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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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Tomás se encogió de hombros y siguió escuchando.<br />

— Después archiva la declaración tranquilamente en su cajón, pero el que la escribió sabe que<br />

puede publicarse en cualquier momento. Por eso nunca podrá decir nada, ni criticar nada, ni protestar<br />

por nada, porque en ese caso se publicaría su declaración y él quedaría deshonrado ante todos. A decir<br />

verdad es un método bastante amable. Los hay peores.<br />

— Sí, es un método muy amable —dijo Tomás—, pero me gustaría saber quién te dijo que yo<br />

he aceptado entrar en semejante juego.<br />

Se encogió de hombros pero la sonrisa no desapareció de su rostro.<br />

Tomás se dio cuenta de una cosa curiosa. ¡Todos le sonríen, todos desean que escriba esa<br />

declaración, todos se alegrarían! Los primeros se alegran de que la inflación de cobardía trivialice su<br />

actitud y les devuelva el honor perdido. Los otros ya se han acostumbrado a considerar su honor como<br />

un privilegio especial al que no quieren renunciar. Por eso tienen por los cobardes un amor secreto; sin<br />

ellos su coraje se convertiría en un esfuerzo corriente e inútil que no suscitaría la admiración de nadie.<br />

Tomás no podía soportar aquellas sonrisas y le daba la impresión de que las veía en todas<br />

partes, incluso en la cara de los desconocidos que pasaban por la calle. No podía dormir. ¿Y eso? ¿Es<br />

tal la importancia que les atribuye? No. <strong>La</strong> opinión que esa gente le merece no es buena y se enfada<br />

consigo mismo por sentirse tan afectado por esas miradas. Es algo que carece de lógica. ¿Cómo es<br />

posible que alguien que estime tan poco a la gente, dependa tanto de su opinión?<br />

Su profunda desconfianza hacia la gente (sus dudas con respecto a que tengan derecho a<br />

decidir acerca de lo que a él le concierne y a juzgarlo) tuvo probablemente algo que ver en la elección<br />

de su profesión, que descartaba cualquier posibilidad de relación con el público. Cuando alguien elige,<br />

por ejemplo, una carrera política, opta libremente por hacer <strong>del</strong> público su juez, en la ingenua y<br />

manifiesta confianza de que logrará su favor. Un eventual rechazo de las masas le estimula para lograr<br />

metas aún más difíciles, <strong>del</strong> mismo modo en que la dificultad de un diagnóstico estimulaba a Tomás.<br />

El médico (a diferencia <strong>del</strong> político o <strong>del</strong> actor) sólo es juzgado por sus pacientes y por sus<br />

colaboradores más próximos, o sea entre cuatro paredes y a la vista de sus jueces. Puede responder<br />

inmediatamente a las miradas de quienes lo juzgan con su propia mirada, puede explicarse o<br />

defenderse. Pero ahora Tomás se encontraba (por primera vez en la vida) en una situación en la que se<br />

fijaba en él un número de ojos mayor de lo que era capaz de registrar. No podía responderles ni con una<br />

mirada suya ni con palabras. Estaba a su merced. Se hablaba de él en el hospital y fuera <strong>del</strong> hospital (en<br />

aquella época, Praga, nerviosa, comunicaba las noticias acerca de quién había defraudado, quién había<br />

denunciado, quién había colaborado, con la extraordinaria rapidez de un tamtam africano), y él lo sabía<br />

pero no podía hacer nada por remediarlo. El mismo estaba sorprendido de lo insoportable que aquello<br />

le resultaba y de la sensación de pánico que le invadía. El interés que aquella gente sentía por él le<br />

resultaba tan desagradable como una aglomeración o como el contacto de la gente que nos arranca la<br />

ropa en nuestras pesadillas.<br />

Fue a ver al director y le comunicó que no escribiría nada.<br />

El director apretó su mano con mucha mayor fuerza que otras veces y le dijo que había previsto<br />

esa decisión. Tomás dijo:<br />

— Señor director, quién sabe si no <strong>ser</strong>á posible que usted me mantenga aquí aunque yo no haga<br />

esa declaración —dándole a entender que <strong>ser</strong>ía suficiente que todos sus colegas amenazasen con<br />

presentar la dimisión en caso de que obligasen a Tomás a marcharse.<br />

Pero a nadie se le ocurrió amenazar con la dimisión y al cabo de un tiempo (el director le<br />

estrechó la mano aún con mayor fuerza que la vez anterior, le dejó marcas) Tomás tuvo que abandonar<br />

su puesto en el hospital.<br />

5<br />

Primero fue a parar a una clínica rural a unos ochenta kilómetros de Praga. Tenía que coger el<br />

tren todos los días, y regresaba con un cansancio mortal. Un año más tarde consiguió un puesto mucho<br />

más cómodo, aunque de menor importancia, en un ambulatorio de la periferia. Ya no podía dedicarse a<br />

la cirugía y tenía que ejercer como médico de cabecera. <strong>La</strong> sala de espera estaba repleta, apenas podía

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