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Leer-la-tienda-de-muñecos-y-otros-textos

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pletamente alfombrado <strong>de</strong> musgo sombreado por <strong>la</strong>s armazones <strong>de</strong> <strong>la</strong>arboleda; era <strong>de</strong> un verdor maravilloso; más lejos, el musgo aparecía negruzcoy tostado en <strong>otros</strong> sitios más expuestos al sol <strong>de</strong> ciertas horas,hasta <strong>de</strong>saparecer en todo el resto <strong>de</strong>l tejado.Andando por el tejado fui a asomarme al otro patio. Sobre éste seabría el ancho y espacioso corredor <strong>de</strong> horcones, algunos <strong>de</strong> ellos torcidoscomo los torcidos troncos <strong>de</strong> cují. La piedra <strong>de</strong> moler, el pilón <strong>de</strong>maíz, los butaques <strong>de</strong> cuero estaban allí. Una ligera capa <strong>de</strong> nepe cubríael suelo alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l pilón. Cerca <strong>de</strong>l horno –y tan negra como una <strong>de</strong>sus bocas– abría <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina, que no parecía sino un horno másgran<strong>de</strong>. Por el patio, a mitad empedrado, cacareaban o picoteaban <strong>la</strong>sgallinas y sus polluelos. Parado bajo <strong>la</strong> sombra <strong>de</strong> <strong>la</strong> frondosa trinitariavioleta, un odioso muchachejo apuntaba con una china hacia una palomitamontaraz posada sobre <strong>la</strong>s tejas <strong>de</strong> una pared. Su plumaje era gris,y se confundía con el color <strong>de</strong>l tejado: era difícil distinguir<strong>la</strong>. Pero a ratoscantaba, y se esponjaba entonces su pequeña garganta. Varios zamurosestaban parados más allá, sobre el caballete <strong>de</strong> un tejado contiguo, peromiraban hacia el so<strong>la</strong>r <strong>de</strong> nuestra casa, prueba cierta <strong>de</strong> estos testigosmudos <strong>de</strong> que acá había recibimiento y comilona.Me asomé al interior <strong>de</strong> <strong>la</strong> cocina por una <strong>de</strong> <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>raboyas que leservían <strong>de</strong> respira<strong>de</strong>ros. Aquello era un “hervi<strong>de</strong>ro” espantoso: los fogonesestaban todos “prendidos”, también <strong>la</strong>s hornal<strong>la</strong>s; espesos borbollones<strong>de</strong> humo subían por el hueco <strong>de</strong> <strong>la</strong> chimenea, <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>raboyas y otrasrendijas, y en el fondo <strong>de</strong> ese infierno, entre pai<strong>la</strong>s, l<strong>la</strong>mas y sangre se afanabanunos fantasmas envueltos en gran<strong>de</strong>s humaredas. Los ojos me lloraban,pues el fuego y el humo eran <strong>de</strong> leña, y yo había perdido el pañueloen una <strong>de</strong> mis recorridas por Europa. Pero supe, por algo que pu<strong>de</strong>captar <strong>de</strong> unas pa<strong>la</strong>bras, que se trataba, entre otras cosas no menos criminales,<strong>de</strong> matar unos conejitos que yo había visto ya en el patio, <strong>de</strong>ntro<strong>de</strong> una jau<strong>la</strong> <strong>de</strong> a<strong>la</strong>mbre, sentados sobre sus paticas traseras y saboreandomanojitos <strong>de</strong> hierba y hojas y barbas <strong>de</strong> “jojotos”. Apenas se alejaronun momento los “humeantes” y el muchachejo, bajé rápidamenteal patio, <strong>de</strong>slizándome por uno <strong>de</strong> los torcidos y corronchosos horcones<strong>de</strong>l corredor, y me llevé los conejitos al techo, en su jaulita, y los instaléBIBLIOTECA AYACUCHO215

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