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le había alborotado el humo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s i<strong>de</strong>as y <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras) le dijo un díaen el <strong>la</strong>va<strong>de</strong>ro:—La señora es rica, es b<strong>la</strong>nca, y no le pesa nada <strong>de</strong> eso, y tú que eresnegrita y que no tienes don<strong>de</strong> caerte muerta, ¿<strong>de</strong> qué es que tienes quearrepentirte?Pero esto tampoco hacía mel<strong>la</strong> en el arrepentimiento <strong>de</strong> E<strong>la</strong>dia.—Mi mama me enseñó así –fue su respuesta.Tenía unos veinte años, pero parecía tener mucho menos. Era <strong>de</strong>lgada,y apenas si <strong>la</strong>s formas femeninas se insinuaban tímidamente en su cuerpo.Era tosca y fea; su oscuro rostro no estaba animado <strong>de</strong> esa vida, esa risa, esemirar que se dibujan con frecuencia en negros rostros. Había en el<strong>la</strong> ciertoaire <strong>de</strong> reserva y <strong>de</strong> secreto que parecía acentuarse aún más, cuando, seria,reprimida, se daba golpes en el pecho, muy tieso y rígido el brazo, diciendo:—¡Me pesa! ¡Me pesa!El pren<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> hoja<strong>la</strong>ta dorada que llevaba sobre el pecho (figurandouna rama y dos palomas) no se cansaba <strong>de</strong> recibir estos golpecitos;había ya recibido un sinnúmero <strong>de</strong> ellos.Fuera <strong>de</strong> que hacía bien su trabajo, <strong>de</strong> que era irreprochable en elservicio y en el aseo, nada más se sabía <strong>de</strong> el<strong>la</strong>; esto era todo lo que sesabía <strong>de</strong> E<strong>la</strong>dia en <strong>la</strong> casa don<strong>de</strong> servía. Si le preguntaban su nombre,contestaba:—E<strong>la</strong>dia Linares, una servidora.—¿Cómo?—E<strong>la</strong>dia Linares, una servidora –repetía, invariablemente, en el mismotono, como si recitara una intocable fórmu<strong>la</strong> sagrada. Esas cuatro pa<strong>la</strong>braseran su nombre, su gracia, y siempre iban unidas, no saliendo nuncaseparadas <strong>de</strong> sus <strong>la</strong>bios.Una vez <strong>la</strong> señora creyó que E<strong>la</strong>dia estaba embarazada; <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó y <strong>la</strong>sometió a interrogatorio. Fue algo muy difícil (casi tan difícil como unalumbramiento) para <strong>la</strong> pobre y cal<strong>la</strong>da E<strong>la</strong>dia. Hasta es <strong>de</strong> imaginarseque hubiera preferido esto último. Pero no, ¡<strong>de</strong> verdad, <strong>de</strong> verdad! noestaba... Era sólo que había engordado un poco últimamente.A primera vista, E<strong>la</strong>dia parecía ais<strong>la</strong>da en <strong>la</strong> ciudad, so<strong>la</strong> en elmundo. Jamás recibía una carta, ni una visita, ni l<strong>la</strong>madas, ni recados;BIBLIOTECA AYACUCHO107

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