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trapo encuentran salida. Y entre los animales –no lo olvi<strong>de</strong>s–, en especialte recomiendo a los asnos y los osos, que en todo tiempo fueron sostenes<strong>de</strong> nuestra casa.Después <strong>de</strong> estas pa<strong>la</strong>bras mi padrino se sintió peor todavía y mehizo traer a toda prisa un sacerdote y dos religiosas. A<strong>la</strong>rgando el brazo,los tomé en el estante vecino al lecho.—Hace ya tiempo –dijo, palpándose con suavidad–, hace ya tiempoque conservo aquí estos <strong>muñecos</strong>, que difícilmente se ven<strong>de</strong>n. Pue<strong>de</strong>sofrecerlos con el diez por ciento <strong>de</strong> <strong>de</strong>scuento, lo cual equivaldría a losdiezmos en lo tocante a los curas. En cuanto a <strong>la</strong>s religiosas, hazte elcargo que es una limosna que les das.En este momento mi padrino fue interrumpido por el l<strong>la</strong>nto <strong>de</strong>Heriberto, que se hal<strong>la</strong>ba en un rincón <strong>de</strong> <strong>la</strong> tras<strong>tienda</strong>, <strong>la</strong> cabeza cogidaentre <strong>la</strong>s manos, y no podía escuchar sin pena los últimos acentos <strong>de</strong>ldueño <strong>de</strong> <strong>la</strong> Tienda <strong>de</strong> Muñecos.—Heriberto –dijo, dirigiéndose a éste–: no tengo más que repetirtelo que tantas veces antes ya te he dicho: que no atiples <strong>la</strong> voz ni manoseeslos <strong>muñecos</strong>.Nada contestó Heriberto, pero sus sollozos resonaron <strong>de</strong> nuevo, cadavez más altos y <strong>de</strong>stemp<strong>la</strong>dos.Sin duda, esta contrariedad apresuró el fin <strong>de</strong> mi padrino, que expirópoco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> pronunciar aquel<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras. Cerré piadosamentesus ojos y enjugué en silencio una lágrima. Me mortificaba, sin embargo,que Heriberto diera mayores muestras <strong>de</strong> dolor que yo. Sollozaba ahogadoen l<strong>la</strong>nto, mesábase los cabellos, corría <strong>de</strong>so<strong>la</strong>do <strong>de</strong> uno a otro <strong>la</strong>do<strong>de</strong> <strong>la</strong> tras<strong>tienda</strong>. Al fin me estrechó en sus brazos:—¡Estamos solos! ¡Estamos solos! –gritó.Me <strong>de</strong>sasí <strong>de</strong> él sin violencia, y señalándole con el <strong>de</strong>do el sacerdote,el feo doctor, <strong>la</strong>s b<strong>la</strong>ncas enfermeras, <strong>muñecos</strong> en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n junto allecho, le hice señas <strong>de</strong> que los pusiera otra vez en sus puestos...”.LA TIENDA DE MUÑECOS Y OTROS TEXTOS34

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