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puntos. Guardé bien mi secreto. Disimulé los hechos lo mejor que pu<strong>de</strong>,procurando <strong>de</strong>spojarlos <strong>de</strong> toda importancia. Una discusión <strong>de</strong> políticanos retuvo luego hasta horas avanzadas. Eran <strong>la</strong>s dos <strong>de</strong> <strong>la</strong> madrugadacuando abrí <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> casa, empujándo<strong>la</strong> rápidamente para que chirriaralo menos posible. Todo estaba en calma, pero mi mujer, a pesar <strong>de</strong>que dormía con sueño <strong>de</strong>nso y pesado, <strong>de</strong>spertó a causa <strong>de</strong>l ruido. Losojos apenas entreabiertos, me preguntó entre dientes cómo me habíasentado el purgante.—¡El purgante! –exc<strong>la</strong>mé–. ¡Llego <strong>de</strong> <strong>la</strong> calle en este momento y nohe visto ningún purgante! ¡Explícate, hab<strong>la</strong>, <strong>de</strong>spierta! ¡Eso que dicesno es posible!Se <strong>de</strong>sperezó <strong>la</strong>rgamente.—Sí –me dijo– es posible, puesto que lo tomaste en mi presencia... yestabas conmigo... y...—...¡Y!...Comprendí el terrible engaño <strong>de</strong> mi alter ego. La traición <strong>de</strong> aquelíntimo amigo y compañero <strong>de</strong> toda <strong>la</strong> vida me sobrecogió <strong>de</strong> espanto, <strong>de</strong>horror, <strong>de</strong> ira. Mi mujer me vio pali<strong>de</strong>cer.—Efecto <strong>de</strong>l purgante –dijo.Aunque nadie, ni aun el<strong>la</strong> misma, había notado el <strong>de</strong>lito <strong>de</strong> mi alterego, <strong>la</strong> <strong>de</strong>shonra era irreparable y siempre vergonzosa a pesar <strong>de</strong>l secreto.Las manos crispadas, erizados los cabellos, lleno <strong>de</strong> profundo estupor,salí <strong>de</strong> <strong>la</strong> alcoba en tanto que mi mujer, volviéndose <strong>de</strong> espaldas a <strong>la</strong>luz encendida, se dormía otra vez con <strong>la</strong> facilidad que da <strong>la</strong> extenuación;y fui a colgarme <strong>de</strong> una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s vigas <strong>de</strong>l techo con una cuerda que halléa mano. Al <strong>la</strong>do colgaba <strong>la</strong> jau<strong>la</strong> <strong>de</strong> Jacintico, el loro; y seguramente hiceyo algún ruido en el instante <strong>de</strong> abandonarme como péndulo en el aire,pues Jacinto, <strong>de</strong>spertándose, esponjó <strong>la</strong>s plumas <strong>de</strong> <strong>la</strong> cabeza y me espetó,como solía hacerlo cada vez que me veía pasar junto a su jau<strong>la</strong>.—¡Adiós, Doctor!Tengo razones para creer que mi alter ego, que sin duda espiaba mismovimientos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> algún escondrijo improvisado, a favor <strong>de</strong> <strong>la</strong>s sombras<strong>de</strong> <strong>la</strong> noche, se apo<strong>de</strong>ró en seguida <strong>de</strong> mi cadáver, lo <strong>de</strong>scolgó y se introdujo<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él. De este modo volvió a <strong>la</strong> alcoba conyugal, don<strong>de</strong> pasóBIBLIOTECA AYACUCHO65

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