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sólo con <strong>la</strong> misma rapi<strong>de</strong>z con que, durante mi sueño, había echado aandar aquel<strong>la</strong> maldita sil<strong>la</strong> en que me hal<strong>la</strong>ba, y que ahora, a cada segundoque pasaba, parecía ir adquiriendo mayor velocidad! ¡Terrible eraciertamente el trance! ¿Qué hacer? Indignarme contra <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> por su estupendahipocresía y aparente mansedumbre, fuera pasatiempo o cosainfernal su movimiento, era harto peligroso y difícil. ¿Y cómo, por otraparte, sentado en el<strong>la</strong> en tan pacífica actitud, manifestarle convenientementemi enojo y mi indignación?Pensándolo mejor, resolví más bien dirigirle a <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> algunas pa<strong>la</strong>brasamistosas, y le dije con voz insinuante y suave.—Señor, ¿por qué se da usted tanta prisa?Mas entonces –¡oh, infinita misericordia <strong>de</strong> Dios!– oí totalmenteembargado por <strong>la</strong> emoción, <strong>la</strong> salutífera voz <strong>de</strong> un <strong>de</strong>monio que tambiénvenía sentado en <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> y en quien no reparé yo hasta aquel momento.—Caballero –murmuraba dulcemente a mi <strong>la</strong>do aquel<strong>la</strong> voz <strong>de</strong>lcielo– usted se equivoca, no llevamos mayor prisa.—Pero, ¿en qué vamos, diga usted; qué es esto?Guardó silencio el diablo, y su silencio me pareció una eternidad, alcabo <strong>de</strong>l cual dijo, cambiando su asombro en sonrisa:—¿Conque no sabe usted qué es esto?—¡Dígalo usted pronto, por favor! –c<strong>la</strong>mé yo con voz compungida.Y el diablo soltando una estri<strong>de</strong>nte carcajada, exc<strong>la</strong>mó:—No se preocupe usted, buen hombre. ¡Es el ascensor!Sus elocuentes pa<strong>la</strong>bras <strong>de</strong>svanecieron como por ensalmo mi espanto.Y aquel diablillo tan amable me hizo incontinenti una reve<strong>la</strong>ciónextraordinaria. ¡Tan alto grado <strong>de</strong> civilización había alcanzado, que el infiernohabía venido a ser <strong>de</strong> varios pisos, rascacielos, conviniendo muchosgramáticos infernales en pluralizar su nombre!En aquel momento una gran c<strong>la</strong>ridad lo invadió todo y yo, cerrandoy abriendo tontamente los ojos, sentí ponérseme <strong>de</strong> punta los cabellos alver por primera vez <strong>la</strong> antiquísima y célebre luz <strong>de</strong> los infiernos.Pero el diablo, siempre solícito, acudió en mi socorro.—Es <strong>la</strong> luz eléctrica –me dijo–. Y añadió, procurando disimu<strong>la</strong>r miaturdimiento.BIBLIOTECA AYACUCHO5

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