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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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UNA MENTIRA CONVENIENTE<br />

rroboré nuevamente la hora y, asegurándome de no olvidar ninguno<br />

de los bultos que debía llevar, tomé ágilmente mi teléfono<br />

para encargar el taxi.<br />

No había tiempo para pensar en Leslie. La prisa y los nervios se<br />

balanceaban desde mi estómago hasta la punta de mis dedos alterando<br />

mi pulso reiteradas veces. ¿Tiempo para pensar en Leslie?<br />

¿Dónde lo encontraría? <strong>El</strong> taxi avanzaba lentamente mientras<br />

yo escuchaba desde allí los murmullos del público. <strong>El</strong> sol atravesaba<br />

las ventanillas del vehículo deshumedeciendo mi cabello<br />

que aún continuaba fresco por la gomina. Yo desempañaba una<br />

y otra vez mis anteojos para apreciar mejor las calles de Harainay.<br />

¿Cómo iba a encontrar tiempo para pensar en Leslie? Las<br />

personas, repartidas entre las diversas veredas, se dispersaban<br />

de esquina a esquina mientras el conductor del taxi se las rebuscaba<br />

para llegar a tiempo al lugar que le había indicado. Y por<br />

fin llegamos al parque principal de la ciudad. No había tiempo<br />

para pensar en Leslie pero, de manera claramente inevitable, su<br />

imagen aún seguía en primer lugar.<br />

Bajé finalmente del taxi y, sosteniendo el instrumento con todas<br />

mis fuerzas, pude entender finalmente a lo que me enfrentaba.<br />

Allí, bordeando aquel inmenso escenario, más de dos mil personas<br />

se preparaban ansiosas para el gran evento.<br />

—¡Dios mío! Esta es demasiada gente para mí, aún no estoy<br />

listo para tanto público —exclamé asustado. «Leslie ya podría<br />

estar allí», pensé objetivamente. Crucé finalmente la cerca que<br />

bordeaba aquella plaza y, evitando tropezar entre la multitud,<br />

alcancé finalmente el inmenso escenario. A su derecha, dentro de<br />

una de las canchas deportivas del parque, una pequeña carpa<br />

blanca escondía en sus adentros a los finalistas del concurso de<br />

estrellas.<br />

—¡Señorita, soy yo, <strong>Danser</strong>! —le grité a la organizadora, al<br />

verla a un costado de aquella carpa. La mujer se acercó lentamente<br />

hacia la entrada de la cancha y me abrió la puerta para<br />

que ingresara.<br />

—Bienvenido, <strong>Danser</strong>, Aquí tienes una botella con agua especialmente<br />

para ti. Recuerda que cualquier cosa que necesites me<br />

mantienes al tanto. Subirás al escenario en cuanto los ganadores<br />

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