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carretera por la que la humanidad, «ama y propietaria de la naturaleza», marcha hacia a<strong>del</strong>ante.<br />
3<br />
Karenin parió dos panecillos y una abeja. Miraba sorprendido a su curiosa prole. Los panecillos<br />
se comportaban con <strong>ser</strong>enidad, pero la abeja se puso a dar vueltas mareada y después se echó a volar y<br />
se marchó.<br />
Fue un sueño que tuvo Teresa. En cuanto se despertaron se lo contó a Tomás y ambos<br />
encontraron en él una especie de consuelo: aquel sueño transformaba la enfermedad de Karenin en un<br />
embarazo y el drama <strong>del</strong> parto en un resultado a la vez ridículo y tierno: dos panecillos y una abeja.<br />
Se apoderó de ella una infundada esperanza. Se levantó y se vistió. Aquí, en el pueblo, el día<br />
también empezaba yendo a comprar a la tienda leche, pan, panecillos. Pero esta vez, cuando llamó a<br />
Karenin para que la acompañara, apenas si levantó la cabeza. Era la primera vez que se negaba a<br />
participar en una ceremonia que antes era el primero en exigir.<br />
De modo que se fue sin él. «¿Dónde está Karenin?», preguntó la dependienta, que ya tenía el<br />
panecillo preparado para él. Esta vez se lo llevó Teresa en la bolsa. Nada más llegar a la puerta lo sacó<br />
y se lo enseñó. Quería que fuera a por él. Pero se quedó acostado sin moverse.<br />
Tomás se dio cuenta de lo afectada que estaba Teresa. Cogió el panecillo con los dientes y se<br />
puso a gatas <strong>del</strong>ante de Karenin. Se acercó lentamente a él.<br />
Karenin lo miraba, parecía que alguna chispa de interés le iluminara los ojos, pero no se<br />
levantaba.<br />
Tomás acercó su cara justo hasta la boca de él. Sin mover el cuerpo, el perro cogió con los<br />
dientes la parte <strong>del</strong> panecillo que sobresalía de la boca de Tomás. Entonces Tomás soltó el panecillo<br />
para que Karenin se lo quedase todo.<br />
Tomás, que seguía a gatas, retrocedió, se agachó y empezó a gruñir. Simulaba querer pelear<br />
por el panecillo. En ese momento el perro le respondió a su amo con un gruñido. ¡Por fin! ¡Cuánto<br />
habían tenido que esperar! ¡Karenin tiene ganas de jugar! ¡Karenin aún tiene ganas de vivir!<br />
Aquel gruñido era la sonrisa de Karenin y ellos querían que la sonrisa durase el mayor tiempo<br />
posible. Por eso Tomás volvió a acercarse a él a gatas y mordió un trozo de pan que sobresalía de la<br />
boca <strong>del</strong> perro. Sus caras estaban juntas, Tomás sentía el olor <strong>del</strong> aliento <strong>del</strong> perro y en la cara le hacían<br />
cosquillas los largos pelos que le crecían en el hocico a Karenin. El perro volvió a gruñir y dio un tirón<br />
con la boca. Cada uno se quedó con una mitad <strong>del</strong> panecillo en la boca. Y entonces Karenin volvió a<br />
cometer un viejo error. Soltó su mitad <strong>del</strong> panecillo y quiso apoderarse de la mitad que tenía su amo en<br />
la boca. Olvidó, como siempre, que Tomás no era un perro y tenía manos. Tomás no soltó el panecillo<br />
de la boca y levantó <strong>del</strong> suelo la mitad que Karenin había dejado caer.<br />
— Tomás —gritó Teresa—, ¡no irás a quitarle el pan!<br />
Tomás dejó caer las dos mitades al suelo <strong>del</strong>ante de Karenin, que se tragó rápidamente una de<br />
ellas y se quedó con la otra en la boca, enseñándola para jactarse ante el matrimonio de que había<br />
ganado la lucha.<br />
Volvieron a mirarlo y a pensar que Karenin reía y que mientras riera seguiría teniendo un<br />
motivo para vivir, aunque estuviera condenado a muerte.<br />
Además al día siguiente pareció mejorar. Almorzaron. Era el momento en que los dos<br />
disponían de una hora de tiempo libre y solían sacarlo a pasear. El lo sabía y siempre correteaba<br />
inquieto a su alrededor. Pero esta vez, cuando Teresa cogió la correa y el collar, no hizo más que<br />
mirarlos y no se movió. Estaban frente a él, tratando de parecer alegres (por él y para él), procurando<br />
levantarle un poco el ánimo. Al cabo de un rato, como si se hubiera compadecido de ellos, se les acercó<br />
saltando sobre tres patas y dejó que le pusieran el collar.<br />
— Teresa —dijo Tomás—, ya sé que odias la máquina de fotos. ¡Pero hoy deberías cogerla!<br />
Teresa obedeció. Abrió el armario para buscar la perdida y olvidada cámara de fotos y Tomás<br />
añadió:<br />
— Algún día nos alegraremos de tener fotos de él. Karenin ha sido parte de nuestra vida.<br />
— ¿Cómo que ha sido? —dijo Teresa como si la hubiera mordido una víbora.