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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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que de costumbre, en voz más alta y reía. Y nuevamente la tomó en sus brazos a poco de llegar e<br />

hicieron el amor. Penetró en una niebla en la que no se veía nada, sólo se la oía gritar a ella.<br />

13<br />

Aquello no era un suspiro, no era un gemido, era realmente un grito. Gritaba tanto que Tomás<br />

separó la cabeza de su cara. Creía que la voz que sonaba justo al lado de su oído le iba a romper el<br />

tímpano. Aquel grito no era una expresión de sensualidad. <strong>La</strong> sensualidad es la máxima movilización<br />

de los sentidos: una persona ob<strong>ser</strong>va atentamente a la otra y escucha cada uno de los sonidos que<br />

produce. En cambio su grito pretendía aturdir a los sentidos para que no vieran ni oyeran. Quien gritaba<br />

era el propio idealismo ingenuo de su amor que quería <strong>ser</strong> la superación de todas las contradicciones, la<br />

superación de la dualidad entre el cuerpo y el alma y quién sabe si la superación <strong>del</strong> tiempo.<br />

¿Tenía los ojos cerrados? No, pero no miraba con ellos hacia parte alguna, los tenía fijos en el<br />

vacío <strong>del</strong> techo. Por momentos giraba bruscamente la cabeza hacia uno y otro lado.<br />

Cuando se acabó el grito, se durmió a su lado y le tuvo la mano cogida durante toda la noche.<br />

Desde los ocho años se dormía ya con las manos entrelazadas, imaginando que tenía cogido al<br />

hombre que amaba, al hombre de su vida. Podemos entender ahora que apretara la mano de Tomás con<br />

tal terquedad: desde la infancia se había estado preparando y entrenando para ello.<br />

14<br />

Una chica que, en lugar de llegar «más alto», tiene que <strong>ser</strong>vir cerveza a borrachos y los<br />

domingos lavarles la ropa sucia a sus hermanos acumula dentro de sí una re<strong>ser</strong>va de vitalidad que no<br />

podrían ni soñar las personas que van a la universidad y bostezan en las bibliotecas. Teresa había leído<br />

más que ellos, había aprendido de la vida más que ellos, pero nunca <strong>ser</strong>á consciente de eso. Lo que<br />

diferencia a la persona que ha cursado estudios de un autodidacta no es el nivel de conocimientos, sino<br />

cierto grado de vitalidad y confianza en sí mismo. El entusiasmo con el cual Teresa se lanzó a vivir en<br />

Praga era al mismo tiempo feroz y frágil. Como si esperara que algún día alguien le dijera: «¡Tú no<br />

tienes nada que hacer aquí! ¡Regresa por donde has venido!». Todas sus ganas de vivir pendían de un<br />

hilo: de la voz de Tomás que una vez hizo que saliese a la superficie su alma tímidamente escondida en<br />

sus entrañas.<br />

Teresa consiguió un puesto en el laboratorio fotográfico, pero eso no le bastaba. Quería <strong>ser</strong> ella<br />

misma quien hiciera las fotografías. Sabina, la amiga de Tomás, le prestó tres o cuatro libros de<br />

fotógrafos famosos, quedó con ella en una cafetería y le fue explicando lo que había de interesante en<br />

las fotografías de cada libro. Teresa la escuchaba con una silenciosa concentración, como la que pocos<br />

profesores han visto jamás en las caras de sus alumnos.<br />

Gracias a Sabina comprendió el parentesco entre la fotografía y la pintura, obligando a Tomás<br />

a que la acompañara a todas las exposiciones que había en Praga. Pronto consiguió colocar en el<br />

semanario sus propias fotos y un día pasó <strong>del</strong> laboratorio al equipo de fotógrafos profesionales de la<br />

revista.<br />

Esa misma noche fueron a celebrar su ascenso con los amigos a un bar y estuvieron bailando.<br />

Tomás se puso de mal humor y, al insistir ella en que le dijese qué había pasado, terminó confesándole,<br />

cuando llegaron a casa, que había sentido celos al verla bailar con su compañero.<br />

«¿De verdad que tuviste celos?» le preguntó casi diez veces, como si le estuviera comunicando<br />

que le habían dado el premio Nóbel y ella no pudiera creérselo.<br />

Luego le cogió por la cintura y empezó a bailar con él por la habitación. Aquél no era un baile<br />

como el que había bailado una hora antes en el bar. Era como una especie de bailoteo de aldea, un<br />

brincar enloquecido durante el cual levantaba las piernas en el aire, daba grandes saltos desmañados y<br />

lo arrastraba por la habitación de un lado a otro.<br />

Por desgracia, al poco tiempo ella misma empezó a tener celos y sus celos no fueron para

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