aquella energía que otra vez recorría mis venas. Logré comprenderlo<br />

más rápido de lo que creía.<br />

—Hey, chicos, ¿todavía les queda un lugar para mí? —exclamó<br />

Leslie, cruzando nuevamente la puerta de la cancha. Yo evitaba<br />

que mi boca dibujara esa sonrisa tan notoria que estaba a<br />

punto de escapar de mi rostro.<br />

—¡Vaya! Miren quien ha regresado —exclamó George al verla<br />

entrar.<br />

—¿Y qué pasó con tu amiga? —preguntó James con cierta<br />

curiosidad al advertir que, esta vez, la muchacha no venía acompañada.<br />

—Le llamé un taxi y esperé a que la vinieran a buscar —<br />

respondió ella, mientras yo notaba la ausencia de su raqueta; al<br />

parecer había tenido tiempo de dejarla en su casa y coger, por si<br />

acaso, una delgada campera del color de sus pantalones deportivos.<br />

Así llegaron, a su vez, dos muchachos de unos treinta años<br />

de edad intentando aprovechar, al igual que nosotros, las últimas<br />

horas del día. Leslie se acercó a Frederic quien, facilitándole<br />

su raqueta, la invitó a sumarse nuevamente a nuestro juego.<br />

George lanzó finalmente esa pelota cuya trayectoria era una verdadera<br />

falta de respeto al deporte.<br />

—No nos hagas pasar vergüenza, George, tírala como corresponde<br />

—le grité desde la otra punta del área. Leslie sostenía la<br />

raqueta en guardia preparándose para cualquier clase de lanzamiento.<br />

Tomé carrera hasta la pelota, que esta vez volaba direc-<br />

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