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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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EL ZOOLÓGICO DE CRISTAL<br />

esas chicas cuya forma de hablar e inseguridades despertaban en<br />

el resto de sus compañeros una gran apetencia por molestarla y<br />

burlarse de ella. Con el tiempo se convertiría en el viejo chivo<br />

expiatorio de sexo femenino con el que el resto lograría divertirse.<br />

Yo, en cambio, no acostumbraba a tener esa actitud con nadie<br />

aunque, ciertas veces, su inocencia bajo el ataque de sus compañeros<br />

se tornaba para mí algo bastante incitante.<br />

La presencia de Leslie pasaba realmente desapercibida ante mi<br />

poca atención. Sabía que allí estaba, siempre sentada en su banco,<br />

formando una insignificante parte de la clase tal como otros<br />

de mis compañeros. Yo era de aquellos cuyo sentido del humor y<br />

participación comprendían siempre de una asistencia perfecta.<br />

Nunca faltaba alguno de mis descabellados comentarios que, tras<br />

algún hecho detonante, despertaban en todos una robusta carcajada.<br />

Para mi fortuna, Sophia era una de esas personas sumamente<br />

tolerantes, una sabia amiga del conocimiento y de la juventud.<br />

Una persona capaz de darnos aquella libertad de expresión<br />

en clase, sin dejar de marcar nuestros límites cuando alguno<br />

de nosotros sobrepasara los márgenes de su entereza. Era esa<br />

profesora que le daba a nuestras horas aquella calidad necesaria<br />

para que el aprender fuera un hecho ciertamente placentero.<br />

Allí estábamos sentados en el patio con los muchachos durante<br />

uno de esos extensos recreos en la escuela.<br />

Arbin y yo discutíamos sobre los distintos puntajes que le íbamos<br />

atribuyendo a cada una de las alumnas que pasaban a nuestro<br />

alrededor, mientras William y <strong>El</strong> Tucán, compartían con nosotros<br />

el mismo banco del patio.<br />

—¿Qué opinan si nos escapamos? —exclamó William, sumamente<br />

ansioso.<br />

—¿A qué te refieres? —preguntó <strong>El</strong> Tucán.<br />

—Pues, ya han notado que el guardia en la entrada de la escuela<br />

no nos permite salir hasta las doce del mediodía. Yo conozco<br />

un pasaje secreto detrás del auditorio por el cual podríamos<br />

escapar.<br />

—No sé ustedes, muchachos, pero yo me sumo a la hazaña —<br />

exclamó Arbin, mientras yo accedía a aquella proeza escondido<br />

en mi cabizbajo silencio.<br />

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