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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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EL LABERINTO DE HERMES<br />

—¡Muchachos! Sabía que vendrían. ¿Cómo han estado? —<br />

nos saludó él, sumamente gozoso ante nuestra inesperada visita.<br />

Se encontraba trabajando en la parte de limpieza general desde<br />

hacía ya tres meses y aún sobraban en su rostro energías para<br />

sumarse a nuestras propuestas vacacionales. Continuamos conversando<br />

allí en el hall de la planta baja mientras Arbin se despedía<br />

para reanudar nuevamente sus tareas.<br />

—Nos veremos esta noche, ¿de acuerdo, chicos? —exclamó<br />

él, alejándose lentamente hacia aquel lujoso elevador que aguardaba<br />

en una esquina con sus puertas abiertas.<br />

—Así es, Arbin. Te llamaremos más tarde, pierde cuidado —<br />

lo saludó Frederic, mientras yo cogía mi guitarra para abandonar<br />

finalmente el hotel. Sabía que su compañía se nos haría a ambos<br />

indudablemente placentera.<br />

Convertimos aquel viernes en una estupenda caminata nocturna<br />

en la que, Arbin, Frederic y yo, disfrutábamos del movimiento<br />

popular que atiborraba interminablemente las calles de Telia. Mi<br />

instrumento musical colgaba de mis hombros mientras Arbin se<br />

detenía a observar algunos puestos de adornos y menudencias<br />

por las que podría canjear su dinero.<br />

—¡Hey, muchachos! Tengo una idea —exclamé, con un leve<br />

gesto de creatividad; Arbin y Frederic interrumpieron su plática<br />

para escucharme con atención.<br />

—¿Qué dicen si me pongo a cantar algunas canciones con mi<br />

guitarra en esta esquina de aquí? La gente podría arrojarme algunas<br />

monedas.<br />

—¡Te has vuelto completamente loco, <strong>Danser</strong>! Imagina que<br />

alguien te reconozca, pensarán que estás mendigando —repuso<br />

Frederic, mientras Arbin sonreía sumamente atraído por mi ocurrente<br />

idea. ¿Qué tan malo podría ser? <strong>De</strong>splegar mis melodías<br />

en aquellas multitudes que deambulaban por los rincones de Telia;<br />

suburbios iluminados por las luces de cientos de negocios y<br />

puestos de feria que, tras la sombra de aquellos hoteles que<br />

amenazaban con aplastarnos bajo su evidente inmensidad, nos<br />

envolvían en una extraña sensación de libertad; una sensación<br />

que jamás encontraría en las sendas de Harainay.<br />

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