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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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allí el mismo papel que ella: estaban inseguros, como si quisieran hacer muchas preguntas pero les<br />

diera miedo molestar y por eso prefirieran quedarse callados, dirigiendo a su alrededor una mirada<br />

interrogativa.<br />

Los otros tres irradiaban una indulgente afabilidad. Uno de ellos llevaba en la mano un fusil.<br />

Al ver a Teresa le hizo un gesto afirmativo y sonriente:<br />

— Sí, éste es el sitio.<br />

Lo saludó con una inclinación de cabeza y sintió una horrible angustia.<br />

El hombre añadió:<br />

— Para que no haya equivocaciones. ¿Es a petición suya?<br />

Hubiera sido fácil decirle «¡no, no es a petición mía!», pero era incapaz de imaginar que<br />

pudiera decepcionar a Tomás. ¿Qué explicación podría darle si regresara a casa? De modo que dijo:<br />

— Sí. Por supuesto. Es a petición mía.<br />

El hombre <strong>del</strong> fusil continuó:<br />

— Para que sepa por qué se lo pregunto, esto sólo lo hacemos si tenemos la seguridad de que<br />

las personas que vienen son ellas mismas las que desean expresamente morir. El <strong>ser</strong>vicio es sólo para<br />

ellas.<br />

Miró a Teresa inquisitivamente, de manera que tuvo que volver a confirmarle:<br />

— No, no tema. Es a petición propia.<br />

— ¿Le gustaría <strong>ser</strong> la primera? —preguntó.<br />

Quería postergar al menos un poco la ejecución, así que dijo:<br />

— No, no por favor. Si fuera posible preferiría <strong>ser</strong> la última.<br />

— Como quiera —dijo, y se reunió con los demás.<br />

Sus dos ayudantes iban desarmados y sólo estaban allí para atender a la gente que había venido<br />

a morir. Los cogían <strong>del</strong> brazo y paseaban con ellos por el césped. El parque era muy amplio y se<br />

extendía hasta perderse en la lejanía. Los que iban a <strong>ser</strong> ejecutados podían elegir su propio árbol. Se<br />

detenían, miraban a su alrededor y no acertaban a decidirse. Por fin, dos de ellos eligieron dos plátanos,<br />

pero el tercero siguió hacia a<strong>del</strong>ante como si ningún árbol le pareciese adecuado para su muerte. El<br />

ayudante lo cogió suavemente <strong>del</strong> brazo y lo acompañó pacientemente hasta que el hombre perdió por<br />

fin el valor para seguir avanzando y se detuvo junto a un robusto arce.<br />

Después los ayudantes ataron a los tres hombres una venda alrededor de los ojos.<br />

Y así quedaron sobre el extenso parque tres hombres de espaldas a tres árboles, cada uno de<br />

ellos con una venda tapándole los ojos y la cabeza vuelta hacia el cielo.<br />

El hombre <strong>del</strong> fusil apuntó y disparó. No se oyó sino el canto de los pájaros. El fusil tenía<br />

silenciador. Sólo se vio cómo el nombre apoyado en el arce empezaba a derrumbarse.<br />

Sin alejarse <strong>del</strong> sitio en el que estaba, el hombre <strong>del</strong> fusil se volvió en otra dirección y uno de<br />

los hombres que estaban apoyados en los plátanos se derrumbó en un silencio absoluto y unos<br />

momentos más tarde (el hombre <strong>del</strong> fusil no hizo más que girar otra vez sin moverse de su sitio) cayó<br />

en el césped el tercer ejecutado.<br />

13<br />

Uno de los ayudantes se acercó en silencio a Teresa. Llevaba en la mano una venda de color<br />

azul oscuro.<br />

Comprendía que quería vendarle los ojos. Hizo un gesto negativo con la cabeza y dijo:<br />

-No, quiero verlo todo.<br />

Pero aquél no era el verdadero motivo de su rechazo. No tenía nada en común con esos héroes<br />

decididos a mirar valientemente a los ojos al pelotón de fusilamiento. Lo único que quería era alejar el<br />

momento de la muerte. Sentía que en el momento en que tuviera los ojos vendados se encontraría en la<br />

antesala de la muerte, de la cual no existe camino de regreso alguno.<br />

El hombre no insistió y la cogió <strong>del</strong> brazo. Y fueron así por el extenso parque y Teresa no era<br />

capaz de decidirse por ningún árbol. Nadie la obligaba a apresurarse, pero ella sabía que de todos<br />

modos no tenía escapatoria. Cuando vio un castaño en flor frente a ella, se detuvo. Apoyó la espalda

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