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conmigo en lugar seguro, en don<strong>de</strong> nadie pudiera verlos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> abajo.¡Buen chasco se iban a llevar los inmundos moradores <strong>de</strong> aquel antro <strong>de</strong>lcrimen que era <strong>la</strong> cocina <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa! ¡Pretendían celebrar mi llegadamatando a unos pobres conejitos a los que yo, precisamente, quierotanto! Jamás se les hubiera ocurrido <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> regalármelos sanos y salvosen señal <strong>de</strong> alegría y celebración. Y esto sí que hubiera sido un dignofestejo a mi llegada. ¡Qué alegría recibir como regalo, al llegar a su casa<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> <strong>la</strong>rga ausencia, unos conejitos lindos y mansos –que yo hubieraido a soltar <strong>de</strong>spués, a escondidas– allí en los lugares en don<strong>de</strong> no lleganlos cazadores.Esto me hizo cogerles odio fulminante a los “humosos” –sin saberquiénes eran–, y empecé a arrojarles terrones sobre <strong>la</strong> cabeza, cada vezque salían al patio, a <strong>de</strong>scubierto. Esto produjo cierto <strong>de</strong>sconcierto, yhubo una búsqueda general a ver quién era el causante <strong>de</strong> los terronazos.Al fin sacaron <strong>de</strong> un cuartico oscuro al muchachejo, al odioso muchachejo<strong>de</strong> <strong>la</strong> china, que chil<strong>la</strong>ba como un con<strong>de</strong>nado, y le dieron varios azotescon <strong>la</strong> sue<strong>la</strong> <strong>de</strong> unas alpargatas. Me asomé por el hueco <strong>de</strong> <strong>la</strong> chimenea–en realidad no era tal chimenea, sino un pequeño techo sobre alzadoque <strong>de</strong>jaba salir el humo entre sus <strong>la</strong>dos– y eché algunos terrones enlo que <strong>de</strong>bía ser <strong>la</strong> sopa o sancocho, que hervía a borbollones en una granol<strong>la</strong> <strong>de</strong> barro puesta encima <strong>de</strong>l fogón <strong>de</strong> tres topias.Cuando se sentaron todos a <strong>la</strong> mesa para el almuerzo, me fui acercandootra vez al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l tejado, <strong>de</strong>jé pen<strong>de</strong>r ligeramente <strong>la</strong> cabezahacia abajo, mientras el resto <strong>de</strong> mi cuerpo permanecía <strong>de</strong> barriga pegadoa <strong>la</strong>s tejas. Des<strong>de</strong> allí podía ver todo, si bien, como mi cabeza pendíahacia abajo a <strong>la</strong> manera <strong>de</strong> <strong>la</strong> <strong>de</strong> los murcié<strong>la</strong>gos, lo veía todo en formaalgo inusitada. Por primera vez los veía reunidos, allí estaban todos, ypu<strong>de</strong> oír que no me esperaban todavía a esa hora, sino al atar<strong>de</strong>cer. (Yomismo había mandado un mensaje diciendo esto). Los tíos <strong>de</strong> <strong>la</strong>s botasse contaban sus cacerías, no hab<strong>la</strong>ban más que <strong>de</strong> escopetas, tacos y guáimaros,no referían sino episodios <strong>de</strong> pobres venaditos y ciervas y matacanescaídos bajo sus ba<strong>la</strong>s y sus punterías. Esto cuando no hab<strong>la</strong>ban <strong>de</strong>gallos, <strong>de</strong> peleas y <strong>de</strong>safíos y <strong>de</strong> onzas y morocotas logradas o perdidasen esta forma.LA TIENDA DE MUÑECOS Y OTROS TEXTOS216

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