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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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convertir cualquier teoría en parte <strong>del</strong> kitsch llamado Gran Marcha hacia a<strong>del</strong>ante.<br />

14<br />

Por supuesto Franz no es una persona para la cual el kitsch sea esencial. <strong>La</strong> idea de la Gran<br />

Marcha juega en su vida aproximadamente el mismo papel que desempeña en la vida de Sabina la<br />

canción sentimental sobre las dos ventanas iluminadas. ¿A qué partido político votará Franz? Me temo<br />

que no vota a ninguno y que el día de las elecciones prefiere irse de excursión a la montaña. Pero eso<br />

no significa que la Gran Marcha haya dejado de emocionarlo. Es hermoso soñar que somos parte de<br />

una masa que marcha a través de los siglos y Franz no olvidó nunca ese hermoso sueño.<br />

Un día le llamaron por teléfono unos amigos desde París. Dicen que están organizando una<br />

marcha a Camboya y lo invitan a que se sume a ellos.<br />

Camboya había pasado ya en aquella época por la guerra civil, por los bombardeos<br />

norteamericanos, por la devastación producida por los comunistas locales que habían reducido en una<br />

quinta parte a la población y, finalmente, había sido ocupada por el vecino Vietnam, que a su vez ya no<br />

era en aquella época más que un instrumento de Rusia. En Camboya había hambruna y la gente moría<br />

sin atención médica. <strong>La</strong> Organización Internacional de Médicos había pedido ya muchas veces<br />

autorización para entrar en el país, pero los vietnamitas se negaban. Por eso los grandes intelectuales de<br />

Occidente debían marchar a pie hasta la frontera de Camboya y forzar así, con este gran espectáculo<br />

representado ante los ojos de todo el mundo, la entrada de los médicos al país ocupado.<br />

El amigo que llamó por teléfono a Franz era uno de aquellos con quienes había ido a las<br />

manifestaciones por las calles de París. Al principio le entusiasmó la invitación, pero después dirigió la<br />

vista hacia la estudiante de las grandes gafas. Estaba sentada frente a él y sus ojos, tras los gruesos<br />

cristales, parecían aún mayores. Franz tenía la sensación de que aquellos ojos le rogaban que no fuera a<br />

ninguna parte. Así que se disculpó.<br />

Pero en cuanto colgó el auricular, lo lamentó. Había satisfecho, en efecto, a su amante terrenal,<br />

pero descuidaba al amor celestial. ¿No era Camboya una variante de la patria de Sabina? ¡Un país<br />

ocupado por el ejército de un país comunista vecino! ¡Un país sobre el que cayó el puño de Rusia!<br />

Franz imagina de pronto, que su casi olvidado amigo le ha llamado siguiendo unas instrucciones<br />

secretas de ella.<br />

Los <strong>ser</strong>es celestiales todo lo ven y todo lo saben. Si participara en aquella marcha, Sabina lo<br />

vería y estaría orgullosa de él. Comprendería que le ha sido fiel.<br />

«¿Te enfadarías mucho si fuese?» le preguntó a su chica de las gafas, que no quiere estar ni un<br />

solo día sin él, pero es incapaz de negarle nada.<br />

Unos días más tarde estaba en un gran avión en el aeropuerto de París. Había veinte médicos,<br />

acompañados por unos cincuenta intelectuales (profesores, escritores, parlamentarios, cantantes, actores<br />

y alcaldes) y todos ellos acompañados por cuatrocientos periodistas y fotógrafos.<br />

15<br />

El avión aterrizó en Bangkok. Cuatrocientos setenta médicos, intelectuales y periodistas se<br />

dirigieron a la sala principal de un hotel internacional donde les esperaban otros médicos, actores,<br />

cantantes y filósofos, y con ellos varios cientos de periodistas con sus blocs de notas, magnetófonos,<br />

aparatos fotográficos y cámaras de cine. <strong>La</strong> sala estaba presidida por un podio, encima <strong>del</strong> cual había<br />

una mesa alargada y, tras la mesa, unos veinte norteamericanos que habían empezado ya a dirigir la<br />

reunión.<br />

Los intelectuales franceses, con los que Franz entró en la sala, se sentían desplazados y<br />

humillados. <strong>La</strong> marcha a Camboya era idea suya y de repente están allí los norteamericanos que, con<br />

maravillosa naturalidad, se han hecho con la dirección y, por si fuera poco, se ponen a hablar en inglés<br />

sin siquiera ocurrírseles pensar que pueda haber franceses o daneses que no les entiendan. Claro que los

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