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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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EL LABERINTO DE HERMES<br />

bienvenidos. La flexibilidad de nuestro repertorio era una amplia<br />

gama de estilos cuyas épocas solían reunirse en momentos como<br />

aquel. Comenzamos a tocar nuestras canciones, esos cánticos alegres<br />

en los que nunca faltaba algún toque popular. Indiferentes<br />

al rubor y a la vergüenza, alumbrábamos ese angosto pasaje que<br />

llevaba hacia la rambla con nuestras más creativas melodías. La<br />

gente nos oía muy atenta, disfrutando de la música que el viento<br />

transportaba desde mi guitarra hasta sus corazones.<br />

—¡Hey, toca algo de Rock ‘n Roll! —me gritó James a carcajadas,<br />

acercándose hacia nosotros. Frederic lo acompañaba sigilosamente,<br />

no quería molestarnos. Así eran las repentinas apariciones<br />

de James. <strong>El</strong>ocuentes, desconectadas de cualquier situación.<br />

Finalicé mi canción y nos saludamos con un buen apretón<br />

de manos, mientras yo les cedía a ambos un lugar en el banco. A<br />

James le encantaba molestarme, siempre lo hacía. Apoyaba su<br />

mano sobre las cuerdas de mi guitarra cada vez que tocaba, con<br />

el simple afán de que me desesperara como en tantas otras ocasiones.<br />

Continuábamos cantando y disfrutando de la brisa del<br />

mar cuando notamos que muchas de las personas que allí pasaban,<br />

detenían su curso para sumarse a nuestra hermosa velada<br />

musical. Las luces del quiosco a nuestra derecha creaban allí un<br />

precioso reflejo sobre nuestros rostros. La gente continuaba adhiriéndosenos<br />

como si sólo se tratara de un extraño movimiento<br />

global que el público alcanzaba a comprender. Eran tantas nuestras<br />

voces; ya pronto el sonido de mi guitarra se perdería entre el<br />

bramido de la multitud. Fue en aquel mismo instante cuando<br />

noté que mis cualidades musicales se detenían repentinamente<br />

sin explicación alguna. <strong>El</strong> diccionario que existía entre mi mente<br />

y los músculos de mis manos parecía apartarse de mis aptitudes<br />

corporales amagando con detener nuestro concierto. Continué<br />

luchando contra las cuerdas de mi guitarra cuando noté lo que<br />

allí ocurría. Allegándose desde la entrada, un pequeño grupo de<br />

jóvenes de nuestra edad se proponían a sumarse a nuestra revuelta<br />

musical. Se trataba de Leslie y de sus nuevas amigas. Las<br />

personas con las que pudo descargar las vicisitudes durante esos<br />

treinta y cuatro días de estragos y muerte. Se acercaba vestida<br />

con una pollera roja bastante inusual, mientras su playera, colo-<br />

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