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<strong>del</strong> lago, donde vivía.<br />
2<br />
Sabina se quedó sola. Regresó al espejo. Seguía en ropa interior. Volvió a ponerse el sombrero<br />
y estuvo largo rato ob<strong>ser</strong>vándose. A ella misma le resultaba extraño llevar ya tantos años persiguiendo<br />
un instante perdido.<br />
Una vez, hace ya muchos años, vino a verla Tomás y le llamó la atención el sombrero. Se lo<br />
puso y se miró en un gran espejo que, como ahora, estaba entonces apoyado a la pared de su estudio<br />
praguense. Quería comprobar qué tal quedaría de alcalde <strong>del</strong> siglo pasado. Cuando Sabina empezó a<br />
desnudarse lentamente, le puso el sombrero en la cabeza. Estaban ante el espejo (siempre estaban<br />
<strong>del</strong>ante de él mientras se desnudaban) y se miraban. Ella estaba sólo en ropa interior y en la cabeza<br />
llevaba el sombrero hongo. De pronto comprendió que aquella imagen los excitaba a los dos.<br />
¿Cómo podía haber sucedido? No hacía más que un momento, el sombrero que llevaba puesto<br />
le parecía una broma. ¿Es que no hay más que un paso de lo ridículo a lo excitante?<br />
En efecto. Aquella vez, al mirarse al espejo, no vio en los primeros instantes más que una<br />
situación graciosa. Pero inmediatamente lo cómico quedó oculto tras lo excitante: el sombrero hongo<br />
no representaba una broma, sino una violencia; una violencia respecto a Sabina, a su dignidad<br />
femenina. Se veía con las piernas desnudas, con las bragas de tela fina, a través de la cual se<br />
transparentaba el pubis. <strong>La</strong> ropa interior resaltaba sus encantos femeninos y el duro sombrero<br />
masculino negaba, violaba, ridiculizaba aquella femineidad. Tomás estaba a su lado vestido, de lo cual<br />
se desprendía que la esencia de lo que veían los dos no era la broma (en ese caso él también debería<br />
haber estado en ropa interior y sombrero hongo), sino la humillación. Ella, en lugar de rechazar la<br />
humillación, la ponía en evidencia orgullosa y provocativamente, como si permitiera que la violaran<br />
pública y voluntariamente, y de pronto ya no pudo más y arrastró a Tomás al suelo. El sombrero hongo<br />
rodó debajo de la mesa, mientras ellos se estremecían en la alfombra al pie <strong>del</strong> espejo.<br />
Volvamos una vez más al sombrero hongo:<br />
Primero fue un confuso recuerdo <strong>del</strong> abuelo olvidado, alcalde de una pequeña ciudad checa en<br />
el siglo pasado.<br />
En segundo lugar fue un recuerdo <strong>del</strong> papá. Tras el entierro, su hermano se apoderó de todas<br />
las propiedades de la familia y ella, por orgullo, se negó a hacer valer sus derechos. Dijo<br />
sarcásticamente que se quedaba con el sombrero hongo como única herencia de su padre.<br />
En tercer lugar fue un instrumento para los juegos amorosos con Tomás.<br />
En cuarto lugar fue un signo de la originalidad que ella cultivaba conscientemente. No pudo<br />
llevarse demasiadas cosas al emigrar y coger aquel objeto voluminoso y nada práctico significó<br />
renunciar a otros más prácticos.<br />
En quinto lugar: en el extranjero el sombrero hongo se convirtió en un objeto sentimental.<br />
Cuando fue a Zurich a ver a Tomás, llevó el sombrero hongo y lo tenía puesto al abrirle la puerta de la<br />
habitación <strong>del</strong> hotel. Aquella vez sucedió algo con lo que no contaba: el sombrero hongo no fue ni<br />
alegre ni excitante, se convirtió en un recuerdo <strong>del</strong> tiempo pasado. Ambos estaban emocionados.<br />
Hicieron el amor como nunca lo habían hecho antes: no había sitio para juegos obscenos porque aquel<br />
encuentro no era la continuación de sus reuniones eróticas, en las que siempre inventaban alguna<br />
pequeña depravación nueva, sino una recapitulación <strong>del</strong> tiempo, un canto a su pasado común, el<br />
resumen sentimental de una historia no sentimental que se perdía en la lejanía.<br />
El sombrero hongo se convirtió en el motivo de la composición musical que es la vida de<br />
Sabina. Aquel motivo volvía una y otra vez y en cada oportunidad tenía un significado distinto; todos<br />
aquellos significados fluían por el sombrero hongo como el agua por un cauce. Y puedo decir que aquél<br />
era el cauce de Heráclito: «¡No entrarás dos veces en el mismo río!»; el sombrero hongo era el cauce<br />
por el cual Sabina veía correr cada vez un río distinto, un río semántico distinto: un mismo objeto<br />
evocaba cada vez un significado distinto, pero, junto con ese significado, resonaban (como un eco,<br />
como una comitiva de ecos) todos los significados anteriores. Cada una de las nuevas vivencias sonaba<br />
con un acompañamiento cada vez más rico. Tomás y Sabina se emocionaron en el hotel de Zurich al