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— No se trata de las propiedades —dijo.<br />
— Entonces, ¿de qué se trata?<br />
— Del amor —sonrió.<br />
— ¿Del amor? —se extrañó.<br />
— El amor es un combate —sonreía Marie-Claude—. Combatiré todo lo que sea necesario.<br />
Hasta el final.<br />
— ¿Que el amor es un combate? No tengo el menor deseo de combatir —dijo Franz y se<br />
marchó.<br />
10<br />
Después de cuatro años pasados en Ginebra, Sabina se fue a vivir a París y no era capaz de<br />
recuperarse de la melancolía. Si alguien le hubiera preguntado qué le había pasado, no habría<br />
encontrado palabras para explicarlo.<br />
Un drama vital siempre puede expresarse mediante una metáfora referida al peso. Decimos que<br />
sobre la persona cae el peso de los acontecimientos. <strong>La</strong> persona soporta esa carga o no la soporta, cae<br />
bajo su peso, gana o pierde. ¿Pero qué le sucedió a Sabina? Nada. Había abandonado a un hombre<br />
porque quería abandonarlo. ¿<strong>La</strong> persiguió él? ¿Se vengó? No. Su drama no era el drama <strong>del</strong> peso, sino<br />
el de la levedad. Lo que había caído sobre Sabina no era una carga, sino la insoportable levedad <strong>del</strong> <strong>ser</strong>.<br />
Hasta ahora, los momentos de traición la llenaban de excitación y de alegría, porque ante ella<br />
se abría un camino nuevo y, al final de éste, la nueva aventura de una traición. ¿Pero qué sucederá si<br />
ese camino se acaba un buen día? Uno puede traicionar a los padres, al marido, al amor, a la patria,<br />
pero cuando ya no hay ni padres, ni marido, ni amor, ni patria, ¿qué queda por traicionar?<br />
Sabina sentía a su alrededor el vacío. Pero ¿qué sucedería si ese vacío fuese precisamente el<br />
objetivo de todas sus traiciones?<br />
Por supuesto, hasta ahora no había sido consciente de ello: el objetivo hacia el cual se precipita<br />
el hombre queda siempre velado. <strong>La</strong> muchacha que desea casarse, desea algo totalmente desconocido<br />
para ella. El joven que persigue la gloria no sabe qué es la gloria. Aquello que otorga sentido a nuestra<br />
actuación es siempre algo totalmente desconocido para nosotros. Sabina tampoco sabía qué objetivo se<br />
ocultaba tras su deseo de traicionar. ¿Es su objetivo la insoportable levedad <strong>del</strong> <strong>ser</strong>? Al abandonar<br />
Ginebra se le acercó considerablemente.<br />
Llevaba ya tres años en París cuando recibió una carta de Praga. <strong>La</strong> escribía el hijo de Tomás.<br />
De algún modo se había enterado de su existencia, había conseguido su dirección y se dirigía a ella<br />
como a «la amiga más próxima» de su padre. Le comunicaba la muerte de Tomás y Teresa. Al parecer<br />
habían pasado los últimos años en un pueblo donde Tomás trabajaba como conductor de un camión.<br />
Solían ir de cuando en cuando a la ciudad más próxima y pasaban la noche allí en un hotel barato. El<br />
camino <strong>ser</strong>penteaba por los montes y el camión en el que iban se precipitó por una escarpada ladera.<br />
Sus cuerpos quedaron totalmente destrozados. <strong>La</strong> policía comprobó posteriormente que los frenos<br />
estaban en un estado catastrófico.<br />
Era incapaz de sobreponerse a aquella noticia. El último vínculo que aún la ataba al pasado<br />
quedaba truncado.<br />
Siguiendo su antigua costumbre pensó en calmarse paseando por un cementerio. El que estaba<br />
más próximo era el cementerio de Montparnasse. Se componía de una <strong>ser</strong>ie de casitas estrechas, de<br />
capillitas en miniatura construidas encima de cada tumba. Sabina no entendía por qué los muertos<br />
querían tener encima estas imitaciones de palacios. Aquel cementerio era la soberbia convertida en<br />
piedra. En lugar de haberse vuelto más razonables después de muertos, los habitantes <strong>del</strong> cementerio<br />
eran aún más necios que cuando vivos. Exhibían su importancia en esos monumentos. Los que<br />
descansaban ahí no eran padres, hermanos, hijos o abuelitas, sino dignatarios y hombres públicos,<br />
portadores de títulos, distinciones y honores; hasta los empleados de correos exponían aquí a la<br />
admiración pública su posición, su importancia social —su dignidad.<br />
Paseando a lo largo de la alameda <strong>del</strong> cementerio vio que estaban enterrando a alguien en aquel<br />
preciso momento. El jefe de ceremonias llevaba un gran ramo de flores y entregaba a cada uno de los