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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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EL LABERINTO DE HERMES<br />

—Claro que sí. Tengo un primo capaz de apoderarse de cualquier<br />

cuenta de correo electrónico. Ya lo ha hecho muchas veces<br />

—se defendía Mathiew. <strong>El</strong> resto de los chicos continuaban copiando<br />

las consignas de la pizarra mientras yo me decidía a escuchar<br />

atento aquella conversación.<br />

—Pues, no sé lo que te ha dicho tu primo. Yo por mi parte, no<br />

conozco a nadie capaz de lograr algo así. Muchos son los que<br />

dicen poder hacerlo, yo creo que son simples habladurías —<br />

retrucó William y continuó copiando los textos. ¿Podría yo ser<br />

capaz de lograr algo como eso? Obtener cuentas de correo electrónico<br />

ajenas, apoderarme de sus contraseñas y contactos. ¿Era<br />

realmente posible? La curiosidad me incitaba a averiguarlo.<br />

Aquella tarde intentaría finalmente comprobarlo.<br />

Me senté en mi ordenador tal como lo hacía cada vez que regresaba<br />

de la escuela, y comencé a ponerme a prueba.<br />

—<strong>De</strong> acuerdo, lo primero que necesitaré será una lista de correos<br />

electrónicos —pensé en voz alta. Mis compañeros de clase<br />

serían una víctima sumamente interesante para comprobar mis<br />

habilidades cibernéticas. Cerré suavemente los ojos y dejé que mi<br />

mente encontrara la forma más práctica de lograr mi objetivo.<br />

Nuevamente la idea se apoderaba de mi mente, convirtiéndose<br />

en infinitas líneas de códigos de programación que alcanzaban<br />

las puntas de mis dedos. Comencé a diseñar, inexplicablemente,<br />

un sofisticado programa capaz de sabotear cualquier cuenta de<br />

correo sin siquiera dejar rastros. Mis manos bailaban sobre las<br />

teclas mientras mi mente continuaba en blanco, dejando que sus<br />

pocas facultades volaran por doquier. Los códigos resultaban tan<br />

incomprensibles que cualquiera hubiera afirmado que aquello<br />

era imposible; nadie con tan poca experiencia en programación<br />

informática podría ser capaz de lograr semejante tarea y, al parecer,<br />

gracias a razones claramente inexplicables, yo sí.<br />

—<strong>De</strong> acuerdo, han pasado dos horas. Creo que el programa<br />

ya está listo. Es tiempo de ponerlo a prueba —exclamé para mis<br />

adentros, concentrándome en la lista de correos electrónicos con<br />

la cuál efectuaría mi experimento. Allí estaban todas mis supuestas<br />

víctimas: Mathiew, Frederic, James, William, Arbin, Fabio,<br />

Leslie y otros tantos pasajeros del mismo tren que se encontraban<br />

a punto de embarcar en las garras del programa que acababa<br />

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