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Embargábanme estos conso<strong>la</strong>dores pensamientos cuando, en un recodo<strong>de</strong>l camino, a <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> un pa<strong>la</strong>cio, vi un anciano <strong>de</strong> aspectovenerable y luengas barbas.—Podríais <strong>de</strong>cirme –le dije– ¡oh anciano!, ¿cuándo llegaré al cielopor este sen<strong>de</strong>ro? Hacia allá me encamino venciendo mil tropiezos y porél he <strong>de</strong>jado mi hogar en <strong>de</strong>samparo, no porque pretenda merecer encuerpo y alma <strong>la</strong> Gloria <strong>de</strong> los bienaventurados, sino, antes bien, porquequiero fortalecer mi poca fe con el espectáculo <strong>de</strong> semejante maravil<strong>la</strong> ycobrar nueva energía para ganar mi salvación.—¡Ah! –exc<strong>la</strong>mó el anciano–. Muy cerca <strong>de</strong>l Señor os encontráis ¡ohhijo mío!, pero al Paraíso no pue<strong>de</strong>n penetrar más que <strong>la</strong>s almas purgadas<strong>de</strong> toda culpa y miseria y no los mortales como vos, por más santos quepudieran ser sus propósitos. De no ser eso así, tendría yo mucho gusto enconduciros a <strong>la</strong> presencia <strong>de</strong>l Señor; pues sabed que estáis hab<strong>la</strong>ndo conPedro, el Apóstol, que aquí, como <strong>de</strong> ordinario, guardo <strong>la</strong> Puerta <strong>de</strong>l Cielo.A estas pa<strong>la</strong>bras, lleno <strong>de</strong> estupor y con lágrimas <strong>de</strong> emoción, me postréa los pies <strong>de</strong>l venerable anciano y le besé <strong>de</strong>votamente <strong>la</strong>s sandalias.—¡A<strong>la</strong>bado y ensalzado sed por los siglos <strong>de</strong> los siglos! –c<strong>la</strong>mé–¡Oh, vos, que poseéis <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve <strong>de</strong>l Paraíso y que a vuestro paso por <strong>la</strong> tierra<strong>de</strong>jasteis bautizada con vuestro nombre a aquel<strong>la</strong> que a todos, aunqueindignos, nos acoge en su seno y nos salva y recoge en los naufragios<strong>de</strong>l mundo: <strong>la</strong> sacratísima barca <strong>de</strong> San Pedro!San Pedro me invitó a levantarme y exc<strong>la</strong>mó:—Cuán cierto es, hijo mío, que soy yo quien cuidadosamente guarda<strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve <strong>de</strong>l Paraíso. En cuanto a lo que apellidáis mi barca, cuidado noos haga ello incurrir en error o confusión, porque no es más que una felizmetáfora <strong>de</strong> que se valen muchos cuando quieren referirse cariñosamentea <strong>la</strong> Iglesia <strong>de</strong>l Señor; y <strong>la</strong> ambigüedad en apariencia más insignificantey mínima sobre este particu<strong>la</strong>r daría margen a <strong>la</strong>mentables errores ygraves confusiones que menoscabarían notablemente mi honra y obscurecerían,en <strong>la</strong> mía, <strong>la</strong> gloria <strong>de</strong>l Señor.—Dispensadme ¡oh Apóstol! –le contesté– pero tengo para mí quees infinita <strong>la</strong> Gloria <strong>de</strong>l Señor, y <strong>la</strong> vuestra muy gran<strong>de</strong>, para que logreempañar<strong>la</strong>s el error ni el engaño y <strong>la</strong>s metáforas obscurecer<strong>la</strong>s.LA TIENDA DE MUÑECOS Y OTROS TEXTOS10

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