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on con esto los cabellos, y tapándome los oídos abandoné inmediatamente<strong>la</strong> canal para ir a refugiarme en otra parte <strong>de</strong>l tejado, a <strong>la</strong> sombraque venía <strong>de</strong> <strong>la</strong> arboleda, pues ya el calor <strong>de</strong>l sol me <strong>de</strong>rretía y <strong>la</strong>s tejasrecalentadas empezaban a quemarme <strong>la</strong> piel.Allí estaba reposando al fresco un gato <strong>de</strong> color barcino. Cuando mevio acercarme, abrió gran<strong>de</strong>s ojos ante acontecimiento tan insólito y separó. Yo empecé a hab<strong>la</strong>rle “¡miso! ¡miso!”, mientras me aproximaba, yasí empezó nuestra amistad. A poco ya sabía yo <strong>de</strong> <strong>la</strong>s malda<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l muchachejopara con él, y esto selló nuestra amistad y nuestra alianza. Sunombre era Mirzo, y bien vi que era nieto o biznieto <strong>de</strong> mi mejor y másquerido amigo <strong>de</strong> infancia, el gato Mirzo. Abrazados como viejos amigos,sel<strong>la</strong>mos nuestro pacto sobre <strong>la</strong> base <strong>de</strong> que él no atacaría los pajaritosque vinieran a posarse o anidarse en el tejado, así como tampoco a losratoncitos que <strong>de</strong> noche pasaran por <strong>la</strong> canal. En cambio, yo me encargaría<strong>de</strong> mantener a raya al muchachejo por medios que yo bien sabía porhaberlos estudiado en los mayores y más a<strong>de</strong><strong>la</strong>ntados centros <strong>de</strong> culturay civilización, lo que le facilitaría a él obtener su alimento mediante frecuentesy seguros <strong>de</strong>scensos a incursiones a <strong>la</strong> cocina.Serían <strong>la</strong>s cuatro <strong>de</strong> <strong>la</strong> tar<strong>de</strong> cuando un ruido insólito me hizo mirarhacia el patio <strong>de</strong> los caballos. Los estaban <strong>de</strong>samarrando, y se llevabanuna tras otra <strong>la</strong>s bestias que estaban en los pesebres y <strong>la</strong>s que habían sidoatadas bajo los árboles. Me estremecí al ver lo que ocurría allí abajo: seestaba formando <strong>la</strong> rumorosa y alegre comitiva que se dirigiría a mi encuentroen <strong>la</strong>s afueras <strong>de</strong>l pueblo; estaba ya lista para salir. Un hombre,un peón <strong>de</strong> <strong>la</strong> hacienda, a quien yo no conocía, y a quien <strong>de</strong>cíanle Juan<strong>de</strong> Dios, abría <strong>de</strong> par en par el ancho portón <strong>de</strong> campo. Los caballos estabanexcitados; sus cascos golpeaban agradablemente en los empedrados.¡Santo Dios! La cabalgata era numerosa, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tejado <strong>la</strong> vi salirpor el portón <strong>de</strong> campo, y alejarse rumorosamente por <strong>la</strong> empedradacalle.Los jinetes fueron saliendo uno tras otro; se inclinaban un poco hacia<strong>de</strong><strong>la</strong>nte al pasar bajo <strong>la</strong> lumbre <strong>de</strong>l portal. Algunos jovenzuelos caracoleaban,pero los tíos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s botas iban pausadamente arriba <strong>de</strong> susmu<strong>la</strong>s o sus machos, serios y tiesos como siempre. Las mujeres <strong>de</strong> <strong>la</strong> casaLA TIENDA DE MUÑECOS Y OTROS TEXTOS218

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